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Enero, 1979.

Los bolsos cayeron al suelo en el instante mismo que Xiao Zhen corrió calle abajo con las piernas tensas y un tirón en el tobillo que lo hizo tambalearse y casi caer. Un jadeo fuerte y entrecortado escapaba por su boca entreabierta, mientras a la distancia podía divisar a Liú Tian luchando sin fuerzas para no ser subido en la furgoneta oscura.

Apresúrate, apresúrate, apresúrate.

Su rodilla izquierda se dobló de manera involuntaria ante unos músculos fríos que fueron obligados a aumentar en potencia. Y al llegar a su lado, flexionó las piernas para el último impulso. Alcanzó a darle una patada directa en el pecho a uno de los militares, mandándolo contra el lateral de la camioneta. Su puño se clavó en el pómulo derecho del segundo de ellos. Alcanzó a darle un segundo golpe en el estómago antes de que el propio Xiao Zhen recibiese uno en el centro de la espalda que lo mandó al suelo.

De inmediato, una rodilla se clavó contra sus pulmones y otra sobre su cuello para cortarle el aire, su cabeza tan inclinada contra el cemento que casi podía besarlo. Luchó por respirar mientras sus brazos eran llevados tras su cintura en un ángulo doloroso. Un par de botas se acercaron hasta él. Recibió de inmediato un golpe en las costillas que le sacó todo el aire a sus pulmones, a lo lejos Liú Tian balbuceando su nombre una y otra vez:

—Xiao Zhen... Xiao Zhen... no... por favor, Xiao Zhen...

Otro golpe contra su cabeza que lo dejó desorientado por unos instantes. Los hombres habían aflojado la atadura de sus brazos cuando Xiao Zhen recuperó la conciencia. Logró mover las piernas para hacer palanca y soltar una de sus manos. Buscó con rapidez en su bolsillo. Un grito agudo escapó de su garganta cuando uno de ellos aplastó sus dedos contra el cemento. La placa metálica, que le había mostrado hace unas horas a la señora Flor, resonó contra el asfalto al caer.

Una risa y un bufido flotó sobre Xiao Zhen. Su brazo fue torcido tras su espalda al punto que resonó la articulación de su hombro.

—Miren qué tenemos aquí —dijo uno de ellos. Xiao Zhen sintió que le clavaba una rodilla en los riñones cuando el hombre recogió la placa—. Es de oro.

—Debe tener dinero. ¿Y si pedimos una recompensa por este? —propuso otro de ellos. Xiao Zhen lo vio recibir la placa y observarla con descuido—. ¿Nos dejarán?

En tanto, bajito y suplicante, la voz de Liú Tian colándose en la conversación.

—Xiao Zhen. —Y otra vez—. Zhen... Zhen...

Pero, entonces, silencio.

Y luego una voz apresurada y jadeante proveniente del militar.

—Suéltalo.

—¿Qué?

—¡Suéltalo!

La presión en sus riñones aumentó.

—No.

—¡Suéltalo ahora!

El agarre solo flaqueó unos segundos para después hacerse más ajustado. La cabeza de Xiao Zhen empezaba a girar por la falta de aire.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Nuestro General... es familia del General Gautier.

La placa hizo un ruido metálico al caer al suelo.

La presión desapareció.

Unos pasos apresurados fueron hacia la camioneta.

Liberado, Xiao Zhen soltó un jadeo largo y desesperado, áspero y ardiente. Dobló las rodillas intentando ponerse de pie. Estiró su brazo, derrotado e inútil, intentando alcanzar a Liú Tian cuando los militares lo lanzaron fuera del auto. Lo dejaron tirado en medio de la calle como un muñeco quebrado al que le habían cortado esos hilos que le daban vida.

Calcomanía (Novela 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora