4. Leve, pero sexy

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Jolie

El miércoles entré en clase de francés sin darme mucha prisa, pues llegaba algo antes de tiempo. Eran las diez de la mañana y la clase no empezaba hasta a y quince. Fui hacia el extremo derecho del aula y me senté en la penúltima fila, al lado de la ventana que daba a uno de los jardines de la facultad. Me sorprendía lo bien cuidados que estaban.

El día anterior había faltado a francés por culpa de la alarma. No sonó. Tampoco a mi hermano. Él llegó tarde y yo me salté la primera clase del día. Bueno, no nos íbamos a morir por faltar a una clase, pero a ambos nos daba mucha angustia faltar, desde pequeños.

―Hola, Jolie Depardieu. ¿Pellas el segundo día? Me parece fatal.

Me giré hacia William que acababa de sentarse a mi lado. Abrió su mochila, la cuál había dejado encima de la mesa, y comenzó a sacar sus cosas.

―Me dormí ―admití.

―Yo el primer día llegué tarde porque me tropecé con una bola de árbol de Navidad de los cojones. Me caí y una bicicleta casi me atropelló. ¿Qué te parece?

Junté mis labios para no reírme. Él lo vio y fingió una seriedad que no le quedó para nada creíble.

―Es cruel reírse de algo así, ¿sabes?

―No me estoy riendo.

Entrecerró sus ojos.

―¿Por qué hablas tan poco?

―No es que hable poco, es que me preguntas cosas que no precisan de una respuesta demasiado larga y elaborada ―respondí riendo por lo bajo.

Él se me quedó mirando fijamente unos segundos más, haciéndome sentir un poco intimidada.

―No había apreciado aún tu acento francés. Leve, pero sexi.

En ese momento debí enrojecer tanto que el color de mi rostro probablemente comenzó a asemejarse al jersey rojo que llevaba puesto. Los halagos eran algo que nunca había sabido cómo recibir. ¿Qué se decía? Me parecía que dar las gracias era aceptar y admitir ese halago, incluso no sintiéndolo. En Siracusa me habían dicho mil veces que mi acento era más irritante que sexi, lo cuál me había llevado a luchar para que desapareciera durante años. Y que en ese momento un aspirante a modelo canadiense me dijera que mi acento era sexi, me impedía reaccionar con claridad.

―Vaya, emm...

―Se dice gracias ―dijo con una sonrisa divertida, acompañada de un pícaro guiño de ojo.

―Gracias, aunque no sé si es precisamente sexi.

―Lo es, y mucho. No rebatas un halago tan bonito como este, Jolie Depardieu, por favor ―se quejó con un poco de dramatismo. Sonreí con disculpas.

―Perdona, no estoy acostumbrada.

―Puedes empezar a ello, porque William Shilton creó los halagos modernos. Nadie piropea como William Shilton.

―Es un poco extraño, por no decir mucho, que hables de ti en tercera persona ―susurré cuando vi que la señora Dubois entraba en clase.

―Si hablas en tercera persona, puedes hablar de ti mismo con intensidad y hacerte parecer aún más interesante.

―Qué tontería, William.

―Cuando aprendas a hacerlo, me entenderás, Jolie Depardieu. ―Me guiñó un ojo.

La clase comenzó y parecía que la señora Dubois tenía el turbo en marcha. Explicaba a toda velocidad y si no fuera porque mi francés era perfecto, probablemente no entendería nada. Escuché un bufido a mi lado y miré a William. Era la quinta vez que lo veía pasarse las manos por el pelo, lo cuál era una clara señal de frustración.

WILLIAM © (DISPONIBLE EN AMAZON)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora