Unas Llaves En La Puerta

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Jean caminaba a paso rápido sin destino. Las nuevas cerraduras le hacían imposible su trabajo. Y es que Jean era un ladrón de casas. Pensaba en sus opciones cuando la vio… Una puerta con las llaves puestas. Se detuvo y se giró buscando al dueño, pero no había ningún alma en la calle. Giro la llave y entró a una vivienda que parecía vacía. 

No podía creer en su buena suerte al encontrar las llaves en esa casa, por fuera pareciera que la casa no era una muy buena opción para su "profesión"  subió los tres escalones que lo separaban de la puerta, ya en el pórtico volvió a mirar para ambos lados de la calle para cerciorarse de que nadie lo veía, Jean entró en la casa con seguridad, como si fuera él el verdadero dueñoa. 

Lo primero que hizo al entrar fue esperar a que sus ojos se acostumbrara al cambio de luz, dentro era más oscuro de lo que parecía, las cortinas estaban todas cerradas lo que para él resultaba perfecto porque le darían mayor privacidad sin miradas curiosas desde la calle, cuando sus ojos se adaptaron comenzó a observar todo. 

Cruzó primero un pequeño pasillo que hacía las veces de recibidor, luego la casa se abrió dejando ver un amplio espacio todo se veía viejo, como si la casa tuviera muchos años sin ningún tipo de remodelacion, la sala, cocina y comedor estaban ante sus ojos. 

Su ojo experto distinguió una sala estilo Luis XV, algunas alfombras persas, jarrones chinos, había también huevos faberge, de las paredes colgaban algunos Van Gogh, unas verdaderas obras de arte, que si resultaban verdaderos le dejarían mucho dinero. 

No cabía duda que ese día la fortuna lo acompañaba, pareciera que la suerte le estaba cambiando y ahora le sonreía. 

Guardó las llaves como un tesoro, tendría que volver otro día, planear bien cómo sacar todo aquello de ahí sin dejar su rastro, para que el golpe fuera lo más productivo posible, para que fuera perfecto. Hoy solo se dedicaría a recorrer el lugar y ver qué era lo que más ganancias le dejaría. Caminaba Despacio, ponía atención a todo lo que miraba, el oído estaba atento al menor ruido a pesar de los constantes crujido que el viejo piso de madera hacía mientras él caminaba, no sabía cuánto tiempo tenía así que debía darse prisa, tomaba nota mental de todo, ese era su don, podía recordar cada detalle, la ubicación exacta de cada cosa dentro de las casas. 

Recorrió tres habitaciones y dos baños. 

Llegó hasta la última habitación que le faltaba, giró el pomo de la habitación principal, esperaba encontrar ahí la caja fuerte, no había visto una en el pequeño estudio junto al cuarto de huéspedes. 

Así que su instinto, su experiencia le decía que la caja iba a estar en esa habitación. 

Cuando entró en la habitación le sorprendió encontrar ahí a una persona, no había escuchado ningún ruido y daba por hecho que estaba solo, así que casi soltó una maldición por la sorpresa. 

—¿Quién eres? ¿Dónde está Isabel? ¿Porque aún no tengo mi café? 

La vieja anciana que hablaba parecía muy frágil para esa voz tan autoritaria, junto a la cama estaba un viejo carrito de servicio de esos que se utilizan para servir el té, arriba estaba una vieja charola con todo lo necesario para el café que exigía la anciana. 

Ella estaba sentada en una mecedora de espaldas a la puerta de la habitación, estaba enfrente a la ventana, para poder ver hacia la calle, casi era una ironía la única ventana en toda la casa con las cortinas abiertas eran para una desaliñada anciana ciega. 

Tome la taza, serví el agua y agregue dos cucharadas de café, no le agregue azúcar. Prepare el café a mi gusto, no al de ella. Camine hasta ella y le ofrecí la bebida, pero no hubo reacción, ella no veía nada. 

—No se donde está Isabel, me llamo Jean. Solo pasaba por aquí cuando vi la puerta abierta, así que entre. 

La anciana se guiaba por los ruidos, movía la cabeza según donde yo caminaba. 

—Puedo preguntar Jean ¿Te ha gustado mi casa? 

Escuché que la recorriste toda sin dejar sin revisar. 

¿Por qué has venido? 

—Bueno señora… 

—Johanna, me llamo Johanna. 

—Bueno Johanna, ya le he dicho vi la puerta abierta y entre. 

—Y asumo que entras en todas las casa con la puerta abierta ¿verdad? 

—No en todas, pero tal vez el destino hizo que entrará en esta -Jean tenía una sonrisa mientras decía esto-. 

—Tal vez si sea el destino. Precisamente estoy buscando quien le ayude a Isabel con el mantenimiento de la casa. 

—Bueno Johanna la verdad es que no estoy buscando un trabajo. 

—Ah! ¿Y a qué te dedicas Jean?

—Bienes raíces

—Ahora si creo que fue el destino, estoy buscando un agente que me ayude a vender esta casa, yo ya no durante mucho y quiero vender antes de irme. Tal vez puedas trabajar para esta anciana y ayudarla en sus últimos días… 

Parecía que Jean iba a negarse de nuevo cuando Isabel regresó de donde andaba. 

Jean la miró de arriba a abajo y sonrió ante la muchacha que estaba frente suyo, una joven morena de cabellos alborotados, casi se parecían a los de la anciana, pero mucho más joven y hermosa. 

Ella miraba la escena muy sorprendida. 

—¿Quién eres tú? -preguntó un poco asustada-. 

—Soy Jean tu nuevo compañero de trabajo. 

—¿! Que dices!? Abuela de qué está hablando este hombre

Jean ya estaba planeando robar algo más que pinturas y joyas… 

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