Capítulo II

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-¿Por qué?-Me dije a mí mismo.

La sonrisa en su cara y su mirada de ternura me intrigaron. ¿Por qué me miró así cuando todos me tratan como enfermo? Por un ápice del tiempo del universo volví a sentirme amado. Creo que fue raro, pero... a la vez, emocionante. Cuando salí del colegio, fui a caminar. Deseaba despejar mi mente y pensar en la escena acontecida.

Fue entonces, cuando recordé el lugar a donde solía ir con mi amigo. Él era un amante al fútbol. Su pasión era el balón y su vida estaba en el terreno de juego. No obstante, estaba sólo; no se oyó ni se vio un espíritu que profiriera sonido alguno. Yo y el campo, nadie más. De repente una sombra imprevista cubrió mi ser y al dar vuelta, descubrí la imagen inconcebible de un chico, que al verlo me recordó a Eric.

- ¡Hola!- Me saludó con furor y alegría.

-Hola- Respondí en voz muy baja.

-¿Qué haces aquí sólo?- Me preguntó nuevamente.

Aún estaba pasmado por la similitud de él y Eric. Cuando…

-Eso no importa. ¡Vamos a jugar!- Dijo tomándome con fuerza de la mano.

No conocía a ese muchacho, pero luego de jugar unos minutos con él, sentí que lo conocía desde siempre.

-¡Tapas muy bien!- Gritó emocionado.

Yo me concentraba en la portería. Estaba dispuesto a demostrarle lo que era capaz de hacer.

Jugamos cerca de una hora y media, y estando ya fatigados por el sol que brillaba fulguroso, fuimos a comprar algo qué beber.

-Oye. ¿Cómo te llamas?- Me dijo casi jadeando.

-Me llamo Allan.- Le respondí de inmediato.  – ¿Y tú?- Añadí.

- Soy David. Soy nuevo en el vecindario.  -Y… ¿dónde vives?- Me preguntó con demasiado interés.

Yo, veía en sus grandes ojos, la misma mirada de Eric y el temor de volver a herir a otros tomó vida. Me levanté rápidamente y salí corriendo por las estrechas calles de la inmensa ciudad que despedía un día más tras el humo incesante, proveniente de los vehículos que se movían sin paradero.

Cuando lo perdí de vista, regresé a casa y sin ánimos de comer, me posé en mi pequeña y cómoda cama y mi alma fue libre y feliz en los sueños que transcurrieron esa noche.

Los leves rayos del sol del amanecer atravesaron mi ventana. Era un nuevo día. Me organicé y cuando estuve listo, partí a estudiar.   Del colegio se puede decir que seguía normal. Yo era el chico raro, emo, intimidante. Eso me valía nada. No me importaba la opinión de los demás. Sabía quién era y era lo más importante para mí. Los descansos eran aburridos; todos parecían tan felices, pero yo no le veía la gracia a una simple y desapercibida conversación que entablaban cuando comían. Creí estar en un mundo loco, de horrores fantásticos y que hacen de la mente, un burdel de gritos y locura. Mi visión sorprendió por completo a mi profesora de filosofía, cuando ésta me interrogó sobre mi pensamiento de la existencia del ser humano.  ¡Al carajo toda aquella filosofía que haga del hombre esclavo de sí mismo!

Alérgico a vivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora