Promesa de amor

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"Promesa de amor"

Por Daymin


Jiyong.

El estallido de las bombas le ensordecía, la creciente nube verdosa y el fuerte olor del cloro le recordaron donde estaba y lo que debía hacer.

"Corre, Jiyong, corre, ataca y cubre tu nariz" Repetía en su cabeza, deslizándose velozmente por la trinchera, topándose con algunos de sus compañeros, algunos vivos, otros ya no, pero no se detuvo a cerciorase, debía correr, correr lejos y refugiarse, quería y debía vivir.

Ese era un efecto curioso de las guerras, el agigantado deseo por vivir que se abría paso, ese instinto de supervivencia que te permitía seguir moviéndote aun si no tenías las energías suficientes, ese algo que te da la suficiente valentía para disparar y matar, porque se trata de tu vida o la vida del otro. La vida de Jiyong hacía tiempo que le había dejado de pertenecer, él la había regalado, mucho antes de la guerra.

Y Jiyong no podía morir ahí, él tenía algo que hacer. Tenía a alguien con quien reunirse.

Mantuvo eso en mente todo lo que pudo, mientras el dolor le atravesaba como brazas, destruyéndole las vías respiratorias y dejándolo al borde de la muerte. No era capaz de recordar cómo había salido herido, pero recordaba el dolor, el fuerte olor y el miedo.

Siempre pensando en él, sólo en él.

—Jiyong, querido, tienes visitas.

La voz de su madre lo sacó de aquel recuerdo sin fin, la misma historia que se repetía en su mente entre sueños, atrayéndolo a su habitación, donde reposaba ya varios meses. Miró a la mujer y, aunque quiso responder, el dolor en su pecho era mucho más grande, por lo que desistió y simplemente asintió. Ella le sonrió, con esa agrietada mueca entristecida que intentaba ocultarle a toda costa, y salió de la habitación.

Jiyong no tenía idea de que día era, si era de día o de noche, lo único que podía hacer los últimos días era dormir, descansar, prepararse para el inminente fin. Sabía que iba a morir, sus heridas causadas por los químicos en el campo de batalla sólo empeoraban día tras día. El dolor era insoportable y, secretamente, Jiyong deseaba morir pronto, ¿qué clase de vida era esa? Si es que se le podía llamar de ese modo. No estaba seguro de poder continuar viendo a su madre romper en llanto cada vez que le creía dormido, era demasiado.

Ya no había nada en ese nuevo mundo para él, sólo dolor, malos recuerdos, y el vacío que se instaló en su pecho desde mucho antes de que la guerra iniciara, aquel vacío profundo que se formó cuando su padre le obligó a marcharse y estudiar en otro instituto, lejos de Seunghyun. Ese día Jiyong perdió su verdadera razón para desear vivir y, durante la guerra, el volver a verle era su única motivación. Ahora, moribundo y roto, no podía hacer más que lamentarse.

Pensar en Seunghyun probablemente era aún más doloroso que respirar con sus pulmones destruidos, porque le había perdido hace mucho tiempo, le había perdido mucho antes de poder ser sincero, y la idea de morir sin saber que había sido de él le causaba un gran pesar. No sabía si había logrado saltarse la guerra, si había huido a otro país o si seguía con vida. Pensar en buscarle había quedado en el olvido, siendo incapaz de siquiera valerse por sí mismo.

Dos golpes resonaron en la puerta y el invitado entró sin esperar alguna respuesta de su parte. Era Soohyuk, quién se deslizó dentro de la habitación, con el mismo rostro pálido y un gesto profundamente apenado, ese al que Jiyong ya se había acostumbrado y el cual había aceptado que nunca desaparecería.

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