Vecinos

14.4K 430 59
                                    

Lo primero que escuchó Miguel al llegar a la puerta de su apartamento fue al perro. «¿Por qué ladrará esta vez?», se preguntó. Le pareció más inquieto que de costumbre. Suspiró desganado y abrió la puerta.

La situación que se encontró le hizo soltar el maletín y llevarse las manos a la cabeza: las paredes tenían varias manchas de color rojo y su mujer, arrodillada en el suelo con el cuchillo de cortar carne en la mano, le miraba con una sonrisa en la cara ensangrentada. A su lado yacía el cuerpo de un hombre al que, en un primer momento, no reconoció.

—¿Qué... ocurre aquí? —logró decir Miguel con un hilo de voz entrecortado.

—Te he estado llamando, pero no cogías el teléfono —contestó la mujer con calma.

Miguel se sacó el móvil del bolsillo y lo miró.

—No tiene batería. —Se lo enseñó y se acercó al cuerpo tras cerrar la puerta.

Al agacharse se dio cuenta de que se trataba del vecino de abajo. Un tipo corpulento y de muy mal carácter.

—Si hubieras contestado no habría pasado esto —dijo ella, y siguió con lo que estaba haciendo antes de que su marido llegara. Dio un golpe seco con el cuchillo y se escuchó crujir el fémur del cadáver.

—¿Qué? —respondió atónito—. ¿Te dedicas a matar vecinos y cortarlos en pedazos y es mi culpa?

—¿Vas a gritarme o a ayudarme a meterlo en la nevera?

—¿Para qué lo estás metiendo en la nevera?—dijo, sorprendido.

El perro aprovechó la discusión para robar una mano y se la llevó a un rincón.

—Pues porque ahí se conservará mejor y no olerá tanto.

—Claro. ¿Por qué no lo envasas al vacío también?

—No lo había pensado.

—Por el amor de Dios, María. ¡El perro! ¡Se está comiendo al vecino! —gritó cuando vio al animal lamiendo la mano.

—¡Chucky! Deja la mano del vecino, que está cruda.

—¿Es que pensabas hacérsela a la plancha?

—De alguna manera tenemos que deshacernos del cadáver.

—Y no se te ocurre nada mejor que dárselo de comer al perro. —Movió la cabeza de un lado a otro y cargó con una pierna y un brazo—. El perro pesa tres kilos. Tardará un año en comerse a este monstruo; eso si no se muere antes.

Entró en la cocina y abrió la nevera.

—¿Dónde se supone que voy a meterlo? —dijo Miguel. No hay espacio.

—¡Ah! Cierto. Hice la compra esta mañana. —María entró en la cocina cargada con la otra pierna—. Bien. La lavadora será un buen sitio.

—Por supuesto —resopló—. Siempre podemos darle un lavado.

—No es mala idea. A Chucky le sentará mejor si lo desinfectamos.

—¿Qué habrá hecho el vecino para merecerse esto?

—Vino a quejarse de que la música estaba muy alta.

—¿Por eso lo mataste? —Lanzó los miembros dentro de la lavadora y luego cogió la pierna que sostenía su mujer para hacer lo mismo.

—Me llamó estúpida.

—En eso tengo que darle la razón.

María le enseñó el cuchillo que tenía en la mano y le sonrió.

—Está bien. Lo retiro —añadió Miguel en seguida—. Pero tendrías que haber llamado a la policía.

—¿Para que me encarcelen?

—Con esto te caerá una condena aún mayor; y a mí también. ¡Me has convertido en cómplice!

—Tranquilo. Nadie se enterará.

—No podemos tener el cuerpo aquí mucho tiempo. En cuanto denuncien la desaparición...

—Entonces, tenemos que hacerlo desaparecer rápido.

—El perro no se lo va a poder comer en un día.

María se encogió de hombros.

—Pues le ayudaremos. ¿Has comido?

Miguel miró a su mujer, movió la cabeza con resignación y le quitó el cuchillo de las manos.


Insania © (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora