Siempre en San Valetín

Começar do início
                                    

Entonces me permití observarlo. Sus ojos grises me miraban atentos.

Dylan y yo no nos hicimos amigos tan fácilmente, él era muy pasivo, tímido y... feo. Sí, en serio que era feo el niño. Hubiese querido que esa parte de él no cambiara.

Sobre algo que sí puedo darle mérito es en que era muy persistente, aún lo es. Logró luego de un par de meses conseguir mi amistad, a partir de entonces éramos inseparables. Fui descubriendo su verdadera personalidad poquito a poquito, no era tímido, solo aparentaba serlo, tampoco pasivo, solo lo parecía. Y con respecto a su físico, por ese entonces no había cura.

Hasta que transcurrieron un par de años y entramos a la secundaria.

Y Dylan Wilson se convirtió de la noche a la mañana en un chico guapo, mucho ¡Demasiado!

Por mi lado comencé a percibir alguna serie de cambios tanto emocionales como físicos. Mis pechos y caderas dejaron de ser los de una niña luego del desarrollo, aunque lo seguía siendo por dentro.

La secundaria en un principio la odié, en parte por su culpa. Ahora recibía la atención de muchas niñas, todas querían ser sus amiguitas y una que otra descarada le enviaba notas perfumadas invitándolo al cine o a pasear; él se sentía dichoso de recibir tanta atención femenina. Cada vez que me platicaba de lo que le comentaban esas niñas en sus dichosas notas, me causaba náuseas y mi cuerpo quemaba. Incluso un dragón habitaba en mi estómago porque algunas veces sentía fuego en este.

Nunca le dije de mis estúpidas reacciones, hasta que un día, cuando ya cursábamos el segundo año de secundaria, yo tenía trece años y el catorce, lo vi; o más bien los vi. Dylan besaba a una chica debajo de uno de los árboles del patio del instituto durante la hora del receso, mi corazón se aceleró y mis pulmones dejaron de funcionar, el dragón se murió, porque ya no sentía fuego en mi estómago, más bien en mi piel.

―¿Pato? Ey... ¿Patricia? ―La voz preocupada de Elisa, una compañera de clases y amiga, alertó a la parejita.

El primero en mirar fue él, luego la chica. Los ojos de Dylan se achicaron, no sé qué veía en mi rostro en ese instante. Nuestras miradas se conectaron unos breves segundos y luego di media vuelta y corrí.

―¡Patricia! ―gritó él.

Sentía... ¿rabia?, ¿miedo?, ¿celos? El propio Dylan se encargó de iluminarme.

Deseaba desaparecer, esconderme, pero no lo conseguí. Finamente él me dio alcance cerca del área de los talleres de práctica de biología. Me tomó por el codo y me hizo detener.

―¿No escuchaste que te llamaba? ―Me acusó, algo molesto. No me atrevía a mirarlo.

―No ―respondí bajito.

―¿Qué te ocurre? ―inquirió más calmado.

―Nada.

―No te creo.

―¿Ahora eres adivino?

―¿Por qué rayos no me miras?

―Yo pregunté primero.

Se rio unos segundos mientras que yo sentía una especie de dolor extraño en el pecho.

―Somos amigos, Pato, desde hace mucho, puedo presumir que te conozco más de la cuenta. ―Esa ridícula manera de llamarme no me hacía ninguna gracia, sin embargo, la forma como él lo pronunciaba me gustaba. Por su culpa todos comenzaron a llamarme de ese modo. Me había resignado―. Ya te respondí, ahora me dirás que ocurre.

―Nada ―repetí de nuevo. Dylan se quedó callado por algunos segundos, segundos en los que escuché el ruido que hacen las copas de los árboles por el viento. Me percaté entonces que en esa área estábamos solos, él y yo. Lógico. Las prácticas transcurrían martes y jueves; y entonces, mientras pensaba eso, sentí algo. Sus dedos debajo de mi mentón paralizaron mi pésima respiración.

Cupido me ha dado fuerte ©Onde histórias criam vida. Descubra agora