Capítulo 4

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Al día siguiente, cuando entró a la primera clase, Edgar notó que varios de sus compañeros lo miraban con sorpresa, algunos incluso con asco. Agachó la cabeza, inseguro de si es que olía mal o si su cabello estaba desordenado.

No, recordaba haberse puesto desodorante antes de salir de la casa. Sí se peinó con prisa, pero tampoco se veía desaliñado. Cuando estuvo sentado, se palpó la entrepierna simulando que se ajustaba la correa. Cierre en su sitio, y no había nada levantado tampoco, aunque eso ya lo sabía.

Se preguntó cuál podría ser el motivo de tanta atención. Le incomodaba y comenzaba a sentirse inquieto por ser el foco de miradas. Nunca le había gustado, incluso evitaba que le prestaran atención. ¿Cómo se supone que uno se comporte en ese tipo de situaciones? Edgar nunca había dado con la respuesta, y dudaba lograrlo. Tragó grueso, queriendo ignorar las miradas y las voces detrás de su pupitre.

Como si fuese un ángel invocado para ir en su ayuda, Sylvia apareció en la entrada del salón, justo cuando la profesora Irma entraba. Contrario al día anterior, se sentó a su derecha, en frente del amigo de Mateo cuyo nombre Edgar seguía sin recordar.

-Hola -lo saludo con una sonrisa, ignorando a quienes la miraron confundidos-, buenos días.

-Buenos días -respondió él. La interacción llegó hasta allí. Edgar se sintió culpable por sentir alivio.

La clase transcurrió tranquila, lo cual le permitió concentrarse en los ejercicios de química orgánica. Fueron largos minutos de sabor agridulce en los que no sabía qué pasaba. Siempre que volteaba, sin importar hacia donde fuese o lo que escuchara, alguien lo veía, o más bien, a él y Sylvia.

El cuello de la chemise comenzaba a molestarle, como si fuera una lija y no una tela suave, pero Edgar contuvo las ganas de arreglarla y moverla. Son solo los nervios, se dijo, ¿pero nervios de qué? Apretó los dientes, frustrado.

Cuando la clase terminó, Mateo le tocó el hombro.

-Hey. -Al voltearse, Edgar no supo interpretar la expresión de su rostro. El muchacho tenía los labios apretados y los ojos abiertos, como si no supiera cómo decir lo siguiente-. Creo que deberías ver, o bueno... deberían ver. -Mateo alzo la voz, captando con éxito la atención de Sylvia. Esta lo miró sin entender.

-Si no quieres, no te molestes -dijo el otro chico hacia Sylvia, quien seguía sin pronunciar palabra.

-¿Ah? No entiendo -Edgar frunció el ceño, mirándolos confundido.

-Pues... esto. Mateo le mostró el celular justo cuando la profesora Irma salía del salón y el volumen de las conversaciones aumentaba.

En la foto se veían Edgar y Sylvia, los dos riendo, en la librería mientras escogían los libros que se llevaría ella. En la parte de abajo, en una tipografía recargada y apenas legible, se leía "Amor a primera cortada".

El mundo le dio vueltas a medida que esas cuatro palabras se repetían en su mente.

Colapso.

Edgar sintió que la bilis ascendía hasta su garganta, casi tocando su lengua. Se obligó a tragar y respirar hondo para mantenerse controlado, aunque sus ojos no se despegaban de la imagen. La boca se le secó y sintió un mareo a la vez que su corazón se detenía por un segundo. Su piel sudó frío y una corriente eléctrica le recorrió la columna vertebral.

Estaba tan perturbado, saturado de emociones y pensamientos desordenados, tan enfocado en la imagen que tenía en frente, que no notó que Sylvia miraba la misma pantalla con ira asesina en sus ojos. Fue solo cuestión de segundos. En un parpadeo, ella estaba de pie, dirigiéndose a la salida del salón, e ignorando por completo a la profesora que apenas tenía unos segundos de haber entrado.

Alterno NervaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora