Capítulo Veintiuno

32 2 1
                                    

Sábado por la mañana

Me despertó la luz del sol. Estaba acurrucada con Carlos en la cama.

Empecé a darle besitos en las mejillas, en el cuello etc. con la esperanza de que se despertara. Comenzó a hacer un ruido muy raro y a estirarse, hasta que abrió sus ojos marrones que me miraban como no lo había hecho nadie nunca.

-Buenos días, Carlitos-le dije con dulzura.

-Buenos días, Paula. ¿Has dormido bien?

-Como no lo hacía desde hace mucho tiempo.

-Ven aquí.

Me acurruqué de nuevo.

-Tengo una cosa para ti, para que no olvides este lugar.

Me dio una cajita, azul, muy bonita. La abrí y encontré un colgante, pero no uno cualquiera; era especial, un colgante de la barandilla de la Concha. Era de plata y brillaba como una estrella.

-No sé cómo agradecerte todo lo que estás haciendo por mí.

-Me sirve con un gracias.

-Gracias, no. ¡Muchísimas gracias!

Le di un abrazo gigante.

Eran las 9:30. Nos levantamos para preparar mi maleta y bajar a desayunar. Costó cerrar mi maleta; tuve que sentarme encima mientras Carlos cerraba la cremallera.

-Y decías que no tenías muchas cosas...-dijo Carlos.

-¡Cállate y cierra la maleta!

A las 10:00 bajamos a desayunar a "nuestra" cafetería. Comimos en grandes cantidades como despedida y le dije adiós a Mikel. Le prometí que volvería algún día y le visitaría.

Volvimos al hotel hacia las 10:45 porque nos quedamos charlando con Mikel más de lo debido.

A las 11:15 cogeríamos el autobús a Amara para ir a la estación. Nos quedaba media hora.

-¿Qué quieres hacer?-pregunté.

-Estar contigo.

-Ya estás conmigo idiota.

-No me llames idiota. Espero que no olvides esta semana que has pasado conmigo y quería darte otra sorpresita. Te voy a vendar los ojos, tranquila.

-Está bien.

Bajamos a la entrada del hotel y oí un ladrido. ¡Carly! No podía irme sin despedirme de ella. Ya de paso, también me despedí de Xabi (aunque no hubiera mantenido una relación muy estrecha con él).

-¡Oh! ¡Mierda! ¿Cómo ha podido pasarme esto?-se lamentó Carlos.

-¿Qué pasa?

-Se me ha olvidado tu último regalito. Espera aquí, a las 11:00 estaré de vuelta.

-Pero...

-Luego nos vemos-me interrumpió con un beso-te quiero.

-Y yo.

Las 11:00. Las 11:05. Las 11:10. Las 11:13.

Carlos no llegaba. Tuve que coger el autobús sola. Esperaba que Carlos viniera a tiempo a la estación de autobuses.

Las 11:45. Las 11:50. Las 11:55. Las 11:58.

-Señorita ¿va a subir al autobús?-preguntó el conductor.

-Sí.

No vino Carlos. Me senté en mi asiento y lo único que pude hacer fue llorar. Me habían vuelto a engañar. Me utilizó como una muñeca y yo, tan ingenua, me había enamorado.

¿Se divirtió? Seguro. Pues yo no. Sabía que no podía ser real, pero por una vez que tuve un poco de esperanza, todo se fue.

Todo lo que viví se desvaneció, como el humo.

Amor de FotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora