Sam y yo salimos de la habitación dejando a mi madre y a mi tía solas. Caminamos por el pasillo hasta el ascensor. Llamamos pero tarda bastante en llegar a nuestra planta. Una vez abajo, pasamos por el vestíbulo hasta el patio.

Ante nosotras se levanta una gran carpa acompañada de una alfombra blanca alargada. A los lados hay filas de sillas decoradas en el extremo con jarrones de flores de colores. Me acerco al altar desde donde puedo observar el mar en su totalidad, cómo se difumina con las nubes del cielo y cómo la brisa cálida del ambiente calienta mi piel.

Las sillas tienen el nombre de cada invitado y casi todos están ya sentados. Mi mirada se encuentra con la de mi abuela y camino hacia ella. Me recibe con un cálido abrazo y una caricia en la mejilla. Siempre he sido su ojito derecho y eso se debe a que soy su única nieta. Mi hermano Mat es un caso aparte, es una pena que no pueda estar hoy con nosotros.

—Cariño —señala el altar donde se encuentra Will—. Tienes que ir con ellos.

Dirijo mi mirada hacia él y descubro que no está solo. Cuando veo a Dylan a su lado mi respiración se detiene.

Es muy complicado tener que verle todos los días después de lo que pasó, porque nuestra relación terminó igual de rápido que empezó. Hace cuatro años estaba enamorada de él y aunque salimos juntos durante poco tiempo, llegó a ser alguien muy importante para mí. Un día estábamos bien y al otro dejó de hablarme y de responder a mis llamadas. Por eso desde aquel momento mi relación con él es complicada y tensa.

Dejo de pensar en ello y camino con paso ligero hacia donde están el resto de las damas de honor. Mi tía grita mi nombre y me da un ramo de flores a juego con nuestros vestidos. No es que sea uno de mis favoritos pero lo eligió mi madre y no podía quejarme.

Dylan se pone enfrente de mí, al lado de su padre y sus tíos, y levanta la cabeza del suelo para observarme fijamente. Si quiere jugar, jugaremos los dos. Fijo la mirada en él y se da cuenta de ello porque abre los ojos sorprendido. Estoy empezando a ponerme nerviosa pero no aparto la mirada de él. Observo cómo se pasa la mano por su pelo moreno para despeinarlo y recorro detenidamente los rasgos de su rostro desde sus ojos azules hasta sus labios.

Dylan empieza a hacer trampas para que pierda. Sonríe de esa manera que consigue derretirme por dentro. Intento no perder la calma pero consigue su objetivo y aparto la mirada.

—Es odioso —espeto.

—Pórtate bien con él. Vais a ser hermanos —suelta Sam tan tranquila.

—Hermanastros —recalco.

Niega con la cabeza y se ríe.

—¡Ahí está!

Todos miramos hacia la puerta donde aparece mi madre luciendo un vestido de encaje blanco con un velo kilométrico. Comienza a sonar el Ave Maria de Schubert mientras ella camina por la alfombra cogida del brazo de mi abuelo. Se detiene enfrente de Will y agarra sus manos.

El sacerdote da comienzo a la ceremonia y todos esperamos expectantes la pregunta final.

—Will. ¿Quieres recibir a Margaret como esposa y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, así, amarla y respetarla todos los días de tu vida?

—Sí, quiero.

El sacerdote repite lo mismo pero esta vez dirigiéndose a mi madre. Todos la miramos animándola a que hable. Se da cuenta de que no ha respondido y reacciona al instante.

—Sí, quiero.

Mi madre coge uno de los anillos y se lo pone a Will en el dedo mientras él hace lo mismo con el otro anillo. Se acerca a ella y terminan la ceremonia con un profundo y dulce beso que consigue llenar el lugar de aplausos y silbidos.

No temas al amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora