Congratulations

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Fargan Romero estaba sentado en su escritorio, con la cabeza apoyada en sus manos. 

Nadie podría entender su culpa, nadie podría entender el dolor que estaba sintiendo, Fargan estaba seguro. Nadie podía sentirse más odiado, más indefenso que él justo ahora, sentado sólo en su estudio y escuchando a alguien llorar. ¿Acaso era Tessa? ¿Porqué no se callaba? Tadeo ya era bastante mayor, y se negó a pensar en la otra persona que estaría llorando, o a la que habría hecho llorar. 

Sabía que había metido la pata en cuanto recibió una carta de Auron con una sola palabra burlona garabateada en el papel:

¿Por qué?

En el fondo, sabía que debería haberle dicho que no a la mujer en primer lugar. Sabía que nada de esto hubiera pasado si se hubiera tomado un descanso como Alejandro había insistido. Lo entendía ahora, sí, pero eso no significaba que lo hubiera sabido entonces. Lo único que deseaba en ese momento era retroceder en el tiempo y arreglarlo todo. Pero ese era un deseo por demás imposible, y esa comprensión fue la que empeoró su terrible error.

Fargan suspiró profundamente, con lágrimas en sus ojos de color amarillo, que enjugó casi inmediatamente. Dulce siempre había dicho que amaba sus ojos.

De repente, escuchó rápidos pasos al otro lado de la puerta. La persona dio un golpe antes de abrir sin siquiera esperar una respuesta y el hombre dio un respingo por el susto que la repentina intromisión había provocado.

Entonces, en el resplandor del candelabro que se desvanecía, reconoció la figura. De pie en la puerta, justo fuera del alcance de la luz de la ventana, en plena ropa de viaje, estaba su hermano. Los ojos de Fargan se abrieron de par en par al ver al joven, sorprendido de que estuviera aquí y no en Londres con su esposa. Hubo un momento en el que se quedó allí en la entrada del estudio, de pie en toda su gloria, elegante e inteligente. El rostro de Alejandro estaba aterradoramente desprovisto de emoción, aunque podía verlo temblar desde su escritorio. Con rabia, o ansiedad, incluso quizá lágrimas sin derramar, no podía decirlo. Su cabello carecía de su habitual gomina, no tan limpio u ordenado como solía esperarse.

Pero...

Su hermano estaba aquí.

"Alejandro..." Fargan prácticamente se alejó corriendo de su escritorio para alcanzar su mano, que temblaba tanto, y al mismo tiempo se dio cuenta de que también la suya, que siempre fue un cobarde. Los oscuros ojos del menor lo miraban en una cara sin expresión. "Gracias a Dios alguien que entiende lo que estoy luchando aquí por hacer se ha presentado a mi puerta."

Por su parte, y a pesar de la tensión que sentía en cada músculo, Alejandro casi sonrió ante la llamada del de ojos amarillos. 

Casi.

Se había imaginado una escena como esta muchas, muchas veces. Él volviendo a casa y encontrando a Fargan pronunciando su nombre como un susurro sagrado a la suave luz de la luna, sonriendo ante su presencia. Había imaginado momentos como estos durante tanto tiempo que a veces pensaba que eran reales.

Sin embargo, todo era un sueño, que de repente se había convertido en una pesadilla.

"Fargan...", respondió calurosamente, dejándole tomar su mano y acercarlo, dejándole envolver sus brazos a su alrededor, batiendo sus pestañas hacia él mientras se acercaba. Hubo otra pausa en la que se miraron fijamente, el aire entre ellos se electrificó como nunca antes. Porque desde los ojos de Fargan, Alejandro estaba aquí, y él ayudaría a Dulce, lo que le ayudaría a él, demasiado.

"¿Qué carajo has hecho?" y entonces, en lugar de envolverlo en un abrazo suave, sus dedos escarbaron en su pelo, su ropa, tirando de las hebras y presionando las uñas en la piel, oh. El menor se echó hacia atrás, mirando furiosamente, y en ese momento Fargan fue dolorosamente testigo de los círculos oscuros bajo sus ojos, la rudeza de su rostro, la impotencia que irradiaba de él.

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⏰ Última actualización: Oct 28, 2020 ⏰

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