Oh, sí que la tenía.

—Mi perro suele llevarse bien con todo el mundo, es raro que ahora solo esté pensando en atacarte... —comenté observando divertido cómo ella intentaba controlar su miedo.

—¿Piensas hacer algo? —me espetó entre dientes, su mirada ahora fija en mí.

«¿Hacer algo? ¿Qué tal decirte que te largues por donde has venido?»

—Llevas aquí... ¿cuánto? ¿Cinco minutos? ¿Y ya estás dando órdenes? —dije mientras me acercaba al grifo de la cocina y me servía un vaso de agua; mi perro, mientras tanto, gruñía—. A lo mejor tengo que dejarte aquí un ratito para que te adaptes tú sola.

—¿Cuántas veces te golpeaste la cabeza de pequeño, imbécil? ¡Quítame a este perro de encima!

Me volví con un poco de sorpresa ante su descaro. ¿Acababa de insul- tarme?

Creo que hasta mi perro se dio cuenta, porque dio otro paso hacia ella, ya casi ni le dejaba espacio para moverse; entonces, antes de poder detener- la, Noah se volvió asustada y cogió lo primero que había en la encimera, que resultó ser una sartén. Antes de que pudiese golpear al pobre animal me acerqué y tiré de Thor por el collar al mismo tiempo que con mi otra mano detenía el movimiento del brazo de Noah.

—¡¿Qué coño haces?! —grité tirando de la sartén y dejándola otra vez sobre la encimera. Mi perro se revolvió furioso y Noah se encogió contra mi pecho soltando un gritito ahogado.

Me sorprendió que siendo yo el que estaba amenazándola se acercase a mí para que la protegiera.

—¡Thor, siéntate! —Mi perro se relajó al instante, se sentó y empezó a mover la cola con felicidad.

Bajé la mirada a Noah, que estaba agarrada a mi camiseta con ambas manos. Sonreí ante la situación hasta que pareció darse cuenta de lo que estaba haciendo; levantó las manos y me apartó de un empujón.

—¡¿Eres idiota o qué te pasa?!

—Primero, que esta sea la última vez que atacas a mi perro y segundo —le advertí clavando mis ojos en los suyos; una parte de mi cerebro se fijó en las pequeñas pecas que tenía en la nariz y en las mejillas—, no vuelvas a insultarme porque entonces sí que vamos a tener un problema.

Ella me observó de forma extraña. Sus ojos se fijaron en mí y luego bajaron hacia mi pecho, incapaz, al parecer, de mantenerme la mirada.

Di un paso hacia atrás. Mi respiración se había acelerado y no tenía ni idea de por qué. Ya había tenido demasiado de ella por un día, y eso que la había conocido hacía apenas cinco minutos.

—Mejor vamos a llevarnos bien, hermanita —le dije dándole la espalda, cogiendo mi sándwich de la encimera y dirigiéndome hacia la puerta. —No me llames así, yo no soy tu hermana ni nada que se le parezca —repuso. Lo dijo con tanto odio y sinceridad que me volví para observarla otra vez. Sus ojos brillaban con la determinación de lo que había dicho y entonces supe que a ella le hacía la misma gracia que a mí que nuestros

Culpa mía © (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora