第2章 | 𝐀𝐥𝐥𝐞𝐚𝐧𝐳𝐚

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La Diadema de Trivia brilló tenuemente en la mano de Stella Di Angelo, reflejando la luz suave de los candelabros del Palazzo Barberini. Su superficie de oro blanco estaba finamente labrada con símbolos arcanos que solo los hechiceros de Occidente podían comprender. En el centro, tres piedras preciosas representaban las facetas de la diosa Trivia: obsidiana para la magia oscura, perla para la luz y zafiro para el conocimiento oculto. La diadema no era solo un ornamento, sino un símbolo de la autoridad que Stella ostentaba y un canalizador de su poder.

Gojō Satoru observó con interés. Su ojo derecho, oculto tras los lentes oscuros, relampagueó con una chispa de curiosidad.

—Oh, miren si no es la Diadema de Hécate —comentó, inclinando la cabeza con una sonrisa ladina—. Perdón, Trivia, ¿no? Así le dicen por aquí.

Stella le dedicó una mirada rápida antes de colocar la diadema en su cabeza. Tan pronto como lo hizo, un aura translúcida se extendió a su alrededor. Su energía maldita se elevó en un pulso etéreo, creando un zumbido sutil que solo los hechiceros más experimentados podían percibir.

El murmullo entre los invitados de la gala aumentó. Algunos retrocedieron con cautela al notar la presencia mágica. Otros, en cambio, reconocieron la diadema y se inclinaron con respeto, aunque la tensión en el aire era evidente.

—Espero que no pienses que necesito de esto para pelear —susurró Stella.

—No lo pensé ni por un segundo, signorina o quizás deba decir: principessa —respondió Gojō con un tono relajado, pero su postura indicaba que estaba listo para cualquier cosa.

En ese instante, otro disparo resonó en la noche. Stella alzó la mano con rapidez y el aire a su alrededor se distorsionó, formando un vórtice invisible que desvió la bala antes de que pudiera alcanzar su objetivo. La munición quedó flotando en el aire, suspendida por la energía de la hechicera, antes de caer inofensivamente al suelo.

El tirador, oculto entre los arbustos del jardín, maldijo en voz baja y ajustó su mira. Pero antes de que pudiera disparar de nuevo, Gojō desapareció de su posición y apareció a su lado en un parpadeo.

—¿Sabes? —dijo el chamán japonés, inclinándose sobre el hombre con una sonrisa despreocupada—. Siempre es un error dispararle a una dama en una gala.

El atacante intentó moverse, pero sus extremidades se sintieron pesadas, como si una fuerza invisible lo aplastara. Gojō lo miraba con interés, manteniendo la palma de su mano abierta a escasos centímetros de su rostro.

—¿Qué... qué demonios...? —farfulló el hombre, con los ojos desorbitados por el terror.

—Infinito —susurró Satoru.

El atacante tembló, sintiendo cómo su propio cuerpo se detenía en el tiempo y el espacio. No importaba cuánto intentara moverse, su mano nunca alcanzaría su arma. El miedo lo paralizó aún más que la técnica de Gojō.

Stella observó la escena con atención. Conocía a ese hombre. Era uno de los guardaespaldas del evento, uno de los agentes de seguridad de su familia. Su estómago se revolvió al comprender lo que significaba: alguien había infiltrado sus filas.

—No está solo —murmuró, y de inmediato su diadema brilló intensamente.

El suelo bajo sus pies vibró con una energía sutil. Podía sentir las pisadas de al menos cinco hombres moviéndose con rapidez en los alrededores. No eran simples mercenarios, eran hechiceros.

—Tenemos compañía —anunció, girando sobre sus talones.

El aire a su alrededor se tornó más denso. Cuatro figuras emergieron de las sombras, cada una envuelta en un aura oscura. Sus ropajes eran sencillos, sin distintivos visibles, pero la energía maldita que emanaban los delataba.

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⏰ Última actualización: Mar 23 ⏰

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