La Biblia de los Bastardos

By theravenmoon_

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Un demonio que busca su muerte. Un ángel que solo quiere darle color a su monótona vida. Donde el pecado y l... More

𝔈𝔵𝔬𝔯𝔡𝔦𝔬
𝔈𝔰𝔭𝔦𝔰𝔱𝔬𝔩𝔞 𝔞 𝔩𝔬𝔰 𝔣𝔯𝔞𝔤𝔦𝔩𝔢𝔰
𝔘𝔫 𝔰𝔞𝔩𝔪𝔬 𝔞 𝔩𝔬𝔰 𝔡𝔢𝔰𝔡𝔦𝔠𝔥𝔞𝔡𝔬𝔰
𝔘𝔫𝔞 𝔞𝔩𝔞𝔟𝔞𝔫𝔷𝔞 𝔞 𝔮𝔲𝔦𝔢𝔫𝔢𝔰 𝔢𝔰𝔠𝔲𝔠𝔥𝔞𝔫
ℭ𝔞𝔫𝔱𝔬𝔰 𝔡𝔢 𝔮𝔲𝔦𝔢𝔫 𝔰𝔦𝔢𝔫𝔱𝔢
† 𝔓𝔯𝔬𝔪𝔬 𝔳𝔦𝔡𝔢𝔬 †
𝔈𝔩 𝔭𝔞𝔯𝔞𝔧𝔢 𝔡𝔢𝔩 𝔡𝔢𝔪𝔬𝔫𝔦𝔬
𝔒𝔯𝔞𝔠𝔦𝔬𝔫 𝔞 𝔩𝔬𝔰 𝔭𝔢𝔯𝔡𝔦𝔡𝔬𝔰
𝔈𝔭𝔦𝔰𝔱𝔬𝔩𝔞 𝔞 𝔩𝔬𝔰 𝔞𝔪𝔞𝔫𝔱𝔢𝔰
𝔄𝔪𝔬𝔯 𝔡𝔢𝔩 𝔪𝔞𝔰 𝔰𝔞𝔟𝔦𝔬
𝔏𝔞 𝔞𝔩𝔞𝔟𝔞𝔫𝔷𝔞 𝔡𝔢𝔩 𝔡𝔢𝔪𝔬𝔫𝔦𝔬
𝔈𝔩 𝔓𝔯𝔦𝔫𝔠𝔦𝔭𝔢 𝔡𝔢 𝔩𝔞 𝔈𝔫𝔳𝔦𝔡𝔦𝔞
𝔏𝔞 𝔈𝔩𝔢𝔤𝔦𝔞 𝔡𝔢 𝔩𝔞 𝔅𝔯𝔲𝔧𝔞
𝔈𝔩 𝔰𝔞𝔠𝔯𝔞𝔪𝔢𝔫𝔱𝔬 𝔡𝔢 𝔩𝔬𝔰 𝔦𝔪𝔭𝔲𝔯𝔬𝔰
𝔏𝔞 𝔢𝔤𝔩𝔬𝔤𝔞 𝔡𝔢𝔩 𝔠𝔯𝔢𝔶𝔢𝔫𝔱𝔢
𝔈𝔭𝔦𝔰𝔱𝔬𝔩𝔞 𝔞 𝔩𝔬𝔰 𝔅𝔞𝔰𝔱𝔞𝔯𝔡𝔬𝔰
𝔘𝔫𝔞 𝔠𝔞𝔯𝔱𝔞 𝔞 𝔩𝔬𝔰 𝔦𝔫𝔤𝔢𝔫𝔲𝔬𝔰
𝔈𝔩 𝔞𝔪𝔬𝔯 𝔡𝔢 𝔲𝔫 𝔡𝔢𝔪𝔬𝔫𝔦𝔬
𝔘𝔫 𝔭𝔬𝔢𝔪𝔞 𝔡𝔢 𝔦𝔯𝔞 𝔶 𝔱𝔯𝔦𝔰𝔱𝔢𝔷𝔞

𝔈𝔩 𝔭𝔯𝔬𝔳𝔢𝔯𝔟𝔦𝔬 𝔡𝔢 𝔩𝔬𝔰 𝔦𝔫𝔣𝔢𝔩𝔦𝔠𝔢𝔰

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By theravenmoon_

Capítulo VI

El proverbio de los infelices


Louis supo que las cosas no iban bien desde que puso un pie en el Palacio, con aquel ambiente que se notaba tenso y se esparcía como niebla, la falta de demonios alrededor le hizo pensar que no debía acercarse, pero recordó a Azazel decirle que el Príncipe Zayn lo mandó a llamar.

Precavido caminó por los pasillos, cruzando puertas y recorriendo habitaciones hasta finalmente llegar al despacho del Príncipe. El lugar se encontraba tenuemente iluminado por las farolas en las columnas, las ventanas cubiertas de una cortina carmín, los colores variaban entre tonos rojos, dorados y negros. Había un escritorio de caoba con una silla que parecía un trono, y sobre ésta se mostraba una peculiar pintura, la leyenda "El Pecado Capital de la Envidia Mundana" se leía en letras antiguas. La pintura vislumbraba al Príncipe Zayn junto a su hermano, congelando el momento exacto de la muerte de Abel.

A Zayn nunca le gustó esa pintura, pero cada vez que la quemaba aparecía de nuevo, una y otra vez, maldita.

Observó al Príncipe de pie justo al frente de dicha pintura, con las manos entrelazadas en su espalda, desde su lugar no lograba apreciar con claridad la mirada del moreno, pero hubiera jurado que tenía un aire nostálgico.

–La primera vez que te conocí, me dije a mí mismo que no cometería los mismos errores de mi pasado— dijo con aspereza.

Louis se mostró indiferente, incluso cuando la voz de Zayn parecía lejana, perdida en recuerdos de antaño.

–¿Por qué me has mandado a llamar?— preguntó sin rodeos.

El Príncipe se volteó quedando así frente a frente, y el demonio de ojos azules pudo apreciar la indiferencia en sus rasgos, la decepción en sus gestos. Mentiría si dijera que aquello de alguna forma no le afectaba.

–Seré directo, Louis— empezó —Debes alejarte de ese ángel.

El anunciado cayó sobre el demonio como un balde de agua helada, congelando su sangre, el frío calándole en los huesos.

Pensó en Harry, en sus divinos ojos verdes, en su cabello de cobre en forma de rizos, en la suavidad y pureza de su piel, en su fina sonrisa y en los hoyuelos que había descubierto hace poco tiempo, se preguntó entonces qué otras hermosas facciones podría descubrir con más tiempo.

Su Príncipe quería que se alejara del ángel, le dictaba que lo hiciera. ¿Cómo podría?

–No— murmuró antes de siquiera ser consciente.

Zayn suspiró cansado, como si ya se hubiera esperado esa respuesta.

–Louis, escucha, sé que puedes estarte divirtiendo, pero los ángeles no son de fiar— su voz cansada parecía ahogar el reproche, sonaba más a una súplica —No quiero que tengas problemas, deja de reunirte con ese ser.

Las palabras luchaban por salir de sus labios, tropezando unas con otras, sin éxito.

–No— repitió, esta vez su voz tembló —No, no puedes obligarme.

Zayn frunció el ceño, se mostraba algo molesto.

–Puedo, soy tu Príncipe, solo te estoy protegiendo— replicó.

–¿Protegerme?— su respiración se había acelerado considerablemente —¿Protegerme de qué? ¿De unas caricias y besos?

Calló en cuanto las palabras llegaron a sus propios oídos, y admiró con incomodidad cómo el rastro de sorpresa en Zayn cambiaba de inmediato a la ira. Aun así, se contuvo.

–No me interesa la índole de su... relación, solo quiero que no lo veas otra vez— ordenó con autoridad.

Los cristales a su alrededor temblaron, las brasas de fuego se intensificaron con fuerza sin alzarse. El azul en los ojos de Louis se tiñó de carmín, sus hombros agitándose casi con violencia. El único que pareció notarlo fue Zayn, mirando por el rabillo del ojo cómo los cristales empezaban a agrietarse por la fuerza contenida, y el fuego en los fanales del demonio comenzaba a aumentar.

–No— la dulzura que caracterizaba su voz no estaba, en su lugar un rugido peleaba por hacerse oír.

De nuevo Louis no parecía darse cuenta, Zayn no se inmutó en lo absoluto.

–El libre albedrío es un privilegio mundano, Louis— comenzó —¿Eres tú un mundano?— la autoridad en su voz hizo dudar en sobre manera al demonio, sobreponiéndose por encima de su enfado.

Y el agua hizo extinguir las llamas de fuego que bailaban en sus iris, los cristales dejaron de temblar, las brasas se calmaron y la agonía bañó el cuerpo de Louis, quien con una mirada de absoluta tristeza y súplica se dirigió a su Príncipe, quien solo bajó un poco la intensidad en sus propios fanales.

–Por favor, Zayn... no— balbuceó.

El Príncipe soltó un suspiro lánguido.

–Es por tu propio bien— había algo más que protestad en su voz, el tenue sonido de una nostalgia que solo se obtenía a base de experiencias.

–Quieres condenarme— alegó con resignación. Un sollozo ahogándose en su garganta.

Zayn no respondió, miró a su alrededor, la habitación tornándose extrañamente fría de repente. Admiró la imagen tras de sí con amargura, fijándose en la herida de Abel, en sus propias manos manchadas de sangre, en la angustia de su mirada, recordando el miedo como si estuviera viviendo ese momento una vez más. Inconscientemente llevó su mano al costado izquierdo de su frente, donde una marca resaltaba siendo tapada por el fleco de su cabello.

Louis no tenía idea de lo que era una condena divina, no podría imaginarlo nunca.

–No, es justamente eso lo que te quiero evitar— susurró al fin, no estando muy seguro de si el demonio realmente lo estaba escuchando —Las divinidades son crueles, niño.

Y claro que lo eran, lo que el Príncipe de la envidia ignoraba era que Louis ya estaba condenado, lo estuvo desde el primer momento. La esmeralda en los ojos de un ángel siendo la causa.

Louis pensó durante mucho tiempo en lo que debía hacer, no fue una decisión que le gustara ni mucho menos una situación medianamente agradable, pero sabía que aquello era lo mejor.

Era una cruel poesía compuesta por lágrimas, narrando sobre cómo un demonio se plantaba hacer el bien, no por él, sino por su amado. A Louis le dolía el cuerpo, le ardía el pecho —justo donde estaba el corazón—, le pesaba el alma. En sus ojos se denotaba el augurio, un sentimiento tan puro de tristeza que un mundano no podría cargar jamás.

Sentía sus ojos arder, como si le estuvieran inyectando un ácido justo en su cornea, su garganta retenía un grito en un nudo tembloroso, sollozos que jamás serían escuchados, y lágrimas que nadie nunca podría limpiar.

Cada paso era doloroso, cadenas ciñéndose a su alrededor burlonas de su agonía, cada paso se sentía como mil condenas, cada paso se sentía como morir.

Y el más grande problema, ese apotegma que lo hacía querer gritar, era que Louis ya no quería morir.

¿Cómo podría? Luego de conocer las caricias de Harry, luego de conocer el calor de los brazos del ángel, luego de ver los colores como nunca los había apreciado, luego de llenar su alma de calma y serenidad, ¿cómo podría querer deshacerse de todo aquello? Si la muerte le quitaría a su ángel, si la muerte le quitaría los únicos recuerdos de felicidad que se resguardaban en su mente, entonces pelearía contra ella si llegara a presentarse.

Miró a su alrededor; las olas del mar chocaban con las grandes rocas que se encontraban cerca de la costa, la arena lucía dorada, el sol ya se estaba ocultando justo detrás del inmenso mar, el cielo se teñía de colores cálidos y la fría noche comenzaba a hacerse presente.

El reino mundano, tan hermoso y brillante, nunca se había visto más melancólico.

Todo se sentía lejano, irreal, él mismo haciendo contraste en un paisaje decaído e infeliz.

Se obligó a ser fuerte, se obligó a crear una barrera a su alrededor y una máscara de indiferencia en su rostro, porque lo que iba a hacer, oh lo que iba a hacer, podría matarlo de la agonía.

Su alma se quebró en el momento en que vio a Harry, su ángel.

Parado en medio de la playa; apreciando con admiración aquel bello atardecer, inconsciente del caos que se avecinaba con maldad, con una tenue sonrisa perfilada en su rostro con suavidad, las esmeraldas verdes de sus ojos brillantes como nunca las había apreciado solo hacían que la pesadez en su ser creciera. La tranquilidad y el sosiego se prensaban en él, y la paz que emanaba le daba un aura de pureza que no se sentía merecedor de presenciar.

Un ser tan delicado y hermoso, y Louis estaba a punto de quebrarlo.

Era un demonio después de todo.

Harry lo miró en cuanto estuvo lo suficientemente cerca como para que notara su presencia.

–Hola, Louis— su profunda voz se le clavó en el alma, como mil cuchillas pequeñas y afiladas.

Sus labios temblaron antes de que se diera cuenta, inhaló aire y levantó la mirada. Pensaba en decírselo sin más, ser indiferente y dejarlo ir, pero aparentemente su débil y caprichoso corazón no se lo permitió. En su lugar, una dolorosa y frágil sonrisa se mostró con amargura en sus gestos, sus ojos rotos y agónicos lo miraron con profundo pesar.

La expresión de Harry cambió por completo, su preocupación se hizo presente y se acercó a Louis con apuro. El demonio no le permitió hablar, su voz gastada y vacía resonó caótica.

–Mi ángel— no era un dulce proclamo, más bien, sonaba a un desesperado grito de ayuda.

Y ante sus ojos, la mirada de Harry se fue rompiendo segundo a segundo, el verde hundiéndose en un mar de cristales rotos que luchaban por caer.

–Lou— fue lo único que pudo murmurar, el único fonema que su temblorosa voz consiguió formar.

El demonio tomó un respiro que hizo sus hombros temblar, el nudo en su garganta finalmente deshaciéndose.

–Desde que tomé tu mano por primera vez— comenzó, titubeando con voz desgastada —Incluso antes de eso, yo supe que eras tú.

Los labios del ángel temblaron antes de hablar, su triste mirada mostrándose confundida.

–No entiendo, Louis, ¿pasó algo?— susurró sin fuerza.

Louis tuvo que respirar varias veces antes de poder continuar, siendo más difícil de lo que debería.

–No...— se cortó, el sollozo que ocultaba finalmente dejándose oír —No podemos vernos más.

Las palabras flotaron en el aire, el sol ya se había escondido y la luna no parecía querer mostrarse, resguardándose detrás de las nubes, tal vez deseando no apreciar aquella despedida.

Louis contempló con dolor cómo la mirada de Harry se oscureció por unos segundos y luego se cristalizó por completo, aquellos cristales en forma de agua finalmente cayendo débiles por sus pómulos quemándole la piel, haciéndoles daño a los dos en el proceso.

Entonces los sollozos de Louis también se hicieron presentes, agridulces y demacrados.

–¿Hice algo mal?— al ángel le costó hablar, inhalando con fuerza antes de poder hacerlo correctamente.

El demonio se acercó a él negando rápidamente con la cabeza, levantó su mano hasta posar su palma en la mejilla del ser angelical, sus dedos quemaron mientras secaba sus ácidas lágrimas, sin darle importancia a las propias.

–No, no es eso— se obligó a respirar y tranquilizarse antes de continuar —No eres tú, tú eres maravilloso— un sollozo escapó de sus labios —Solo que... tal vez demasiado maravilloso para mí.

Harry bajó la cabeza, quería contradecir al castaño, decirle que aquello no era verdad, decirle que Louis le hacía sentir la más profunda y desinteresada de las dichas, pero no pudo, porque mientras apoyaba más su rostro en el roce de la mano de Louis su mente se aclaró paulatinamente.

–Lo saben, ¿verdad?— más que una pregunta, sonaba a una declaración concisa.

El demonio de ojos azules asintió levemente.

–No todos pero, maldición, no quiero que te pase nada— rogó con la voz rota dejando caricias en la piel ligeramente dañada del ángel.

Ambos sabían bien, el Infierno no condenaría a un demonio por una estupidez como un pequeño desliz con un ser angelical. Sin embargo, el Cielo era otro asunto, y estaban seguros de que un simple regaño no sería el castigo decretado para un ángel que se atreve a pecar junto a un demonio.

Harry estaba atado, sus alas eran las cadenas que lo obligaban a obedecer a los celestiales. Y aún así, Harry se había puesto a sí mismo otras cadenas, más pesadas y ardientes, simulaban besos y caricias, y el rizado las había recibido con gusto fingiendo que todo estaría bien.

Y sí, tal vez había pecado de ingenuidad e inocencia, pero por Louis, por Louis hasta podría pecar de traición.

Con eso en mente, tomó la mano de Louis y besó su dorso. El demonio lo miró triste y ausente.

–Entiendo— susurró Harry, provocando la confusión en el castaño —Te estaré esperando entonces.

La emoción y nostalgia bailaron en el corazón de Louis y no pudo evitar el impulso de alzar sus brazos hasta rodear la cintura del ángel, escondiendo su rostro en el hueco entre su cuello y su hombro, soltando débiles sollozos y quemando un poco la piel de Harry con sus lágrimas. El hombre lo abrazó a sí mismo y lo atrajo con ansiedad, besando su coronilla.

–¿Un año?— preguntó tembloroso el demonio.

Harry negó con la cabeza tenuemente.

–No puedo esperar tanto— tenía la intención de sonar como una broma, pero no contó con que su voz se rompiera de la forma en la que lo hizo —Ya he esperado casi dos milenios.

Louis sí sonrió, roto, débil, hermoso.

–¿Seis meses?— volvió a preguntar, sin salir de su escondite.

–Seis meses— concordó Harry.

Acordaron así volver a verse en seis meses, era poco tiempo, sería una eternidad para ellos. Porque Harry y Louis estaban rotos, tan rotos que no podían reconstruirse a sí mismos. Las piezas faltantes de sus almas ya no estaban, se habían incinerado hasta ser cenizas que fueron arrastradas por una fría brisa de un invierno solitario. Y aún luego de conocerse, después de su primer roce lo entendieron, ambos estaban rotos, y era eso lo que hacía que calzaran a la perfección.

Ellos no podían estar separados, era indecoroso, su separación era un simple insulto a la vida. ¿Cómo lograrían calzar si se separaban? ¿Cómo encontraría Louis la paz que le daba Harry? ¿Dónde encontraría Harry la felicidad que los besos de Louis le brindaban?

Tendrían que aprender, aprender a existir en sus propias realidades únicamente con recuerdos, tendrían que aprender a encontrar dicha y a ver colores por sí mismos. Temían no lograrlo, pero lo intentarían.

En nombre del sincero amor y cariño que se tenían, lo intentarían todo.

Louis aprendería a sonreír sin Harry.

Harry aprendería a existir sin Louis.

Porque sabían que al final, tendrían los brazos del otro a los cuales volver.

Y si no lo lograban, también estaba bien, porque tenían todo el tiempo del mundo para volverlo a intentar.

N/A: Escribir esto con mi playlist sad no fue buena idea jajan't.

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