El dulce adagio ✔️

By GisyRipoll14

60.2K 6.3K 1.3K

🥈Finalista Wattys 2021🥈 Catarina -Cate- Ferri es una bailarina italiana que lleva más de la mitad de su vid... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Epílogo

Capítulo 6

2.9K 331 69
By GisyRipoll14

Bruno estaba tan feliz como un niño. La había besado —un beso maravilloso— y ella lo había correspondido. De no haber sido por los fuegos artificiales, no se habría apartado de su lado. Eso le hacía albergar esperanzas, aunque sabía que debía ser muy cuidadoso para no espantarla.

Se levantó de la mesa y se colocó a su lado. Vieron juntos en silencio por al menos unos quince minutos, el colorido de los fuegos explotar frente a sus ojos. Era un hermoso espectáculo, pero él prefería sus besos. Bruno recostó su cabeza en el hombro de ella, y aguardó paciente a que cesaran los estruendosos juegos de color.

—¿Podemos marcharnos? —le preguntó ella con voz queda.

Él asintió, dándole un fugaz beso en la frente.

—Sí, vamos.

No quería presionarla, no pretendía llevarla al punto de darle un nombre a aquello que ambos experimentaban, porque no quería que las prisas terminaran lo que hasta entonces estaba en ciernes.

Bajaron en silencio hasta la terraza de la planta bajo. La animación seguía, el lugar continuaba repleto de personas, pero Bruno no quiso marcharse sin antes despedirte de Giulio. Le agradeció por la invitación, y le dio otro abrazo. El hombre sonrió observando a Cate a su lado, y añadió que hacían una bonita pareja. Bruno no lo sacó de su error y Cate se ruborizó apenada. Sabía que su silencio se hacía cómplice de algo que en realidad no podría suceder.

Bruno encontró un taxi y dio la dirección de Cate. No hablaron mucho durante el trayecto, salvo para decir que había recibido un mensaje de Isabella y que ella y Pablo iban rumbo a la casa también. Eso lo hacía sentir más tranquilo, pero por otra parte la ansiedad de lo que podría suceder a continuación lo ponía nervioso, algo impensado en un hombre que pasaba de los treinta años.

Al llegar a la casa, Bruno despachó el taxi y le pagó. Cate lo miró asombrada:

—¿No quieres que el taxi te espere y te lleve a casa? —le preguntó. Por un momento creyó que él pretendía pasar la noche en su casa.

—Regresaré caminando, lo prefiero —contestó él colocando el dinero en la mano del conductor.

No pensaba dormir en casa de Cate, eso jamás pasó por su cabeza, pero al menos creyó que podrían disfrutar de algún momento de intimidad en el salón de la casa. Necesitaba saber que las cosas estaban bien entre ellos, y un nuevo beso tal vez le brindara la paz que necesitaba para conciliar el sueño esa noche.

Atravesaron el jardín y Cate se quedó de pie frente a la puerta. Él comprendió que la velada terminaría ahí, y aunque estaba un tanto decepcionado, pensó en darle un beso de despedida justo allí.

Cate lo detuvo colocando sus manos sobre el pecho de él y apartándolo con suavidad. Sus ojos le rehuían y volvía a tener la garganta seca, así que hizo un esfuerzo por volver a encontrar las palabras oportunas.

—Bruno, lo siento. Lo que sucedió esta noche fue un error.

Él estaba por completo descolocado con aquella frase.

—Cate, sé que estás asustada, pero no tienes por qué estarlo; te prometo que no haré nada que no quieras e iremos despacio, pero por favor no huyas de mí.

Ella negó con la cabeza.

—Fue una noche preciosa, pero no puedo darte esperanzas. No quiero ni puedo involucrarme contigo. Sería un error…

—No lo entiendo… —Jamás se esperó una reacción así—. Sé que apenas nos conocemos, pero no puedes negar que algo muy fuerte está sucediendo entre nosotros. No puedes apartarte así, pretender que no sucedió nada, porque ambos lo sentimos.

—Perdóname, pero yo no siento lo mismo que tú —mintió—. Estaba vulnerable, eres un hombre amable, atractivo y que me admira, por lo que sucumbí a tus atenciones y al beso, pero estar contigo no es algo que yo desee. No quiero verte más, Bruno.

Recibió aquellas palabras como una fuerte bofetada. Lo había herido en su amor propio, y echado por tierra toda su autoestima. Bruno meditó un instante las palabras de ella, y se sintió perdido. Por dignidad, no insistiría más.

—Siento entonces haber malinterpretado las cosas e insistido. Buenas noches —le dijo mientras le daba la espalda.

Cate se sentía muy mal, pero sabía que hacía lo correcto al no darle esperanzas. No se volteó para verlo partir, la situación por sí sola ya era demasiado incómoda. Abrió la puerta, se descalzó y entró a la casa. Le sorprendió advertir que las luces del salón estaban encendidas y entonces vio a su madre, que se levantaba del sofá para ir a verla.

—¡Cate! —exclamó dándole un fuerte abrazo.

Su hija escondió el rostro en su hombro y comenzó a llorar. Las lágrimas que había guardado durante mucho tiempo, las lágrimas que había contenido frente a Bruno unos instantes antes, brotaron al fin indetenibles.

—Cariño, no llores… —le calmó Gabriella pasándole la mano por su cabellera oscura—. Ven, vamos a sentarnos en el sofá.

Cate la acompañó y se enjugó las lágrimas. Se sentía mejor luego de haberse desahogado.

—¿Cuándo llegaste? ¿Por qué no me dijiste nada?

—Llegué hace unas horas, quería darte la sorpresa. Cuando entré a la casa vi que no estabas, te llamé al celular, pero lo habías dejado en la habitación.

—Es cierto, lo olvidé. Fui con Pablo y unos amigos a la celebración de San Giovanni, pero de haber sabido que vendrías no habría salido. —Hubiese sido mejor no haberlo hecho.

—Valeria me lo dijo. Me preocupé y llamé a casa de tu tía y Valeria me puso al corriente. Me alegra que hayas ido a despejarte un poco.

—Y a mí que hayas llamado a casa de la tía.

Gabriella se encogió de hombros, aquella era una antigua disputa, pero no era momento de tratar ese asunto.

—Dime cómo estás, Catarina. ¿Cómo te sientes?

—Estoy bien, mamá. Tengo algunos mareos y algo de vómitos en la mañana, pero fuera de eso me siento bien.

—¿Has ido al médico?

—No.

—¿Cómo estás convencida de que estás embarazada? —Ella todavía no podía creerlo.

—Me faltó la menstruación y me hice dos test de embarazo; luego fui a la clínica en Nueva York y me hicieron un análisis de sangre que lo confirmó. Cuando el médico me iba a agendar una consulta me negué, pues ya tenía la idea de viajar y prefería hacerlo aquí. Estoy segura del embarazo, mamá; mi cuerpo ha cambiado: tengo síntomas y he engordado un poco.

—Sigues igual de delgada. Tienes que alimentarte bien e ir al médico —le dijo Gabriela preocupada.

—Valeria me va a ayudar…

—Lo sé, me lo dijo, pero ya yo me adelanté y tenemos una cita para este jueves en un buen hospital con el doctor Petrucci.

—Gracias, mamá.

—No te preocupes, yo iré contigo. He pedido una semana en el Royal para poder apoyarte.

Cate le dio otro abrazo a su madre.

—Me has hecho mucha falta, pero no quiero perjudicar tu trabajo.

—¡Tonterías! En unos meses mi contrato se vence y no lo renovaré. Me mudaré a Varenna y estaremos juntas en esto, te lo prometo. Yo sé que te ha tomado de sorpresa y a mí también, pero será algo bueno, siempre y cuando la criatura no me llame “abuela”. ¡Soy demasiado joven!

Cate sonrió y le dio un beso en la mejilla.

—Te confieso que no esperaba que fueras tan comprensiva, mamá.

Gabriella continuó acariciándole el cabello.

—Te conozco, Cate. Eres responsable, y no me parece que esto haya sido un accidente. Por favor, dime la verdad…

Cate se recostó en el sofá y cerró los ojos. No sería fácil para ella hablar de aquello, pero sabía que a su madre tenía que confesarle la verdad.

Bruno había dormido muy mal a causa del rechazo de Catarina. Lo peor de todo era que no la comprendía… Ella había temblado en sus brazos, sintió cómo le correspondía el beso y lo había disfrutado tanto como él. ¿Por qué entonces ser tan inflexible? ¿Por qué decirle que no quería lo mismo? ¿Por qué darle el golpe de gracia aduciendo que no quería verlo más?

—¡Pues juro que no me verá más! —exclamó frustrado levantándose de un salto de la cama—. Nunca más.

Bajó de desayunar. Chiara e Isabella todavía estaban durmiendo. La primera dormía más a causa del embarazo; la segunda porque luego de llegar a casa se quedó en el porche junto a Pablo por un par de horas más. Tal vez Cate tuviera razón y algo hubiese sucedido entre ellos aquella noche. Al parecer, Pablo había tenido más suerte que él que se llevó el más horrible de los desplantes.

Luca estaba haciendo café para los dos; le había brindado llevarlo a Milán ya que tenía un par de pendientes en la ciudad, así que Bruno aceptó. Sería más cómodo que tomar el tren y tal vez en unos días su auto estuviera reparado. Esperaba que así fuese.

—Traes muy mala cara —le espetó su cuñado colocando frente a él la taza de café—. ¿Qué tal la cita?

Bruno frunció el ceño.

—¿Qué cita? —replicó con malhumor.

—Bella y Pablo le dijeron anoche a tu hermana cuando llegaron que habías salido con Catarina. Llegaste después de las doce de la noche… Si eso no es una cita, no sé entonces qué cosa fue.

—No fue una cita, y no sabía que ustedes estaban controlando mis pasos en lugar de los de Isabella.

—Bella es una chica responsable y juiciosa, además Chiara no le quita los ojos de encima. Sin embargo, tu interés en la bailarina no deja de ser una gran novedad —insistió Luca untando una tostada con mantequilla.

—No tengo ningún interés —respondió—, y no pienso verla más.

—Las mejores cosas son las que llevan tiempo y esfuerzo, querido cuñado —le dijo Luca mirándolo fijamente a través de sus espejuelos de pasta—. No te desanimes si las cosas no salieron exactamente como tú querías. Chiara opina que esa chica vale la pena y a todos nos gustaría verte feliz otra vez.

Bruno no respondió de inmediato. Terminó de bajar su café y de comer su tostada.

—No hay nada. Es cierto que existía interés de mi parte, pero ella ha dejado muy en claro que no siente lo mismo.

—Lo lamento —contestó Luca dándole una palmada en la espalda—. De todas maneras, pienso que no deberías darte por vencido. Si accedió a salir contigo anoche es porque algo sucede. A veces las personas tardan un poco en conocer realmente su corazón. ¿Recuerdas lo preocupado que estuve porque pensé que Chiara regresaría con el tal Giulio?

Bruno no pudo evitar reírse.

—Precisamente anoche llevé a Cate a La Dolce Vita.

Luca frunció el ceño y lo señaló con el cuchillo de la mantequilla.

—Eres un traidor —le acusó con una sonrisa—. Fuiste al terreno del enemigo.

—¡Por favor, Luca! Chiara te adora, es imposible que albergues celos a estas alturas.

—Celos no, pero es la mujer de mi vida y tengo que tener los ojos bien abiertos —añadió tocando los cristales de sus gafas.

—Haces bien. ¿Ya nos vamos?

Luca asintió y tomó de la encimera de la cocina las llaves de su auto.

Cate despertó temprano. Había tenido un sueño intranquilo, en el que revivió el beso compartido con Bruno una y otra vez… Despertó empapada en sudor y se dio un largo baño. Al menos su madre estaba en casa, ese era un buen motivo para estar más animada, ¿por qué entonces se sentía tan desalentada? Por Bruno —pensó—. Había ansiado ese beso, le había gustado y por primera vez en mucho siento se había sentido en las nubes. Sin embargo, sabía que era un error, y en su afán de escapar de aquel romance inadecuado lo había hecho de la peor manera posible: hiriendo a Bruno como no se merecía.

Tomó la tarjeta que él le diera aquel mediodía en Milán y pensó en llamarle o pasarle un mensaje para disculparse y decirle la verdad, pero desistió. Sabía que debía hacerlo —más tarde o más temprano Pablo e Isabella se darían cuenta del embarazo—, y Bruno debía conocerlo por ella y no por una tercera persona. Sin embargo, las circunstancias de su gestación eran tan terribles y vergonzosas para ella, que cuando estaba a punto de confesarlo se sentía incapaz de hablar.

Cuando bajó a desayunar, se encontró a su mamá en la cocina con todo preparado.

—¡Buenos días! —exclamó Gabriella de buen humor.

—Buenos días, mamá. Huele muy bien.

—Aquí tienes, cariño: huevos, tostadas, yogurt, una manzana… —enunció mientras le plantaba una nutrida bandeja delante de ella.

—¡Es demasiado! —protestó.

—Tienes que comer bien, pero sobre todo sano. No hay muchas provisiones, así que más tarde iré al mercado.

Aquel comentario le hizo recordar a Bruno. El día anterior se lo había dicho, incluso se había brindado a ir a hacer las compras.

—¿Qué sucede? —Su madre se percató de su expresión.

—No es nada —contestó ella, intentando cambiar el rumbo de la conversación—, solo quiero advertirte que a las diez llegarán Pablo y una amiga. Les voy a ensayar la variación de la Princesa Florina y el Pájaro azul para una audición.

Gabriella frunció el ceño, pero se sentó frente a ella.

—Está bien. Me parece adecuado que te distraigas un poco. ¿Qué tal es Pablo como bailarín?

—Es talentoso. He visto algunos videos de él y hoy le tomaré ensayo por primera vez.

—Gina era muy buena bailarina —reconoció en voz baja.

—Tía Gina me mostró algunas fotografías de las dos de cuando eran jóvenes. Me contó de la lesión que tuvo y que no pudo acompañarte a la gira y…

—Sí, pero no quiero escuchar hablar de esa historia —le interrumpió con amargura.

—¿Nunca me dirás que sucedió entre ustedes? —insistió.

Gabriela se encogió de hombros y apartó aquellos recuerdos de su mente.

—Tal vez un día, pero he puesto una piedra sobre todo lo que sucedió y no quiero rememorar esa época.

Cate no dijo nada más, para respetar el silencio de su madre. No quería presionarla ni sacar a relucir cuestiones que al parecer la dañaban mucho.

—Iré a cambiarme para salir a dar un paseo y hacer unas compras —comentó su madre poniéndose de pie.

Cate asintió y continuó tomando su desayuno, luego subió y se colocó su ropa de ensayo y las zapatillas. Por fortuna, se sentía mucho mejor que el día anterior y no había tenido ninguna náusea.

Pablo e Isabella llegaron diez minutos antes de la hora prevista. Cuando Cate les abrió la puerta, notó que estaban tomados de las manos y muy felices. Ella también lo estaba por ellos, así que sonrió.

—¿Son novios? —preguntó.

Bella se ruborizó y aquello fue una respuesta afirmativa para Catarina. Pablo fue quien le respondió el “sí” definitivo, pero era evidente que los dos estaban muy felices.

—Me alegro mucho por ustedes —les dijo haciéndoles pasar—. Ahora quisiera que esa misma empatía se dejara traslucir en el baile. Veremos que tal se complementan el uno al otro.

—Cate, ¿mi hermano y tú pasaron una linda noche? —se atrevió a preguntarle Isabella antes de entrar al salón de baile.

La interrogante de la chica le dejó por completo desconcertada, por lo que solo le contestó que sí. Se puso tan nerviosa que Bella y Pablo compartieron una mirada cómplice, como quienes suponen que algo estaba sucediendo entre ellos. Nada más lejos de la verdad. Cate se quedó apenada, pero no dijo nada más: era mejor dejar las cosas como estaban, aunque muy pronto se percatarían de que ella y Bruno no volverían a verse.

Los muchachos se quitaron la ropa que llevaban, debajo tenían sus atuendos de ensayo. Bella se sentó en el piso para colocarse sus zapatillas, mientras le echaba una ojeada al lugar.

—Es precioso este salón. ¡Me encantaría tener uno así en casa!

—Pueden utilizar este siempre que quieran —contestó Cate amable.

La pareja se dirigió a la barra para hacer los ejercicios de calentamiento, para evitar lesiones.

—¿Conocen la coreografía? —preguntó la bailarina más experimentada.

—¡Sí! —respondieron al unísono.

—Me alegro mucho, entonces tenemos un buen tramo recorrido. Además de la técnica es importante la caracterización. ¿Saben la historia de la Princesa Florina y el pájaro azul?

—Son personajes de cuentos infantiles, invitados a la boda de la princesa Aurora como otros muchos —respondió Bella inclinándose en un gran plié en quinta posición.

—Así es, ¿pero conocen el cuento infantil del Pájaro azul? —insistió Cate.

—No —contestó Pablo—, la verdad es que no lo he leído.

—Yo tampoco —agregó Bella agitando su pierna hacia adelante y hacia atrás a nivel del tobillo en un battement frappé.

—Pues hoy, cuando regresen a casa, léansela. Es un cuento escrito por Madame d´Aulnoy, y es importante que conozcan el papel que interpretan a la perfección, aunque se trate de algo muy pequeño. Por ejemplo, la princesa Florina es hija de un rey que se vuelve a casar. La malvada madrastra —ya sé que suena a cliché—, desea casar a su hija con un príncipe, pero la chica es fea y carece de las virtudes y de la belleza de Florina. Cuando el príncipe azul llega al reino, de quien queda prendado es de Florina. Por un engaño, le propone matrimonio a la chica equivocada…

—Igual que en el Lago de los Cisnes —apuntó Pablo antes de practicar sus entrechats.

—Así es; cuando el príncipe se percata de su error, se niega a casarse y por castigo es convertido en un pájaro azul. Sin embargo, ni siquiera su nueva forma impide que vuele hasta lo alto de la torre donde está encerrada Florina para hacerle compañía.

—¡Qué bonito! —exclamó Isabella—. ¿En qué termina?

—Eso, queridos míos, deberán averiguarlo por ustedes mismos cuando se lean la historia —añadió Cate con una sonrisa—. Solo les diré que Florina es una verdadera heroína y que lucha por su amor y por su felicidad.

Isabella sonrió. Ya tenía mucha curiosidad por saber cómo terminaba aquella historia.

—¡Hoy mismo la leeré!

—Por ello, cuando bailen, deben transmitir el espíritu de la historia. Cierto que en La Bella Durmiente son invitados a la fiesta de otro personaje, pero cuando hagan su variación deben mostrarse como son ustedes realmente: Pablo, como un príncipe convertido en pájaro; Florina, como una princesa enamorada de ese ser alado. Cuando audicionen, sobre todo tú, Pablo, carecerás del vestuario y maquillaje que complementen tu atuendo de ave. Es por ello que debes transmitir mucho con tu cuerpo, con tus brazos… —Cate recreó con los suyos algunos de los movimientos—. El pájaro azul tiene la delicadeza y la fragilidad de un ave —de hecho, en la historia original lo hieren—, pero también tiene la fuerza y el espíritu de un hombre, de un príncipe, y eso debe expresarse con el movimiento…

Pablo asintió, Cate era muy buena explicando.

—Eres una buena profesora, prima —le alabó el chico una sonrisa.

—Gracias, me gusta mucho y es un buen camino para cuando deje de bailar.

—¡Pero todavía te queda mucho sobre el escenario, Cate! —objetó Isabella.

La aludida se quedó un instante, pensativa, recordando su embarazo, pero luego apartó sus temores.

—¡Vamos ya, chicos! Voy a poner la música.

La melodía de Chaikovski correspondiente a la variación de La princesa Florina y el pájaro azul, se escuchó maravillosa, inundando todo el salón con la flauta que asemejaba el llamado del pájaro a su amada.
Cate supervisó todo el tiempo los movimientos de los muchachos: Isabella tenía una muy bonita línea y su arabesque era precioso, solo le corrigió en algunos momentos la posición de las manos y de la cabeza.

—Sé que a veces nos concentramos demasiado en las piernas y en ejecutar los pasos a la perfección, pero no olvides tus manos. Ellas transmiten la suavidad y delicadeza de Florina, a quien interpretas. Lo mismo sucede con tu cabeza y el torso: cuando él salte, debes inclinarte lo suficientemente hacia el príncipe para indicar tu amor, que te rindes a él…

Bella asintió y tomó nota de lo que Cate le decía con mucha razón, así que continuaron con la coreografía.

—Lo mismo contigo, Pablo. Cuando saltes y concluyas el movimiento, debes girarte hacia ella y mirarla. Que el público sienta que estás bailando para ella, que se comunican con la mirada… ¡Esos pequeños detalles marcan la diferencia!

En otro momento de la coreografía, Pablo tomó a Bella de la cintura y la hizo girar sobre su eje. Cate le dio par consejos para que fuera más diestro a la hora de hacerla girar, casi al punto de que sus manos dejasen de verse y solo quedara a ojos del público el movimiento de la bailarina. Aquello lo repitieron varias veces, pues era algo difícil de lograr.

Los muchachos tenían excelentes condiciones físicas y talento: a Bella se le daban muy bien los balances, apenas se movía estando en punta con su otra pierna completamente estirada en arabesque; su grand jeté era magnífico: llegaba a los 180 grados de extensión con su poderoso salto, y cuando correspondió a la diagonal de chainés por el escenario, lo recorrió con rapidez y elegancia de un lado al otro sin desviar el rumbo de sus zapatillas de punta.

Pablo también era virtuoso, saltaba mucho y giraba también a la perfección; era muy fuerte para elevar a Bella en el aire o colocarla sobre su hombro; sus entrechats eran ágiles y sin falla alguna, solo debía perfeccionar más su labor como partenaire, pues el ballet era un asunto de dos y ambos debían trabajar para lograr esa complicidad que poseían las buenas parejas de baile.

—¡Muy bien! —exclamó Cate al final del ensayo—. Es un buen comienzo, pero todavía falta para que logren el nivel que espero de ustedes.

Pablo e Isabella estaban agotados, pero conformes con el resultado de su práctica; sobre todo estaban agradecidos con Cate por lo que había hecho por ellos.

—¡Eres lo máximo, prima! —exclamó Pablo, empapado en sudor—. Te confieso que has superado mis expectativas.

—Ha sido muy bueno, Cate. ¡Muchas gracias! —dijo Isabella.

—Por nada, chicos, a mí también me ha gustado. ¿Cuándo pueden regresar?

—El fin de semana —contestó la muchacha—, antes será difícil porque tenemos ensayos todos los días en la compañía y clases.

—Entiendo, pero el fin de semana estará bien para pulir los detalles. Piensen en todas las cosas que les he dicho y hagan las oportunas correcciones.

Los chicos asintieron y en ese momento se asomó la cabeza de Gabriella, quien tenía curiosidad por conocerlos.

—No sabía que ya habías regresado, mamá —repuso Cate.

—Regresé hace media hora. Escuché parte del ensayo, pero no quise interrumpir.

—A Pablo ya lo conoces, y ella es su novia Isabella. Ambos son muy buenos bailarines.

—Hola, tía —saludó Pablo, consciente de que Gabriella tenía un carácter difícil.

—Hola, señora —dijo Bella a su vez.

—Hola a los dos, me alegra que estén aquí. Escuché que el próximo ensayo es el fin de semana y si me lo permiten, me gustaría ayudarlos también.

Pabló abrió los ojos como platos. Cate era una buena bailarina, pero conocía de la fama que en su momento tuvo Gabriella y de que era una excelente profesora.

—Mamá es una Maître increíble, y estará por una semana por aquí, aunque está trabajando para el Royal Ballet, así que aprovéchenla mientras puedan.

—¡Sería un honor! —exclamó Bella animada.

—Muchas gracias, tía Gaby.

Gabriella le echó una ojeada al muchacho y sonrió con cierta nostalgia.

—Te pareces mucho a Giorgio. ¡Que en paz descanse! —comentó con tristeza.

El chico asintió, su abuela se lo decía mucho también.

—Ahora vayamos a la cocina, que les he preparado una deliciosa limonada.

Cate se alegraba de que su madre se mostrara tan amable con ellos, sobre todo con Pablo, que era nieto de tía Gina. Al parecer, le había hecho mucho bien volver a Italia.

Cate se quedó a solas por unos instantes en el salón de baile y los recuerdos del día anterior volvieron en una oleada indetenible, que la hizo estremecer: La Muerte del Cisne y Bruno observándola desde el rosal; la tarde que habían compartido juntos, la noche de fiesta en La Dolce Vita y el beso… ¿Por qué no podía olvidarse de aquel momento? ¿Por qué le pesaban aún las duras palabras que le había dicho después?

Sentía que debía decirle la verdad; ser honesta, abrir el juego, colocar las cartas sobre la mesa… Más daño le hacía de aquella manera, con ese rechazo sin explicación, con esa frialdad que había demostrado frente a alguien que no merecía ese tratamiento. Sin embargo, una vez más no estaba lista para abrir su corazón y creyó que lo mejor que podía hacer era olvidarse para siempre de Bruno.

Continue Reading

You'll Also Like

55.3M 1.8M 66
Henley agrees to pretend to date millionaire Bennett Calloway for a fee, falling in love as she wonders - how is he involved in her brother's false c...
227M 6.9M 92
When billionaire bad boy Eros meets shy, nerdy Jade, he doesn't recognize her from his past. Will they be able to look past their secrets and fall in...
148K 8.2K 41
Soledad, tristeza, odiar con toda tu alma a las personas que te hacen daño y tener un rencor tan grande al no saber cómo liberarte de ese espantoso s...