La luz que se extingue al alba

LikhiCastro द्वारा

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Todo en el paraíso funciona a la perfección, todos los seres celestiales trabajan en los proyectos del Altísi... अधिक

Capítulo 1. Bienvenido
Capítulo 2. Uno de siete
Capítulo 3. Yo seré tu guía
Capítulo 4. Él viene conmigo
Capítulo 5. La jerarquía celestial pt.1
Capítulo 6. ¿Nuevos amigos?
Capítulo 7. La jerarquía celestial pt.2
Capítulo 8. El penúltimo círculo
Capítulo 9. La tristeza de la eternidad
Capítulo 10. El comienzo del castigo
Q&A ¡Resolviendo dudas!
Capítulo 12. La forma en que ellos te ven
Capítulo 13. El castigo
Capítulo 14. Descansa
Capítulo 15. Reencuentro
Capítulo 16. Una nueva primera vez
Capítulo 17. Me tienes a mí
Capítulo 18. Perdón, fue mi culpa.
Capítulo 19. Una nueva etapa
Capítulo 20. Todos tienen un plan
Capítulo 21. Sin querer, me estoy acercando a ti
Capítulo 22. Cuídalo
Capítulo 23. Día agotador

Capítulo 11. Cayendo en la tentación

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LikhiCastro द्वारा

Advertencia, contenido +18

La luz de día despertó primero a Jofiel, a pesar de todo el caos de la madrugada, su sueño fue muy reparador, no se sentía cansado y a diferencia de los días pasados, esta vez se no sentía nervioso o molesto. Terminó de despertar cuando volteó a su lado y vio a su compañero de equipo dormir tranquilamente sobre su brazo. Su cabello todo desordenado cubría su frente y parte de sus ojos, aunque bien se podía ver esa larga línea de pestañas que los adornaban, su cara todavía se notaba algo hinchada, pero, aun así, se veía hermoso, o eso pensó Jofiel al quedarse viéndolo en silencio por un momento.

El tranquilo momento fue interrumpido por el recuerdo de que ese día todos habían sido citados a primer ahora a las afueras del palacio y por el color de la luz que lo despertó, pudo deducir que ya era tarde. —¡Ariel!, ¡Ariel!, ya es tarde, ¡levántate! —Él como pudo se puso de pie y fue ese movimiento brusco de quitarle su brazo como almohada, lo que provocó que el otro despertara. —Ya todos deben estar esperándonos, vámonos.

—¡Lo había olvidado! —Sus ojos no podían abrirse, pero tenían tanta prisa y había olvidado que no era su cama que terminó cayendo al suelo al enredarse entre las sábanas. El golpe al caer sonó tan fuerte que el otro interrumpió lo que hacía para correr a levantarlo.

—¿¡Estás bien!?

—Sí, sí, vámonos ya.

Ambos salieron corriendo hacia el punto de reunión. El más bajo todavía con su ropa de dormir y descalzo y el otro a medio cambiar, ambos despeinados y sin asearse. Justo como lo suponían, ya todos los demás estaban ahí esperándolos. No pudieron llegar inadvertidos, puesto como los esperaban, todos miraban hacia la entrada para de verlos llegar. La impresión fue mucha cuando los vieron venir corriendo en ese estado.

Para no dejarlo atrás, Jofiel se aseguró de ir sujetando a Ariel de la mano, además creyó que si llegaban juntos el regaño podría ser menor. Cuando dejaron de correr, se encontró con un montón de caras felices, pero esas sonrisas no eran porque ya estaban ahí, sino por la forma en que se habían presentado e incluso sus Maestro no pudo ocultar su expresión al concluir que ese par finalmente habían hecho las paces.

—¿Por qué llegan tarde? —cuestionó Gabriel mientras se acercaba para verlos mejor.

—Perdón —exclamó de inmediato Ariel mientras acomodaba su ropa y trataba de recuperar el aliento— es que por la madrugada...

—Fue mi culpa —interrumpió Jofiel poniéndose enfrente de su compañero para protegerlo de la mirada acusadora de Gabriel—. Yo le dije a Ariel que durmiera tranquilo y yo lo despertaría, pero me quedé dormido y por mi culpa él también llegó tarde, lo lamento mucho, si habrá un castigo que sea sólo para mí, Maestro.

Jofiel no era del tipo protector con los demás, así que todos quedaron aún más impresionados al verlo proteger a Ariel, algunos comenzaron a murmurar entre ellos y otros no podían ocultar la emoción. —No es para tanto, Jofiel, tranquilo, no habrá castigo —respondió el Maestro mientras se acercaba a él y trataba de ordenar un poco el cabello despeinado del más alto. —Ahora que ya están todos aquí, vengan conmigo, hay algo que tenemos que hacer.

En cuanto el Maestro comenzó a caminar, los demás lo siguieron, pero el equipo que llegó tarde esperó a que los demás avanzaran para ir unos pasos por detrás. —¿Por qué te echaste la culpa? —cuestionó Ariel a su compañero.

—Porque lo fue, además tranquilo, ya dijo que el Maestro que no nos castigará —Sonrió para él y fue en ese instante que se percató que venía descalzo. —¿Por qué no te pusiste algo?

—No sé, es que ya era tarde y mis zapatos no estaban cerca.

Ambos empezaron a reír, se dieron cuenta de lo mal vestidos y arreglados que estaban, sus cabellos todos desordenados, los risos de Jofiel enredados y Ariel tenía en su nuca un nudo que le hacía una forma graciosa a su cabeza. Tras tratar de arreglarse, Jofiel se puso frente al más bajo y se agachó, indicándole así que subiera a su espalda. —El piso debe estar muy frio, yo te llevo.

No tuvo que insistir mucho antes de sentirlo acomodarse. Con ambos brazos rodeó su cuello y Jofiel sostuvo con firmeza sus piernas, cuando lo tuvo bien cargado, apresuró sus pasos para alcanzar al grupo que los habían dejado atrás, aprovechó el tiempo para hablar con él y contarle algunas ideas que tenía para tratar de cumplir su misión.

—Ay, yo también quiero que me lleves —Los interrumpió el serafín pelirrojo, deteniéndolos y mirando con atención para ver de dónde podía colgarse.

—No, Samael, ya no tengo manos —recriminó Jofiel mientras intentaba quitárselo de enfrente para volver a caminar y tratar de evitar que no se le echara encima.

—No importa, yo me agarro fuerte —Ni siquiera esperó a que le dieran permiso, corrió para alcanzarlo y se acomodó enfrente, lo sujetó por su cuello y sus piernas lo rodearon también para sujetarse.

—¡No!, ¡BÁJATE! —Sólo pudo gritarle, no podía moverse mucho, no le importaba tirar a Samael, pero si se movía sin cuidado podía soltar sin querer a Ariel.

El escándalo hizo que los demás voltearan a verlos, el Maestro empezó a reír al ver sus muchachos jugar y otro osado corrió hacia ellos para unírseles.

—¡Yo también quiero!

—¡NO! —Aunque Ariel y Samael eran más bajos que Jofiel, los dos juntos ya sumaban un peso considerable, así que cuando vio que se acercaba Lucifer, comenzó a gritarle antes que llegara. —¡NI TE ACERQUES!

—Ándale, aún quepo —Lucifer se paró frente a él para impedirle seguir caminando, analizando mentalmente la posición que deberían tomar para que Jofiel pudiera llevarlos a los tres; los otros dos iban riéndose divertidos, el ánimo era bueno, así que se colocó detrás y tomando a Ariel de la cintura, lo jaló para quitárselo. —Ariel es muy chiquito, si él baja yo podría llevarlo en mi espalda y tú me llevas a mí —insistió el serafín de cabello blanco.

—¡No!, estoy llevando a Ariel porque está descalzo.

—No importa, yo puedo bajarme —propuso Ariel despreocupado, al mismo tiempo que dejaba de sujetarse de alrededor de su cuello, la situación le parecía muy divertida, por lo que no dudó en optar por la idea de Lucifer.

—No voy a poder con los tres —reprochó Jofiel, tratando a toda costa de librarse de aquel plan e incluso sujetó más fuerte las piernas de Ariel para que no se bajara, aunque fue en vano, porque Lucifer ya lo había jalado y se lo había cargado en la espalda.

Aunque continuaba quejándose, no tardó mucho en resignarse y dejar que todos se acomodaran bien sobre él, así que no le quedó de otra más que llevar sobre sí a esos dos holgazanes que arruinaron el lindo momento con Ariel. Los demás ya los habían dejado atrás, pero la plática y risas entre los cuatro hicieron de este desastre un hermoso recuerdo para todos.

El Maestro los guio hasta un cuarto apartado en la parte trasera del palacio, los hizo entrar y mientras los revoltosos llegaban, ordenó a Gabriel preparar lo que necesitaban para realizar el trabajo para el cual los había reunido. El arcángel obedeció y comenzó a preparar los instrumentos, dejando sobre la mesa una daga y una vasija vacía en forma de copa. Los que llegaron primero rodearon la mesa y mientras esperaban cuestionaban a su Maestro para que les dijera qué harían, aunque este no les respondió por el momento.

Los pasos de Jofiel eran cada vez más lentos, sus piernas y brazos temblaban, pero su orgullo le dio las fuerzas para llegar hasta aquella habitación, aun así, el cuerpo de Jofiel quedó todo entumido. Los tres que iban encima se regocijaron cuando finalmente llegaron, se bajaron y los dos serafines se fueron sin siquiera agradecer, Ariel entre risas cuestionó al otro arcángel cuando lo vio esforzándose por terminar de llegar. —¿Estás bien? —No esperó respuesta, sólo le ayudó a enderezarse y una vez que puso el brazo de Jofiel sobre sus hombros, lo acompañó hasta la entrada.

Todos se sentaron alrededor de la mesa, el Maestro al centro tomó la daga y la pasó al ser que tenía a su lado derecho. Lucifer la tomó, pero al no entender qué debía hacer con ella, sólo se quedó viendo a Jesús en silencio.

—Todos ustedes —pronunció con serenidad el Maestro— son portadores de ciertas particularidades; cada uno tiene un don que resalta por encima de todos los demás que poseen y es ese don principal lo que va a regir el resto de su existencia, la unión de todos estos será lo que le dará fuerza al nuevo Reino, así que necesitamos que viertan dentro de esta copa su sangre —En compañía de esa última frase, movió también la vasija hasta colocarla frente a Lucifer. —Tan sólo corten su palma y dejen gotear un poco de su sangre dentro.

El momento se tornó extraño, ninguno se atrevió a cuestionar al Maestro porque entendían que era él quien representaba los deseos de su Creador, así que sólo les quedaba hacer lo que Él pedía. Lucifer sintió cómo la atención se centró en él, se dio cuenta que era él quién debía darle confianza a los demás. No tardó en sujetar la daga con su mano derecha, posicionó sus manos sobre la copa y sin pensarlo mucho hizo un corte sobre su palma, dejando caer su sangre dentro de la copa. Cuando la cantidad necesaria fue depositada dentro, la vasija comenzó a brillar, aunque de forma muy tenue.

Aquellos seres celestiales quedaron asombrados, la valentía con la que Lucifer actuó les dio la seguridad para cumplir aquella tarea. Tras terminar, Lucifer siguió la dirección que le fue indicada y le pasó la daga al ser a su derecha, Belial. Este hizo lo mismo y cuando terminó pasó las cosas a Uriel, mientras más iba llenándose la copa, esta iba brillando más intensamente con los colores representativos de cada uno; Samael fue el siguiente, seguido por Gabriel, Jofiel y finalmente Ariel.

Cuando terminaron, El Maestro lo hizo también, cortó su mano y dejó que su sangre terminara de llenar la copa, que quedó desbordante. —Jofiel, Ariel, en cada nivel deberán poner una copa igual a esta, la unión de las diez será lo que mantenga el balance en el Reino. Debo decirles que no seremos los únicos, aún falta tiempo, pero cuando todo esté listo, este lugar comenzará a llenarse con más seres como ustedes, es por ello que necesitó sus poderes. De cada copa emergerá una virtud diferente para cada nuevo serafín, querubín o arcángel; ustedes, al ser los donantes de la gracia divina, estarán siempre por encima de los demás. Son ustedes los pilares que sostendrán el paraíso celestial.

Por ahora, ninguno entendió la responsabilidad que les había sido designada, algunos parecían estar más preocupados en curar el corte de sus manos o hacer que dejara de sangrar, de todas formas, eso era lo único para lo que los habían reunido, así que luego de haber acomodado la vasija en el lugar correspondiente, los dejo ir para que cada par continuara con sus respectivos oficios.

—Ahora tenemos otra cosa que hacer y ni siquiera hemos podido terminar la primera —comentó Ariel mientras terminaba de alistarse para regresar a trabajar, pues habían vuelto a su habitación para cambiarse tras terminar con la reunión de la mañana.

—Tranquilo, te digo que creo que sé cómo lo haremos, así que date prisa, sino funciona, entonces debemos pensar en algo más —respondió Jofiel con cierto ánimo y al notar que su compañero se retrasaba, fue hacía él para ayudarlo a atar sus sandalias mientras el otro terminaba de abotonar su ropa. —Listo, vámonos —Sujetó al más bajo de la mano y salieron corriendo hacia su taller, el optimismo del castaño era contagioso, por lo que ahora Ariel también se sentía positivo.

Cuando llegaron al taller, ambos levantaron los libros y pergaminos que tapizaban la mesa, sólo dejando uno abierto justo al centro de esta; se sentaron uno frente al otro y tras un suspiro que intentaba ocultar el nerviosísimo en Jofiel, este cuestionó. —¿Sí trajiste lo que te pedí?

Ariel tan sólo asintió y de inmediato sacó de sus bolsillos un relicario y un anillo con trozo de rodocrosita al centro, estas reliquias eran algo que todos tenían, pero hasta ahora a este par no se les había ocurrido utilizarlas. Ambos se pusieron los anillos y colgaron sus relicarios alrededor de su cuello; Jofiel tomó las manos de Ariel e hizo que extendiera y juntara ambas palmas, como si estuviera sosteniendo algo en sus manos, él hizo la misma pose sólo que al revés, poniendo sus manos sobre las ajenas, pero dejando un espacio entre ambos pares.

—Ariel, cierra los ojos, necesito que visualices eso que quieres crear y que hagas que brote de tus manos, ¿puedes? —preguntó con calma, lo que menos necesitaba es que el otro arcángel comenzara a sentirse nervioso, sólo le sonrió y una vez que vio que hizo lo que le indicó, pudo continuar, no sin antes también cerrar los ojos para hacer lo mismo que le había pedido él.

Tardaron en aquella posición algunos minutos, ambos se concentraron al máximo y aunque no lograban verlo, algunos destellos dorados y rosados se paseaban entre las manos de ambos. Ninguno sentía que estuvieran logrando algo, pero justo cuando Jofiel estaba a punto de desistir y abrir los ojos, pudo sentir como un ligero calor chocaba contra sus manos, la curiosidad pudo más, así que sigilosamente abrió uno de sus ojos para espiar qué era eso, la sorpresa le hizo dar un grito que ocasionó que el otro en la habitación también mirara al medio, quedando ambos igual de atónitos al ver lo que parecía crecer de las manos de Ariel.

Estaba ahí, finalmente lo habían logrado, habían creado vida natural. Una pequeña flor blanca parecía emerger del hueco de la mano de Ariel, los destellos rosados permanecían en el tallo, mientras los dorados giraban alrededor de los pétalos blancos; en esa flor podían ver claramente la función de sus virtudes, uno creando la vida y el otro regalando belleza.

—¡Funcionó, Jofiel, funcionó! —exclamó Ariel, tratando de controlar la emoción que hacía temblar sus manos.

—¡Vamos, llevémosla al maestro!

Con mucho cuidado ambos se pusieron de pie y salieron del taller tan rápido cómo pudieron, Ariel no separaba sus manos y Jofiel no quitaba las suyas de encima; mientras intentaban llegar con su Maestro, iban vociferando su logro, los que estaban por ahí se acercaron para ver la razón del alboroto y al averiguarlo, se unieron al festejo. Cuando llegaron a su destino, ya iban con el resto de sus amigos detrás, nadie podía con la emoción, los dos arcángeles parecían dar pequeños saltitos de felicidad cuando lograron mostrarle el resultado a su Maestro, él no se quedó atrás y también los felicitó.

—¿Cómo lo lograron? —cuestionó mientras con delicadeza sostenía la flor para poder verla más de cerca.

—¡Todo fue gracias a Jofiel! —respondió Ariel con entusiasmo, rodeando con ambos brazos el torso de su compañero para abrazarlo, acto afectuoso al cual se unieron los demás.

—En realidad, Maestro, fue porque ayer me di cuenta de lo malo que estaba siendo con Ariel, creo que ambos sanamos de cierta forma y mientras eso pasaba, vi cómo el anillo que me dieron comenzó a brillar, sólo supuse que podría ayudarnos.

Los demás dejaron de estrujarlo cuando vieron que el Maestro se acercaba a él, le dieron espacio y tras abrazarlo también, tranquilamente respondió. —Jofiel, tú al igual que el resto no sólo tienes un don, se los he repetido muchas veces, hay un poder en ti que otorga la iluminación mental, este poder te ayuda a aprender de tus errores, ustedes no lograron crear vida sólo porque usaron sus reliquias, sino porque lograron derribar las barreras que les impedían construir el vínculo necesario para cumplir sus misiones.

En cuanto terminó, les indicó a ambos que abrieran sus relicarios, el brillo dentro de ellos combinaba con el de sus anillos, finalmente este par habían cumplido su misión. —Estoy muy feliz al ver que podrán cumplir con su labor, su trabajo en equipo irá mejorando con el tiempo y la práctica. Gracias a ambos por trabajar tan duro, sé que lograran hacer de cada nivel un lugar perfecto, mi padre y yo estamos muy orgullosos de ustedes.

Ambos recibieron sólo elogios y muestras de afecto por parte de su Maestro y el resto de sus compañeros, todos estaban felices por ellos. Al finalizar el día, ya en su habitación, los dos arcángeles compartieron cama nuevamente y hablaron por muchas horas sobre cómo trabajarían de ahora en adelante.

Jofiel y Ariel eran peculiares, desde la noche de su reconciliación la relación entre ellos fue evolucionando para bien, un amor genuino empezó a invadir sus corazones; a todos lados iban juntos, seguían durmiendo en la misma cama, siempre que uno era designado a cierto trabajo el otro iba detrás para ayudar, poco a poco fueron perfeccionado sus habilidades y aunque en un principio era necesario que ambos fueran al mismo ritmo, pronto aprendieron a compartir sus virtudes, así que aceleraron la ornamentación de cada uno de los niveles.

No es posible saber cuánto tiempo tardaron en terminar su faena, pero fue el suficiente para lograr conocerse a la perfección, a lo largo de ese periodo aprendieron muchas cosas sobre sí mismos, acerca de sus poderes y habilidades, su función dentro del plan divino y lograron desarrollar una amistad tan fuerte como ninguna otra; ahora no sólo sus poderes se complementaban, sino que se acercaron tanto al punto en que la existencia de cada uno parecía depender del otro.

El tiempo les ayudó a madurar, los cuerpos de algunos cambiaron, unos se hicieron más altos y fuertes, otros, como el caso de Ariel, siguieron bajitos como cuando despertó. Desde un principio fueron enseñados a amar a su prójimo como a sí mismos, así que los abrazos, besos, atenciones y apapachos estaban a la orden del día, en ese entonces todos se querían, los siete eran cercanos así que se trataban con mucho respeto y afecto. A pesar de que cada uno tenía labores que cumplir, siempre que podían se ayudaban entre sí, las parejas que se habían hecho al comienzo aún persistían, pero cuando era necesario, todos trabajaban para avanzar en el proyecto.

Cada uno de los niveles habían sido diseñados, construidos y hermosamente adornados, sólo faltaba un par de ellos y aunque eran los de menor rango, el Maestro les había dado ciertas especificaciones especiales, por lo que la pareja tenía más tiempo para planificar y terminar su trabajo. Y es justo en el penúltimo nivel donde todo iba a cambiar, pronto ese par de ingenuos y su amor inocente serían percudidos con la deliciosa provocación de sus sentidos. Es como si todo este tiempo sólo hubiese servido de preparación, la cena estaba por servirse y el platillo principal sería el pecado que los condenaría al sufrimiento eterno.

—Instalemos el núcleo y después empezamos con lo demás, ¿te parece? —cuestionó Jofiel a su compañero, el cual sólo asintió, dándole la razón.

La posición del núcleo era siempre la misma, este debía ser colocado justo en el centro de cada nivel y se procedía a llenar la vasija con la sangre de todos los demás, así que el par de arcángeles voló hasta el lugar indicado y procedió con la instalación. Mientras la copa estuviere vacía no era más que un metal sin brillo, pero una vez que era colocada en el centro, parecía activar un enlace con el resto de núcleos encima suyo. Descendieron a la superficie cuando estuvieron en la zona indicada, colocaron la vasija vacía en el centro, recogieron sus alas y sin mucho apuro se arrodillaron para prepararse y verter su sangre dentro de la copa.

—A pesar de que ya lo hemos hecho muchas veces, me sigue dando miedo el cortarme —confesó Ariel mientras extendía su brazo hacia su compañero, formando inconscientemente un puchero.

—Tranquilo, sólo será un pequeño ardor —Sonrió para él, sacando del bolsillo de su delantal de trabajo una pequeña navaja y acomodando su mano justo encima de la vasija, para que la sangre fuere derramada dentro de ella.

—No es el dolor, creo que me asusta ver cómo mi sangre sale —No pudo evitar reír de sí mismo, risa que no pudo ocultar su nerviosismo ante el otro.

—¿Sí?, entonces sólo cierra los ojos —Su tono de voz era muy suave, quería darle confianza, así que se aseguró también de mantener aquella sonrisa.

—Pero se siente... —Rápidamente giró su cabeza al lado contrario al ver cómo la navaja se acercaba a su mano.

Lentamente, Jofiel hundió la navaja en la palma de Ariel y realizó un pequeño corte sobre ella, la mano temblorosa provocó que el corte no fuera muy profundo, por lo que tuvo que presionarla para lograr que la cantidad necesaria de sangre saliera. Volteó a ver al más bajo y notó cómo este daba ligeros pero constantes golpes a su rodilla, supo que estaba ansioso, por lo que trató de llamar su atención, nombrándolo en voz baja, con la esperanza de que volteara a verlo. —Ariel...

Aunque tardó unos segundos, Ariel volteó a verlo al escuchar su nombre y antes de siquiera poder decir o hacer algo, sintió cómo sus labios eran atrapados por los de Jofiel en un muy delicado, pero torpe beso. No era la primera vez que los labios de este par se tocaban, ya sea por juego, error o presión, esto ya había ocurrido previamente, pero sí era la primera vez que este acto se hacía de forma totalmente intencional, al menos por parte de Jofiel.

Le tomó algunos segundos procesar lo que estaba pasando y no porque le disgustara, sino porque la impresión le impidió reaccionar de inmediato. Ambos sabían lo que sentían por el otro, desde hace mucho se habían dado cuenta que lo suyo no se limitaba a una relación laboral o una simple amistad y aunque no sabían el origen de estos deseos, estaban conscientes de que sus cuerpos ya no estaban satisfechos con esas muestras de afecto tan superficiales, sino que lentamente iban acumulando cierta perversión que los abrazos y besos en la mejilla ya no lograban saciar, pero hasta ahora, ninguno se había atrevido a ir por más.

Pudo corresponder aquel beso antes de que Jofiel se apartara e hiciera como si nada hubiera pasado, concentrándose en detener el sangrado de la mano ajena para luego vendarla con cuidado. Ariel pudo notar lo roja que se encontraba la cara del castaño, con su otra mano cubrió su boca para ocultar la risa que le provocó, esperó a que terminara de atender su herida y no tardó en acercarse a él, rodear su torso con ambos brazos y dejar un sonoro beso sobre sus labios. Sus miradas se encontraron, las acciones de Ariel hicieron que Jofiel también sonriera, rodeó sus hombros e hizo que recostara su cabeza sobre su pecho y mientras comenzaba a derramar su sangre dentro de la copa, se aseguraba de acariciar el cabello del otro y de repartir múltiples besos sobre su frente.

El proceso terminó en silencio, Ariel hizo lo mismo con la herida de su compañero, vendó su mano y antes de soltarlo se acomodó sobre sus piernas, sentándose sobre ellas de forma que ambos quedaran frente a frente. Los brazos de Jofiel rodearon la delicada cintura de Ariel, por su parte Ariel rodeó el cuello de Jofiel, se miraron mientras sus manos comenzaban a moverse sobre el cuerpo del otro y acercaron sus rostros al punto en que podían sentir las respiraciones contrarias, finalmente fue el más bajo quien tomó la iniciativa y comenzó un beso que no tardó en ser correspondido.

La soledad les dio privacidad que necesitaban para que parte de ese deseo carnal fuere complacido con aquellos besos y caricias; no había prisa, así que se tomaron el tiempo para disfrutar cada roce entre sus labios, había tal afinidad entre ellos que no les costó tomar el ritmo correcto para que el beso fuere perfecto. La diestra de Ariel empezó a jugar con el cabello en la nuca de Jofiel, enredaba sus dedos entre aquellos rizados mechones y desordenaba el resto de su peinado.

Un suspiro pausó el beso, se alejaron sólo lo necesario para recuperar el aliento, pero cuando iban a retomarlo, un peculiar aroma a rosas llamó la atención de ambos, les tomó un momento recordar que aquel nivel estaba vacío, el olor a flores era imposible, así que rápidamente voltearon al mismo lado y al percatarse que ya no estaban solos, trataron de disimular sus acciones. Ariel de inmediato se quitó de encima de Jofiel, el castaño se puso de pie y fingió sacudir su ropa, mientras el otro intentaba no hacer tan obvia la vergüenza que sentía, bajando la mirada y haciendo como si ajustara la venda que cubría la herida en su mano.

—Wow... —exclamó Samael, sorprendido por lo que le tocó ver, pero enternecido por la reacción que aquel par tuvo. —Perdón, ¿interrumpo algo? —A diferencia de sus amigos, él no sentía la incomodidad de la situación, todo lo contrario, tenía curiosidad y estaba tan feliz que la sonrisa en su rostro no podía irse a pesar de ver lo pálidos y asustados que se encontraban los otros dos. —¿Debería volver después?

—¡No! —gritó Ariel en respuesta, no tardando en ponerse de pie y acercarse al serafín— No hacíamos nada, ¿qué haces aquí? —cuestionó tartamudeando, sintiéndose tan nervioso que empezó a tronar sus dedos. El otro arcángel tenía la mirada al suelo, se quedó inmóvil mientras intentaba pensar en una forma de explicarle a Samael lo que probablemente vio.

La risa no pudo ocultarse por más tiempo, Samael estalló en carcajadas, los arcángeles extrañados por la reacción del serafín sólo se miraron en silencio y esperaron a que el pelirrojo se calmara, no entendían si aquella risa les beneficiaba, si se reía de ellos, con ellos o por malicia, por lo que sólo aguardaron, tratando de calmar el nerviosismo en sus corazones. —¡Deberían haber visto sus caras! —Al contrario de lo que esperaban, Samael no le bajó ni un poco a la intensidad de sus risas, incluso se sentó en el suelo a reír mientras se abrazaba el abdomen.

Jofiel se acercó a Ariel y al oído susurró —No entiendo nada.

—Yo tampoco... —respondió el más bajo. —¿Estaremos en problemas? —cuestionó a su pareja con la misma voz baja, recibiendo como respuesta tan sólo una mueca angustiada.

—Son tan lindos —afirmó Samael entre risas, dio algunas palmadas al suelo al lado suyo, invitándolos a que volvieran a sentarse y continuó, ya más calmado. —Tranquilos, no diré nada, sólo vine a dejar mi sangre al núcleo y de paso a darles esto —Extendió su brazo hacia ellos y les entregó una cesta. —Es pan, lo hizo Belial y como el Maestro le dijo que le había quedado delicioso, se puso a hacer más y ahora todo el palacio está lleno de pan, creemos que ha descubierto una nueva habilidad —Mientras hablaba, tomó la navaja que los otros habían usado y cortó su palma para dejar su sangre también, suspirando profundamente para finalmente dejar de reírse de sus pobres amigos.

Jofiel recibió la cesta, pero todavía estaban muy confundidos, así que sólo se sentaron al lado del serafín y evitaron hacer contacto visual entre ellos y con Samael.

—Ustedes... —Volteó a verlos con una expresión sonriente, aquel par sólo se encogió de hombros y bajaron más la cabeza, como si estuvieran siendo reprendidos. —Lucen muy bien juntos —Alcanzó a rodear los hombros de Jofiel, quien era quien tenía más cerca, el arcángel se atrevió a por fin mirarlo y logró sentirse aliviado al ver la cálida expresión en el rostro de Samael—. Tranquilos, no están haciendo nada malo, hacen una pareja hermosa.

Ariel también pudo sentirse más tranquilo cuando escuchó la aprobación del serafín, incluso tomó la mano de Jofiel y la sujetó con fuerza. —¿Deberíamos decirles a los demás?

—Sólo si quieren —propuso Samael, al tiempo que apretaba su mano para que la sangre terminara de salir—. A quien sí deben decirle es al Maestro, él también estará muy feliz de saberlo, ambos sólo estábamos esperando a que se dieran cuenta de sus sentimientos.

—¿Tú... cómo lo sabías? —indagó Jofiel, entregándole una venda cuando vio que estaba a punto de concluir.

—Probablemente sea algún don que tengo, no lo sé, sólo lo siento —Tomó aquel vendaje y cuando la última gota que era necesaria cayó dentro de la vasija, se apresuró a enredar la venda alrededor de su mano. —Puedo percibir los sentimientos y deseos de los demás, hay algunos que no entiendo, pero hay otros, como los suyos, que puedo descifrar fácilmente, aunque entre ustedes... hay algo más que no sé cómo describir.

Ariel se acercó a ayudar al pelirrojo, vendándole bien la mano, el serafín agradeció con una sonrisa y una caricia sobre su cabeza.

—Bueno, me voy ya —Samael se puso de pie y tras sacudir sus muslos, agregó. —Los demás no podrán venir hoy, están ocupados, me dijeron que les avisara que no los esperaran.

—Excelente —respondió Jofiel, poniéndose de pie también y extendiendo su mano hacia el otro arcángel para ayudarle a levantarse. —Entonces podremos regresar al taller, todavía tenemos mucho por hacer

—¿Por qué es tan tardado esta vez? —interrogó el serafín.

—Porque, a diferencia de los niveles anteriores, en este el Maestro quiere que la tierra germine por sí misma, aún no sabemos cómo lograr eso —Esta vez fue Ariel quien despejó la duda del pelirrojo. —Así que parece que nos tomará más tiempo que los niveles anteriores, ni siquiera hemos decidido cómo va estar todo organizado.

—Suena difícil...

—Lo es —respondieron al unísono.

—Entonces no les quito más tiempo, sigan trabajando... —Los apuntó con el índice y tras mirarlos seriamente por unos segundos susurró— Pero de verdad trabajando, eh.

Los tres comenzaron a reír, la aceptación que les dio Samael hizo sentir más cómodos a los otros dos, además sabían que con él su por ahora secreto, estaría a salvo; no importaba la personalidad traviesa del serafín, Samael era muy bueno siendo discreto con asuntos importantes. Finalmente se despidieron y ambos recibieron un cálido abrazo por parte de su amigo aunado a un fraternal beso sobre sus frentes, sólo vieron cómo se desvanecía de repente, dejando tras de sí aquel característico humo carmín.

El par que se quedó en el penúltimo nivel recogió las herramientas que habían utilizado para llenar el núcleo, Ariel se encargó de llevar consigo la cesta y sin perder más tiempo, regresaron a su pequeño taller, mismo que por el momento fungía como hogar para ambos. Este círculo celestial era particularmente más grande que el resto, por lo que ellos acordaron transportarse hacia todos lados usando sus alas y así acortar el tiempo del camino de regreso. El retorno fue muy tranquilo, las mentes de ambos fueron absortas por pensamientos y preocupaciones personales, no sabían cómo aquellas inseguridades habían llegado de repente, pero los distrajeron tanto que ninguno se dio cuenta de lo pensativo que se encontraba el otro.

Cuando llegaron a su taller, descendieron y entraron sin tardar; Ariel dejó sobre la única mesa aquella cesta de pan y sin decir nada más se dirigió hacia el pequeño cuarto donde podían asearse; Jofiel por su parte se quedó sentado a la orilla de la cama, restándole importancia a lo demás y centrándose en tratar de resolver aquellos pensamientos que lo carcomían por dentro. Pasó un tiempo considerable hasta que ambos estaban listos para ir a dormir, sin que se dieran cuenta la noche había caído y tenían que ir pronto a descansar, pero había algo raro, los dos se sentían extraños.

Sin saberlo, fue la privacidad de las paredes lo que despertó aquel espíritu venenoso que pronto corrompería la pureza de su amor. La semilla había sido sembrada en cuanto el espíritu tentador que habitaba en Samael detectó los deseos más profundos y oscuros que habitaban sus corazones, no fue intencional, a decir verdad, ni el serafín conocía que tenía tal poder y lo invasivo que podía ser este cuando encontraba el depositario indicado para actuar. La prueba estaba por comenzar, todos en algún momento debían probar la fortaleza de su espiritualidad y el momento de Jofiel y Ariel había llegado. La ponzoña no sólo despertaba el instinto carnal, sino que, dependiendo de cuáles eran los deseos de cada uno, este llenaba su mente con la información necesaria para cumplirlos.

No era la primera vez que dormían juntos, tampoco la primera en que se veían con tan poca ropa, pero había algo que lo hacía sentir diferente está vez. Claramente ambos se sentían avergonzados, o ese era el sentimiento que mejor podía describir las nuevas sensaciones que sus cuerpos estaban experimentados, solían dormir abrazados, usualmente era Jofiel quien rodeaba el delgado cuerpo de Ariel al acostarse, pero ahora le estaba costando incluso el acercarse a él. En los ojos de ambos destacaba un ligero destello rojo, ninguno la había notado todavía, pero era esa luz tan tenue la que indicaba que ambos estaban siendo incentivados a continuar, a darles a sus cuerpos la satisfacción que tanto anhelaban.

—¿Por qué tu cara está tan roja? —cuestionó el castaño tras finalmente atreverse a tocar el rostro de Ariel, aunque sin darse cuenta la suya también estaba ruborizada.

Exhaló tan fuerte que pareció por un momento perder el aliento, Ariel se limitó a negar mientras imitaba las acciones del más alto, aunque él fue más valiente y segundos después hizo descender su mano sobre su costado, dejando pasear su mano hasta por su espalda. Sus miradas se mantenían fijas en la del otro, el silencio prevaleció en la habitación al punto en el que lo único que se podía escuchar eran sus alteradas respiraciones ir al ritmo de los acelerados latidos de su corazón.

—Quiero...

—Shhh —El índice de Ariel no le dejó terminar, este se posó sobre sus labios para silenciar cualquier intento de comenzar una conversación que, al menos para el arcángel más bajo, era innecesaria en el momento. Este sonrió sutilmente al notar cómo Jofiel no trató en continuar sus palabras, podría ser más bajo y físicamente más débil que su pareja, pero controlaba su voluntad sin problema. Su índice fue sustituido por el pulgar y se ocupó en delinear la comisura de sus labios, mientras se movía para por fin acortar la distancia entre ambos.

Tras tanta tensión, uno de ellos finalmente cayó y dejó que fuere su cuerpo quien le ordenara qué hacer de ahora en adelante. Jofiel inició besándolo, acto al cual Ariel cedió sin presión; el castaño deslizó su mano para acomodar la pierna ajena sobre las suyas, movió la propia hasta topar parte de su muslo contra la entrepierna de Ariel y poco después comenzó a frotarse contra él; para asegurarse de mantenerlo en aquella posición rodeó su cintura y lo pegó a él, dejando al más bajo con muy poco espacio para siquiera moverse.

Ariel estaba decidido y aunque Jofiel fue quien tomó la iniciativa, él tampoco se quedaría atrás. Dejó que tomaran aquella posición, gustaba de sentirse acorralado por él, la presión que comenzó a sentir en su entrepierna le llamó la atención y aunque trató de no detener el movimiento de sus labios sin darse cuenta este fue interrumpido por un peculiar sonido que hasta el momento su boca no había emitido o al menos no con el significado del momento.

—Justo cuando creí que tu voz no podía ser más linda... —Jofiel no le dio oportunidad para responder, sonrió satisfecho ante el gemido que escuchó y volvió a besarlo, haciendo más constante el movimiento de su pierna contra él. Sus manos parecían moverse solas, hasta ahora se había conformado con acariciar cada parte de su espalda, pero cuando bajaba hasta el resorte de su pantalón, algunos dedos alcanzaban a escabullirse dentro de él.

Ambos pudieron sentir cómo allá abajo comenzaba a ponerse más rígido, incluso Ariel se dio cuenta que su ropa se había humedecido repentinamente; se sentía bien, desde los deliciosos labios de Jofiel hasta las caricias que le daba, eran la combinación perfecta, pero aun así sabía que no era suficiente. Quería tocarlo también, imitó las acciones del más alto, sólo que, en lugar de usar su pierna para frotarla contra su entrepierna, Ariel optó por tocarlo directamente con su mano, la tela era delgada, por lo que fácilmente pudo sentir el tamaño.

Al castaño no le disgustó lo que sintió, dejó que continuara y tomó sus acciones como una invitación a ser más íntimo. Detuvo el movimiento de su pierna al mismo tiempo que dejó de besarlo, bajó la mirada para ver, la poca luz que el cielo estrellado dejaba entrar a través de la ventana al lado de su cama lo alumbró lo suficiente para notar cómo en ambos resaltaba un bulto debajo de la zona que sus manos frotaban. Su mirada ámbar se encontró con ese par de hermosos y brillantes ojos color melocotón, era la primera vez que se miraban de esa forma, el deseo que desbordaban se trasmitía entre ellos con tan sólo verse, ambos estaban seguros de continuar, los dos necesitaban tener más del otro, incluso el vaho que ambos despedían era visible con la cálida luz blanca de las estrellas.

En un rápido movimiento, Jofiel se acomodó sobre Ariel y antes de tomar lugar entre sus piernas lo desprendió de la ropa restante que vestía. Hasta hace unos segundos parecía tan audaz y decidido, pero al ver el cuerpo desnudo de su amado aunada a aquella expresión corrupta que nunca antes había visto en su rostro, se bloqueó por un instante a causa de los nervios. Ariel estaba expuesto ante él, el ser de cabellos rosados comenzó a sentirse avergonzado por la forma en que el otro lo veía, usó el dorso de su mano para cubrir parte de su rostro y desvío la mirada a un lado. Jofiel reaccionó cuando él arcángel intentó juntar sus piernas, puso sus manos sobre ambas rodillas para impedirlo y tras volver a separarlas, se inclinó hacia el más bajo. Sujetó su muñeca para mover su mano con el fin de poder volver a ver su rostro, le dedicó una sonrisa y tras besar sus labios, cambió de lugar para empezar a atender el resto de su cuerpo.

De sus labios bajó hasta su cuello, justo en la unión de este con su hombro empezó a repartir besos, incluso lo mordió para tratar de dejar algunas marcas sobre su piel. Ariel no se oponía a lo que él le hacía, su cuerpo estaba descubriendo nuevas sensaciones y hasta el momento estas le gustaban, mantuvo sus manos a los costados de su cabeza, estaba dispuesto a entregar su voluntad a los deseos de Jofiel. Mientras sus labios trabajaban sobre el cuello y hombros de su pareja, bajó su mano hasta poder sujetar su miembro y sumar a sus atenciones los movimientos de su mano sobre este. La ya de por sí hermosa voz de Ariel sonaba más dulce cuando de entre sus labios emergían aquellos gemidos, el silencio en el ambiente fue suplido por esas expresiones de placer, había sido enseñado a no esconder lo que sentía, así que no se preocupó por si su voz era muy ruidosa, después de todo, sólo estaban ellos dos ahí.

Las reacciones que obtenía de Ariel fueron perfectas, le convencían a continuar; cuando terminó en su cuello, descendió hasta su pecho, los besos no se hicieron esperar, era como si quisiera cubrir cada centímetro de su piel con marcas de sus labios. Con el pulgar de su mano libre tocó despacio uno de sus pezones y al hacerlo fijó la mirada de vuelta en el rostro de su pareja, a pesar de todo, quería asegurarse de que cada acto que realizara fuera del total agrado del otro. Lo que pudo ver le maravilló, no sabía que aquel rostro tan tierno podía realizar una expresión tan seductora, sonrió complacido y no dudo en continuar. No se entretuvo mucho, quería llegar pronto a su entrepierna, pero también deseaba conocer la sensibilidad de cada parte de su cuerpo.

Ariel tenía la mente en blanco, no podía ni quería pensar en lo que estaba pasando, su cuerpo sentía demasiadas cosas como para poder darles nombres y eran justo estas nuevas sensaciones las que no le dejaban razonar; notó cómo cada que un beso o caricia se realizaba sobre ciertas zonas sensibles un escalofrío lo recorría, a veces su piel se erizaba y estos eran acompañados por espasmos producidos a causa de los movimientos sobre su miembro. Cuando Jofiel encajaba sus dientes sobre su piel le era imposible no sentir dolor, incluso se quejaba un poco cuando estas mordidas eran más fuertes, pero no era algo que le molestara, no sabía por qué, pero ese dolor le gustaba, lo excitaba más; se dio cuenta que había aprendiendo más sobre su cuerpo en estos momentos que en todo lo que llevaba existiendo.

La temperatura de sus cuerpos, aunada a la del ambiente los habían hecho sudar, así que las mejillas de ambos se mantenían ruborizadas; las piernas de Ariel temblaban en reacción a esos movimientos producidos con el pulgar de Jofiel sobre su glande, había un hormigueo en su pelvis que le inquietaba, lo más similar con lo que pudo compararlo fue a eso que sentía cuando tenía ganas de orinar, pero no podía distinguir si lo que quería salir no salía porque no podía o porque inconscientemente estaba resistiéndose a expulsarlo. Su respiración era agitada, por momentos bajaba la mirada para ver las acciones del otro y lograba sonreír al notar a su pareja tan entregada en hacerlo sentir bien, terminó bajando su diestra para posarla sobre la cabeza de Jofiel y acariciarlo.

Todas las reacciones que obtenía por parte de Ariel le complacían, al sentir sus caricias también le dedicó unos segundos para mirarlo y regalarle una sonrisa; cuando llegó a su abdomen reprodujo sus acciones anteriores, las coloradas marcas de mordidas resaltaban mucho por la pálida piel del más bajo, pero esto no detuvo su tarea de averiguar las zonas más sensibles de su pareja y aunque tenían mucho por delante, quería aprender sobre él lo más que le fuera posible.

—Me haces cosquillas —Aunque Ariel trató de no reír, le fue imposible cuando Jofiel empezó a besar su abdomen, lo hizo de forma muy tenue, esa risa no arruinó el momento, en cambio lo hizo más tranquilo.

—¿No te gusta? —cuestionó Jofiel, deteniendo sus acciones y mirándolo con calma, sonriéndole mientras se limitaba a acariciarlo suavemente, aún a sabiendas de que estas caricias probablemente también le causarían cosquillas.

—Me gusta mucho —Movió su mano hasta poder posarla sobre la mejilla de su pareja, acarició su rostro, pasando su mano sobre su frente para descubrirla y subirle el flequillo que le impedía ver bien sus ojos. —Me gustas mucho...

—Cuando haga algo que no te guste, debes decírmelo —Sujetó la mano que le acariciaba y dejó un beso en ella. Retomó sus acciones tras sus palabras, yendo directamente hacia su pelvis. Su rostro quedó justo a la altura de su miembro, el cual dejó de estimular, esta cercanía avergonzó a Ariel, por lo que sólo encogió sus hombros. —No haré nada que no quieras —Entrelazó los dedos de ambas manos, se movió un poco y empezó a besar la parte interna de sus los muslos, aunque por momentos era su lengua la que los recorría, dejando rastros húmedos sobre su piel; su mano libre se encargó de mantener separadas sus piernas al sostener uno de sus muslos con la fuerza necesaria para mantener quieta su pierna.

Ariel observó con atención las acciones de Jofiel sobre su cuerpo, sus piernas temblaban un poco y finalmente pudo notar cierto líquido saliendo de su miembro, a la distancia parecía algo viscoso no era mucho, por lo que le restó importancia. Reaccionó con sorpresa cuando vio las intenciones del otro. —¡No! —interrumpió justo antes de que Jofiel empezara la felación. El arcángel se detuvo de inmediato, cumpliendo las palabras que antes había mencionado, no se movió, sólo esperó a que su pareja terminara. —¿Puedes usar sólo tu mano... al menos por ahora?

Jofiel no tardó en hacer lo que Ariel le pidió, no le molestó el ser detenido, pero le sorprendió aquella reacción tan repentina. —¿Así? —Repitió la forma en la que lo estaba tocando previamente, incluso lo hizo más lento, sólo que esta vez mantuvo un ritmo más constante en el movimiento de su mano, pero siguiendo la misma orientación que antes, yendo de arriba abajo.

Los ojos de Ariel se cerraron con fuerza, sus hombros volvieron a encogerse e incluso sus piernas se movieron con más fuerza, ese hormigueo en su pelvis empezó a hacerse más molesto. —¡Detente!... —Sujetó la mano de Jofiel, deteniéndolo; se incorporó y al sentarse, se alejó un poco de él, estaba inesperadamente más exaltado que antes.

El castaño no pudo ocultar el pánico, en su mente comenzó a cuestionarse qué fue lo que hizo para obtener esa reacción. —Ariel, perdóname, ¿hice algo malo?, lo siento mucho... —preguntó preocupado, algo desesperado empezó a ver a todos lados, mientras repetía sus acciones en la cabeza, para ver si lograba encontrar en qué lo había molestado. Sus miradas se encontraron, pero ambos estaban claramente avergonzados así que sólo bajaron la cabeza, suspiró y terminó desistiendo, Ariel no le respondía, así que se estiró para tomar la sábana con la que dormían, la desdobló y sin preguntar más, cubrió al más bajo. —Podemos detenernos, no es necesario continuar si no quieres...

Al sentir la sábana sobre sus hombros reaccionó y se dio cuenta que Jofiel había malinterpretado sus palabras, no era para menos, reaccionó de forma muy inesperada y el que no dijera nada estaba empeorando la situación. —¡No es eso! —Con ambas manos sujetó el rostro de su amado, el cual levantó para poder verlo a los ojos.

—No quiero que te sientas obligado, perdóname, ya no volverá a pasar —Sin importar cuánto estaba disfrutando el momento, tenía muy en claro que lo más importante para él siempre iba a ser el bienestar y la comodidad de Ariel; sostuvo sus manos y besó el dorso de cada una, trató de mantener una sonrisa, para regresarle la confianza al más bajo. — Ariel, ¿quieres que me vaya?

—¡Que no es eso! —La preocupación de Jofiel le hacía sentirse más nervioso y aunque sonreía en su mirada pudo notar el arrepentimiento que el otro tenía, lo conocía muy bien, no le podía ocultar nada. El momento se tornó incómodo, se sentía avergonzado y no sabía cómo decirle lo que quería, suspiró profundamente, le hizo soltar sus manos y volvió a acercarse para abrazarlo, escondió su rostro en el hombro ajeno y pudo obtener el valor para ponerle fin a la situación. —Me gusta mucho todo esto, no quiero que te detengas ni que me dejes, es sólo que yo también quiero tocarte, perdón, reaccioné muy mal.

Jofiel sintió como su alma volvió a su cuerpo, lo primero que se le vino a la mente fue corresponder aquel abrazo, estrujándolo con fuerza, realmente se había asustado y también notó que el pavor les hizo exagerar la situación a ambos. Se alejó lo suficiente para verlo, no dejó que sus brazos dejaran de rodearlo, besó sus labios y ahora fue él quien usó el hombro del contrario para recostar su cabeza. —Somos muy torpes todavía...

Tras aclarar el malentendido, ambos quedaron desnudos frente al otro, las ansias no les permitían esperar más. Jofiel se sentó y recargó su espalda en la pared detrás de él, hizo que Ariel se sentara sobre sus piernas en la misma posición en la que más temprano habían sido descubiertos por su compañero. Aunque sus labios estaban ocupados besándose, las pequeñas manos del más bajo empezaron explorar el cuerpo de su amante, deslizándose primero sobre los músculos de su torso y dejando que sus índices jugaran un poco con sus pezones; pudo sentir que en su vientre ambos miembros se frotaban entre sí, quiso continuar con el húmedo juego que sus lenguas sostenían, pero el más alto lo interrumpió.

—Hazlo tú... —Guio la mano de Ariel entre los dos y le hizo sujetar ambas erecciones, sus dedos apenas alcanzaban a rodearlos, pero le incitó a mover su mano para que los dos fuesen complacidos con su suave tacto. Finalmente, la voz de Jofiel pudo ser escuchada, su cuerpo no se cohibía en demostrar cómo se sentía y aunque esos quejidos sonaban muy diferentes a causa de su gruesa voz no tardaron en ser acompañados por los del otro.

Toda la situación era lo que hacía esto tan exquisito, no habían llegado más allá que al sólo tocarse, pero era más el momento íntimo entre ambos lo que incrementaba la pasión de sus cuerpos. Ariel usó su mano libre para sujetar el rostro del contrario de su mentón y hacer que volviera su mirada a él, cuando tuvo su atención retomó el beso que la impaciencia del otro arcángel había detenido y aunque le parecía complicado hacer bien las dos cosas a la vez, se esforzó para cumplir ambas, aun cuando en ocasiones de su mano se resbalaba el falo de su pareja o el suyo.

La desesperación pudo más y Jofiel sumó su diestra a las acciones del más bajo, la forma en que sujetaba y frotaba ambos penes fue más ruda que la anterior, asumió que, si él sentía algo dentro suyo que parecía querer estallar, Ariel estaría igual o tal vez más ansioso por el estímulo previo que recibió y no estaba equivocado. El arcángel de cabello rosado parecía perder la fuerza de su mano, fue deteniéndose y dejo caer su cuerpo sobre el otro, recargó su cabeza sobre su hombro y aunque no apartó su mano del lugar, cedió el trabajo a su pareja. Esos espasmos empezaron a hacerse más continuos en los dos, Ariel se aferró al otro abrazándolo con fuerza y Jofiel lo rodeo de la cintura para mantenerlo cerca y quieto.

De un momento a otro la habitación quedó en silencio, esos segundos que duró el orgasmo fueron para ambos espectaculares, sintieron toda esa carga dentro suyo desvanecerse poco a poco, el alivio que les provocó dejar de sentir esa presión concluyó con ambos eyaculando a la par, se parecía a un calambre, pero sin dolor, todo lo contrario. Era difícil pensarlo, sólo concluyeron que eso fue algo que nunca antes habían sentido

Su mano quedó sucia con la combinación del semen de cada uno, gotas blancas se notaban sobre sus piernas, parte de su abdomen e incluso mancharon la sabana cerca suyo. Su mano se movió un par de veces más, exprimiendo lo último que sentía faltaba por salir, esto hizo que Ariel se estremeciera y tratara de juntar sus piernas; sintió la necesidad de calmarlo, así que la mano que tenía sobre su cintura empezó a acariciar lentamente su espalda, descubriendo que la piel del más bajo continuaba erizada.

No sabían que al terminar esa relajación que sentían terminaría por provocarles sueño; sus cuerpos quedaron adormecidos y aunque la agitada respiración les impedía cruzar palabras, entendieron que habían comenzado a escalar sobre una cumbre en la cual ya no habría retorno. La voluntad de sus mentes desde hace rato había sido dejada de ser guiada por el espíritu corrupto de Samael, habían actuado por sí mismos y en el acto descubrieron que su amor les entregó una nueva necesidad la cual aprenderían a saciar mediante la libertad carnal.

—Te amo, Ariel...

────・:✧∙✦∙✧:・────

Una fuerte presión en el pecho hizo que Ariel despertara y se sentara de golpe, la oscuridad no le dejaba ver mucho, cuando volteó a su lado estaba Miguel todavía durmiendo. Sentía su frente húmeda por el sudor, cuando quiso limpiarla con su mano logró sentir que sus mejillas también estaban mojadas, el sueño que tuvo le había hecho llorar, al recordarlo sintió cómo se formaba un nudo en su garganta y las ganas de llorar regresaban, así que sigilosamente se levantó y salió de la cabaña. Afuera hacía frío, el aire que corría chocó contra su rostro y la luz de las estrellas iluminó un estrecho sendero, el cual descalzo siguió.

Cada paso dolía más, la presión que sentía en el pecho se volvía más fuerte y sus lágrimas habían empezado a derramarse desde que logró estar solo. Tras caminar algunos metros lejos encontró aquel lugar que él y Jofiel habían reservado para ellos dos, ese lugar sólo existía para ambos, a la mirada de cualquier otro ser no sería más que un espacio lleno de árboles y flores comunes, pero para la pareja fungía como lugar de escape, en ese sitio habían ocurrido muchas cosas, ocultaba tantos secretos y desprendía tantos recuerdos que terminaron por lograr derrumbar a Ariel. Todo este tiempo no había dejado de sentir dolor, desde que habían sido castigados aprendió a vivir con él, pero este era muy diferente, estaba lleno de desesperanza e incertidumbre, todo lo agobiaba y que Jofiel estuviere a punto de ser destruido fue la gota que derramó el vaso.

Esperar era lo único que podía hacer, llorar erala única forma que tenía para desahogarse y regresar a aquel lugar le ayudaba a no desistir, sólo se sentó en el césped y se recargó en un tronco, abrazó susrodillas y dejó que sus lágrimas cayeran, debía hacerse a la idea de que su nuevocastigo tan sólo estaba por comenzar. Lo comprendía, la eternidad podía ser muy dolorosa.

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