Capítulo 19: No te alejes

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Era una joyería

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Era una joyería. Lo descubrí al descender los breves escalones que conducían a la planta inferior. Estaba desierta y vacía de todo valor, pero no cabía duda de que había sido una joyería. Por las vitrinas, por los maniquíes de mano, cuello y rostro, por los mostradores. Ahora todo estaba cubierto con telas acaparadoras te polvo, con plásticos, y en cada esquina había un tumulto de cajas vacías o llenas de basura.

—¿Qué hacemos aquí? —pregunté a Orión mientras lo veía revolver papeles, cristales rotos, prendas sin valor y juguetes viejos de las cajas—. Orión, ¿qué se le puede robar a un lugar como este?

Él se levantó para darme la cara, parte de su cabello había escapado de su coleta y ahora le cubría el rostro, en otras circunstancias él habría vuelto a recogerlo pero en aquel momento de frustración se limitó a apartarlo de un soplo.

—Este lugar era donde trabajaba mi padre. Donde trabajamos los dos.

—¿Era aquí...?

Orión se dejó caer en el suelo sentado con la espalda apoyada a una de las vitrinas. Pasó un rato con las manos en la cara, calmándose a sí mismo, luego arrastró una de las cajas hasta sí para seguir buscando en su interior.

Me arrodillé a su lado.

—¿Qué buscamos? Te ayudo.

—Déjalo, preciosa. —Puso una de sus manos sobre las mías en un gesto delicado que detuvo mi acción—. Yo lo sabré cuando lo encuentre. Contigo solo quiero... hablar.

—Bien. —Me senté, sonriendo para infundirle aliento—. Cuéntame lo que quieras.

—El dueño cerró este lugar cuando ejecutaron a mi padre. Se fue a otra parte de Aragog donde nadie lo relacionara con el escándalo de su único empleado por más de veinte años. Y no me dejó venir a recoger nada. Yo solía jugar arriba cuando no había clientes, dejé muchos recuerdos de mi infancia aquí. No sé cuánto se llevó, cuánto botó y cuánto aún queda por aquí, pero siempre me quedaba mirando desde afuera este lugar, prometiéndome que algún día entraría y recuperaría algo, lo que sea.

—¿Y por qué hoy?

—No hay un motivo especial, a veces simplemente dices "basta de esperar" y te lanzas.

Me ruboricé por la intensidad con la que me miraba, él no estaba hablando solo del allanamiento. No olvidaba todos esos días sin noticias suyas, días en los que tal vez él me había estado observando como lo hacía con aquella tienda, jurando que en algún momento daría el paso que faltaba, el que habíamos dado hacía un momento. Entonces se me hizo una tortura solo mirarle los labios sin saltar a ellos, se me encogía el estómago de pensar que pronto tendríamos que volver a estar separados y que yo no estaba aprovechando el momento haciendo todo lo que quería.

Pero no podía. Le dije que no tenía prisa y esa era la verdad; con él, mientras fuera eterno, podría ir degustando el placer a bocados.

—¿Qué hacías aquí cuando había clientes?

Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Sinergia I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora