UNA AMIGA
|Sara Stone|
La miré de pies a cabeza sin dejar de admirar su belleza. Era perfecta en todos los sentidos y ahora entendía la razón por la cual el señor Leonardo no podía dejarla. Por contraparte, también llegué a entender porqué ella había estado tan enamorada de un hombre como él. Se que al principio había dicho que no valía la pena y quizá tenía razón, pero joder, que ese hombre era... Maravilloso.
— Solo me iré una semana — dijo nerviosa — Y ese tiempo es suficiente para que la mujer que me lo está robando lo haga cambiar de opinión con respecto a nuestro matrimonio.
— Eso es...
— Sara, esta será tu última tarea — me miró fijamente — Tienes que descubrir quién es esa mujer, solo deja que se encuentren. Pienso que es la única manera de poder descubrir su identidad.
— No creo poder hacer eso.
También quisiera saber más sobre esa mujer, si es que realmente existiese. La mujer por la cuál había hecho sufrir tanto a la señorita Amelia y por la cual a mí me remplazó en segundos.
— En cuánto vuelva prometo darte tu puesto. Sara, está es la misión que lo decidirá todo. — añadió — Tanto tu futuro como él mío.
Le regalé una forzada sonrisa y salí de su oficina con un dolor en el pecho. Cómo era que después de lo que pasó entre él y yo, todavía fuese capaz de mirarla a la cara. No importaba que en ese tiempo no estuviesen juntos, él jamás dejó de pertenecerle a ella.
Volví a casa alrededor de las siete de la noche para arreglarme un poco para la cita que le prometí a Esteban. Sabía de sobra que el se portaría como todo un caballero, pero no me parecía justo darle falsas esperanzas. Debía buscar la manera de rechazarlo sutilmente.
— ¿Hoy no sales? — le pregunté a Julieta al verla echada sobre el sofá.
— No me hables.
La ignoré, pues desde el día de nuestra pelea, no habían sido días más que en guerra. Me despedí de Fátima quién en lloriqueos me pedía que no me marchara. Julieta me la quitó de encima de muy malos modos y se encerró en su cuarto junto con la niña. Salí de casa y pasé a la pastelería de mis padres para avisarles que llegaría un poco tarde, pero no tan tarde.
— ¿Vas con un hombre? — preguntó mi padre, molesto.
— Si, papá — respondí — Voy con un hombre.
— ¿Dónde está? — cuestionó — ¡Quiero conocerlo!
— Ya déjala en paz — intervino mamá dándole un pequeño golpecito — Ya vete antes de que se arrepienta de haberte invitado a salir y recuerda no mostrarle tu verdadera personalidad. ¡No queremos que te quedes solterona!
— ¡Ya basta, ma!
Salí avergonzada por las ocurrencias de mi madre y me encontré con Esteban en la salida.
— No pueden negar que son familia.— dijo al verme, divertido.
— Arranca antes de que mi padre salga a interrogarte.
Cenamos en un rico restaurante chino por las afueras de la ciudad y después de eso Esteban decidió llevarme a un pequeño parque donde estaban celebrando una tradición mexicana muy famosa: El día de muertos.
— ¡Pero que hermoso!
— Sabía que te encantaría — me tomó de la mano y yo no lo aparté — Es una de mis épocas favoritas.
— No sabía que te gustaba la cultura mexicana.
— Mi abuela es de México, así que he vivido la mayor parte de mi vida en sus tierras. Tuve que dejarlo por más tiempo desde que ingresé a la universidad. — dijo — Es maravillosa y nunca te aburres, de verdad que no.
— Eso explica porque me la paso también contigo. Los mexicanos son muy divertidos.
Caminamos entre la multitud que iba disfrazada de catrinas y catrines. Había ofrendas por todos lados y bailarinas regionales mostrando sus mejores pasos con aquella típica danza del país. Compramos chucherías en los puestos que estaban a nuestro paso y no podía dejar de reír cada vez que Esteban hacía un chiste.
— ¿Te la estás pasando bien conmigo?
— De maravilla... — dije sincera y así era, pues me olvidé de todos mis problemas incluyendo al insufrible de mi jefe.
Seguramente el ya estaría en el aeropuerto con la señorita Amelia despidiéndose. Y lo más probable es que incluso antes de irse, la besó y le hizo el amor cómo solo él sabía hacerlo.
— Entonces... ¿Me vas a dar una oportunidad?
—Mmm... — lo miré fijamente — Voy a pensarlo. Hay asuntos que primero tengo que resolver.
Y era cierto. Me la pasaba tan bien con él que seguramente si algo pasase entre nosotros podría funcionar.
— ¡Si! — gritó feliz — Eso es mejor que nada.
Me tomó del rostro con ambas manos y sin poder yo evitarlo, me terminó por besar. Un beso fugaz, pues lo di por finalizado en cuanto sus labios tocaron los míos.
— Esteban, ¿en qué quedamos?
— Perdona, bonita — dijo — Pero no pude evitarlo. Había querido hacerlo desde hace mucho tiempo.
— Bien, ya lo hiciste — lo aparté ligeramente — Ahora vamos por algo para botanear antes de que me lleves a casa.
[... ]
Al día siguiente asistí a trabajar adormilada, pues estaba demasiado cansada cómo para respirar por mi propia cuenta. Lo bueno que era sábado y salía temprano. Revisé mi trabajo pendiente ya que no tenía más por hacer puesto que el señor Leonardo no me había llamado ni una sola vez en toda la mañana. Solo me quedaba esperar a que se le ofreciera algo, para así, poder verlo.
— Hola — me saludó una rubia que literalmente parecía supermodelo.
— Hola...
— Vengo a ver a Leonardo— me informó — ¿Crees qué puedas decirle que Marta está aquí?
Malditos celos.
— Ah... Verás, el señor Pereira está muy ocupado. Si pudieras venir en otro momento seguro que te atendería...
Sonó el teléfono de mi escritorio y dudé en si contestar o no. Al final opté por hacerlo.
—: ¿Diga? — respondí un poco molesta.
—: Hazla pasar.
—: ¿Acaso está espiándome? — me asomé a su oficina, pero no fui capaz de ver hacia dentro.
— : Ni un solo segundo he dejado de hacerlo — respondió — Ahora, bien: La haces pasar o salgo por ella.
—: Bien...
Ella me miró sonriente en espera de una respuesta de mi parte y por alguna razón me dieron unas terribles ganas de arrancarle los pelos de elote que había sobre su cabeza. ¿Por qué tenía que ser tan hermosa?
— Sígame. — le pedí.
Llamé a su puerta y él me dio acceso de inmediato. Le informé que una tal Marta lo estaba buscando y sin perder nada de tiempo, la hizo pasar. Ella entró muy sonriente y gritando su nombre emocionada, se abalanzó a sus brazos fundiéndose en un cálido abrazo que él respondió gustoso.
— ¿Pero cuándo has llegado? — le preguntó.
— Ayer por la tarde, pero quería darte la sorpresa.
— Vaya que me sorprendiste, guapa.
— Lo sé — ella rio y él le acompañó gustoso en dicha risa.
No qué no reías, imbécil.
— Sara, ya puedes retirarte — me pidió al verme asomándome por su puerta. — Y gracias por avisarme sobre su llegada.
— Si, claro... — los seguí mirando con curiosidad.
«¿Quién será ella? ¿Por qué parecían ser tan cercanos?»
— Sara... — pronunció mi nombre muy despacio.
— ¿Si?
— Adiós.
— Ah, si, claro.
No me quedo más que salir de su oficina dejándolos a solas y no pude evitar sentir una oleada de celos incontrolables.
¡Quería matarlo!