9. Sueña, pero no te duermas

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Salí desconcertada del aula

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Salí desconcertada del aula. Mi rostro parecía una hoguera que se avivaba con cada pensamiento dedicado a Alek. La vergüenza había renacido de las cenizas de mi antigua yo, cuándo era tímida. ¿No había perdido la dignidad hacía tiempo? Si es que esa palabra había existido en algún momento.

Me pasé una mano por la frente, perlada de sudor frío. Jamás me hubiera imaginado que conocería a un chico guapísimo y listo; listo y guapísimo... Mejor. La cabeza siempre va por delante, — y no la tienes que perder — pensé.

La sociedad nos convierte en personas superficiales e injustas, pero puedo confirmar que, ciertamente, los chicos astutos y apuestos no son una especie en extinción. Sin embargo, a pesar que un nudo abrasador se deslizaba bajo mi vientre cayendo en forma de catarata cuándo él sonreía, yo estaba aterrada.

¡Mi matrícula de honor estaba en peligro!

Alek acababa de mover la pieza de una partida de ajedrez que hasta ese momento había estado jugando yo sola. Tenía un maldito rival. Cerré los ojos y pegué mi cabeza contra la pared, fría cómo granizo. Intenté aclarar mis ideas, pero seguían revoloteando sin cesar dentro de mi mente; diabólicas golondrinas que picoteaban mis emociones.

Saboreé la palabra: rival. Sabía a limón y vodka; a chocolate y menta. Agridulce era la palabra perfecta. Alek parecía ser tan pacífico y, aun así, me mareaba la incertidumbre de que se convirtiera en mi contrincante. Y si había una sola cosa que Lena Rose no estaba dispuesta a perder era su matrícula de honor.

— ¡Lena! ¡Lena! ¡Lena! — me zarandearon por la espalda.

Mi cabeza aún pegada a la pared rebotó contra ella.

— ¡Mierda Oliver! — me quejé. — Qué daño joder.

Oliver no le importó mi golpe en la cabeza, dónde estaba segura que comenzaba a salir un buen chichón, y siguió sonriendo de oreja a oreja. Intenté replicar, pero mis labios se abrieron en un pequeño círculo y no salió ninguna palabra de ellos. Alek había aparecido detrás de él.

— ¡Lena! Te presento mi primo — puso una mano en su hombro y acercó a Alek delante de mí. — Lena, Alek. Alek, Lena.

Él iba a darme dos besos en la mejilla. Aun así, cansada de tener que dar siempre dos besos extendí mi brazo y encajé su mano con la mía. Era una costumbre que había adoptado desde chiquita, si ellos no se daban dos besos, ¿por qué yo tenía que darlos? ¿Por ser mujer? ¿Por una cuestión cultural? Ni hablar. No quería limpiarme rastros de saliva, pintalabios o dar picos accidentales.

Él se incomodó ante mi reacción, pero finalmente nuestras manos encajaron. La suya era dura y estaba llena de callos que me rasparon mi fina piel. Parecía tan pequeña a su lado. Nos soltamos las manos y nos quedamos mirando.

Tal vez, el choque de nuestras miradas fue un reto silencioso. Tal vez, nos estábamos colando uno dentro del otro más de lo que queríamos.

— Encantado — sonrió.

Hasta que dejemos de ser Idiotas ✔️ | EN FÍSICO CON MATCHSTORIESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora