Capítulo 36. Veinte duchas.

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Tal y como había prometido, Alba Reche apareció en aquel Mercadona con un pantalón de cuero y una camiseta segunda piel que se levantaba de vez en cuando, dejando al aire una franja diminuta de piel y, a veces, el ombligo. Natalia se comió otro chicle: necesitaba salivar. Ella había optado por un short diminuto y una camiseta larga, larguísima y ancha, para evitar la mirada ardiente de la rubia depravada que le lamía los abdominales con la mirada. Bastante tenía con mantener a raya sus sentimientos como para tener que controlar también la libido de la salida de la Reche. No era tan fuerte, y menos después de lo que le había dicho la tarde anterior a apenas un centímetro de comerle la boca.


- No me has hecho caso -se quejó en cuanto llegó a su lado después de saludar a todas.

- Escuché tu sugerencia, pero no me convenció. Hoy me apetecía esto.

- ¿Llevas algo debajo de la camiseta?

- Sí, claro, un pantalón.

- Pues qué pena -se encogió de hombros y se fue contoneando su atributo más preciado.


Otro chicle para la boca de Natalia. ¿Dónde había quedado esa Alba que salía de fiesta con deportivas de velcro, sus gafas rosas y camisetas de superhéroes? La echaba de menos. Suspiró. Iba a ser una noche larga.

Llegaron a casa de Noe, que había aprovechado que sus padres estaban de viaje ese fin de semana, encargaron las pizzas y empezaron directamente con los cubatas. Música suave para no molestar a los vecinos y conversaciones aquí y allá.

Una vez terminaron de cenar, todas se desperdigaron por ahí. Julia y Afri se retaban en un juego de chupitos, en el que bebían dependiendo de quién perdiera cada pelea al Tekken que estaban jugando en la videoconsola. La Mari y Marilia cotilleaban las redes sociales de Joan tiradas en un sofá y Marta charlaba con Noe sobre unos altavoces que quería comprarse.

Alba, sin hacer mucho caso a lo que Ici le decía, observaba a Natalia conversar con Sabela. Debía ser algo importante, pues se iban pasando el porro con cero sonrisas.


- Y la hostia ha sucedido -bufó Natalia, terminando su historia.

- Sabíamos que este era el final más probable, pero eso no quita que duela. Lo siento mucho, hermana. Aquí me tienes para lo que necesites.

- Gracias, tía, eres la mejor -aspiró el humo del porro y se le devolvió.

- El caso es, Lacun, que no te ha dejado de mirar en toda la noche -entrecerró los ojos, escondida entre el humo para comprobar que, en efecto, seguía haciéndolo.

- Ya, es que es muy rara, Sab. Me dice contigo no, bicho, se acuesta con otra, pero tampoco le gusta que la trate como una amiga más. ¡¿No me insinuó el otro día que le diera un beso?!

- ¿Qué dices? ¿En serio?

- Sí, es que dice que siente una especie de electricidad cuando estamos cerca y que por eso le gusta pegarse a mí todo el rato, ¿entiendes? Pero que a veces eso no le alcanza, como que le escuecen las ganas, ¿sabes? Una movida.

- ¿Le escuecen las ganas?

- Sí, vamos, una frustración como una catedral -Sabela la miró sin entender-. Ella intenta tratarme como una colega más, pero a veces no es suficiente para ella. Por eso nos besamos el otro día, y escúchame: se quedó más suave que un guante, relajadita. Por eso, ahora que le vuelve a escocer, quiere repetir.

- Pero... ¿esa chica no es consciente de lo que le pasa?

- ¡Alabado sea Dios y Jesucristo amén! -elevó las manos en el aire.

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