Diario de a bordo {11}

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Nota: capítulo largo (aprox. 5500p)

***

Encontrar las pertenencias de Kaminari no te supuso ningún problema. Sobre todo, porque tu mejor amigo tenía el mayor cúmulo de trastos exóticos y mayormente inservibles de toda la bodega.

Los cofres, morrales y demás objetos se apilaban en un lateral del casco junto a su hamaca, así que no perdiste el tiempo en rebuscar con desesperación el oro robado a los piratas errantes. Lanzando hacia los lados figuras de madera que representaban animales marinos, botellines de colores que guardaban más cosas variopintas, cascabeles, sombreros, una flauta de pan, una lupa con el cristal fragmentado, algunas pulseras de cuentas de ámbar que estaban sin terminar... Había de todo, pero no hallabas lo que habías ido a buscar.

¡Auch! —te quejaste cuando te pinchaste con un anzuelo. Te llevaste el dedo a los labios, chupando la gota de sangre que manó de la yema y saboreando el gusto metálico mientras hacías presión con la lengua para cerrar la herida.

Maldijiste a Kaminari por guardar tan descuidadamente los sedales y, para evitar un nuevo accidente, tomaste un garfio que había en el piso y lo usaste como palanca para registrar en sus bolsas sin cortarte de nuevo.

Un tintineo resonó entre sus ropas y centraste tu atención en un saco oscuro con una fina cuerda atada en su abertura. Al tomar el zurrón el peso de las monedas junto a su característico sonido —que sonó a música en tus oídos— te hizo saber que encontraste el tesoro.

Una sonrisa se apoderó de tus facciones cuando comprobaste su contenido y el oro resplandeció bajo la pálida luz de la única antorcha que había en la bodega. Volviste a cerrarla y la agarraste con fuerza hasta que tus nudillos se pusieron blancos, poniéndote en pie y girando sobre tus talones para dirigirte a la salida.

Te detuviste justo a tiempo para evitar un choque directo con uno de los esqueletos... Pues había permanecido oculto y tan rígido como una estatua que habría pasado desapercibido entre las sombras. Como un oscuro heraldo de la muerte esperando para atraparte desprevenida y desarmada.

Un grito ahogado manó de tu garganta por el susto y por acto reflejo retrocediste, presionando la bolsa con monedas contra tu pecho. El corazón martilleó con celeridad contra tu caja torácica cuando el pirata errante avanzó un paso, con su brazo extendiéndose hacia ti como si pretendiera alcanzarte con sus huesudos dedos. Así que, antes de que ese ser putrefacto te tocase, le ofreciste el morral que portabas, devolviéndole su tesoro para que os dejara en paz.

Sus falanges se detuvieron en el aire con un crujido y ningún sonido salió de su boca entreabierta, ni siquiera el eco insidioso de las voces resonaron dentro de tu cabeza. En realidad, incluso dejó de escucharse la revuelta en la parte superior, allá arriba en cubierta donde tus muchachos cruzaron miradas con estupefacción cuando los cadáveres se quedaron tiesos como horrendas esculturas.

El estruendo se paralizó y la quietud volvió a regresar al navío... como si la calma que precediera a la tempestad hubiera vuelto como un río desbocado a su cauce natural. Seguía haciendo frío y la esencia a podredumbre todavía perduraba... pero el silencio era bien recibido al igual que una pausa para los combatientes que necesitaban reponer sus energías y tomar aliento.

Abajo, en la bodega, tú seguías con el brazo extendido y los ojos completamente abiertos, con las lágrimas acumulándose en las comisuras para aliviar el escozor y la sequedad al no parpadear. Por mucho que quisieras serenarte y pensar con frialdad, la congoja atenazaba tu pecho al estar aterrorizada... No sabías si salir corriendo y gritar por ayuda o permanecer ahí a la espera de que el pirata condenado hiciera algo... lo que fuera... y dejara de observar tu alma con aquellas cuencas vacías y sin ojos...

La Perla Carmesí [Bakugou x Lectora]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora