Mi Estudiante Favorito

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*Tenten*

—Sangre, sudor, tierra y un esguince en el tobillo. Todo porque la niña que llevo inconsciente en la parte trasera de la camioneta no parece ser capaz de defenderse por su cuenta. No me creo que sea así de inútil, cuando llegué observé en esas esmeraldas un atisbo de coraje, convicción suficiente para al menos apuñalar a uno de esos bastardos, pero no lo hizo. En cuanto me vio llegar, pese a que yo soy una de sus secuestradoras, pareció aliviada. No lo sé, tal vez es rara, o tal vez se arrepintió de dejarte moribundo.

Del otro lado de la bocina escuché esa característica risa relajada, con la diferencia de que esta vez iba cargando un quejido silencioso.

—No me dejó tan a mi suerte. Se tomó la molestia de vendar mis heridas, postergando mi muerte por lo menos hasta que uno de ustedes llegara.

Era verdad, yo no había pisado pie en el cuartel aún, pero Jugo quien terminó de curar a Sasuke, nos contó a los demás que de no ser por los vendajes nuestro jefe habría muerto ya.

—Aja, sí, es un sol la nena.

Avanzaba por las calles de mi amada ciudad hasta llegar a la periferia, ahí donde estaba la antigua casa de Sasuke. Si me lo preguntan, los policías son unos idiotas, pues se limitaron a buscarlo ahí sólo una vez, y, al sólo encontrar a unos vándalos cometiendo unos delitos menores y ver la propiedad privada en no el mejor de los estados, descartaron la ubicación de inmediato. De cualquier manera, nos movemos de localización de tanto en tanto, más me sigue pareciendo sorprendente que jamás regresaron.

—Ya estamos cerca, jefe.

—Que nadie te siga.

—Nunca —colgué.

Mire atrás visualizando a la escuálida figura incorporarse poco a poco. Su primera expresión fue de confusión, luego me reconoció y sus ojos se abrieron en asombro.

—Ni se te ocurra gritar, ha sido un día difícil y me duele la cabeza. Además sería inútil.

Negó con la cabeza aún un poco somnolienta, luego miró sus muñecas que por supuesto, estaban atadas.

—Lamento lo del golpe, no habrías venido por voluntad propia.

Escuché una vaga y rápida respuesta de su parte, apenas audible para ella, podría pensar que era una queja, pero parecía más bien estar aliviada, o al menos, eso era lo que su mirar revelaba.

—¿Cómo estás? ¿Esas personas te hicieron algo? ¿Las conoces?

No hubo respuesta, no una intencional. Parecía confundida, como una rata de laboratorio que apenas hace unos minutos fue dejada en el laberinto de un loco disfrazado de sensato, el pequeño roedor se mueve por instinto pero bajo prudentes precauciones, pues debe saber elegir bien de entre todas las opciones. Bajo esta analogía me atrevería a decir que nosotros somos el científico que martiriza la vida de la pequeña Sakura, y el laberinto es toda esta situación que apenas sabe manejar ¿qué clase de trampas o sujetos habrán en su camino?

—¿Cómo está él? —su voz estaba ronca, como al de aquel que lleva días sin hablar y su garganta ha perdido la costumbre.

—¿Remordimiento?

—Más del que quisiera admitir. Sé que no debí dejarlo así pero...

—¿Qué? ¿Crees que voy a juzgarte? Niña yo lo habría dejado así a su suerte, es más, tal vez incluso lo habría pateado en las heridas, pero tú no hiciste eso, según sé te tomaste la molestia de vendarlo; mi opinión en el tema puede ser poco relevante, pero creo que eres una buena persona, no te atormentes.

En manos de un terrorista (historia Sasusaku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora