Me moría, pero perdí la memoria

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Mi primer recuerdo de aquella mañana es que no recordaba nada. No sabía dónde estaba, ni qué día, ni quién era. Desperté aturdido al borde de lo que parecía un camino. Me desperecé, parecía que al menos había dormido bien. Me quité unas flores de encima, del culo las espinas, y, sin saber bien que hacer, simplemente comencé a andar. Aunque no sabía hacia dónde, y mira que solo era izquierda o derecha, adelante o atrás.

Al no saber, me dejé llevar. El camino era áspero, lleno de piedras, de una fina tierra que se levantaba con el más mínimo aire. Con los pasos entendí que allí no iba a encontrar a nadie. El sol tampoco ayudaba, ni tenía intención. A medida que avanzaba, sin ningún cambio allá donde mirase, todo rodeado de secos árboles, el sol más y más calentaba. Con la cabeza como una caldera, seguí adelante, tenía que llegar como fuera a donde quiera que llegase.

El no saber quién era ya no era que no me importase, es que ni acordarme. Mis sentidos se centraron en buscar agua, estaba sediento. A un lado del camino, en lo que parecía un claro, escuché unos ruidos. Me acerqué, medio escondido. Allí había una familia; padre, madre y cuatro hijos, dos niñas y dos niños. Estaban sentados alrededor de un fuego donde parecían haber cocinado.

Me acerqué, no demasiado, y saludé. Nada más verme toda la familia se puso de pie. Pedí, como pude, un poco de agua. La mujer me acercó un cucharon y tras beber, con la boca ya bien, les di las gracias. Preguntaron por mí volviéndome a la realidad, pero no supe qué decir, diciendo así con el silencio la verdad. El matrimonio me miraba mientras mal disimuladamente cuchicheaban algo entre dientes, a lo que su hija me decía con descaro que eso de que no supiese quién era, era raro.

El padre intervino y haciendo callar a su hija me ofreció su bota de vino. Le dije que no, que era demasiado, que con el agua me daba por servido. El insistió apoyando el ofrecimiento con un viejo y pequeño cuento casi canción que decía algo así como 'de ese vino un nuevo amigo que corra en la garganta por los años que se han perdido', y con una gran sonrisa, me convenció.

Alcé la bota, abrí la boca y le di un buen trago, despertando algo en mí que había olvidado: ¡el vino!, ¡claro! Me recordó a mi bisabuelo. Siempre me contaba como un vaso de vino al día era bueno, pero solo uno. Recordaba dónde vivía, ¡claro que lo hacía! Me despedí de la familia y comencé a correr. Me miraron anonadados.

Cuando llegué a casa de mi bisabuelo estaba realmente cansado. Después de tomar aire, toqué a la puerta y me recibió una mujer, no la conocía, aunque ella a mí sí. Me agarró del brazo, algo que me gustó y sorprendió, y me llevó al salón anunciando que Miguel había llegado, así que Miguel era yo. Allí me esperaban unas caras que querían sonarme, pero no me sonaban. Mi cabeza se aturullaba, me tuve que sentar. Todos me miraban. Al principio me pusieron nervioso, pero después logré recordarlo: ¡ese era mi hogar!

No sé si a alguien me dejo, pero allí estaban mi mujer, mis hijos, mis nietos, mi doctor y un espejo para confirmarme que yo era ya un viejo. Me cansé. Quise descansar. Ahora era un viejo y hacía unos minutos me sentía un chaval. No entendía nada. No tenía pelo. Una niña me llamaba abuelo. ¿Qué eran esos muebles? ¿Y quién había puesto ese suelo?



 ¿Qué eran esos muebles? ¿Y quién había puesto ese suelo?

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⏰ Última actualización: Sep 26, 2020 ⏰

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