Capítulo 33

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—¿Qué?— balbuceo. Esto me toma por sorpresa. Yo pensaba que la L y C era algo más... simple, ¡no una historia de hace dos siglos!

—Sí, así que ponte cómoda, esto va para largo— Rosalind sigue estando tranquila, pero yo, yo estoy con los nervios a flor de piel. ¿Qué tan importante será esa historia? En eso, mi vista se va a Robert quien se mueve de un lado a otro detrás de Rosalind, por lo que puedo ver, esta preparando café. Ella abre el diario mostrando las hojas, muchas de ellas tienen escritos y otras dibujos. Puedo divisar algunas fotografías también.

—Bien, ¿cómo comienza todo esto?— pregunto esperando el inicio de lo que quieren contarme. Al decir eso, Rosalind toma el diario y lo desliza por la barra hasta dejarlo cerca de mis manos.

—¿Qué sentirías si un día te tracionará una personas a la cuál le diste toda tu confianza y amabilidad?— pregunta con expresión normal. Yo tardo en responder, pero se que estaría muy mal.

—Furiosa— contesto todavía viendo las hojas.

—Bueno, eso sucedió con todos los nativos y colonizadores. Los últimos nunca supieron lo que era ser agradecido— menciona y yo asiento dándole la razón. El mundo sabe eso. —Todo comienza por el año 1800. En ese tiempo los ingleses ya habían llegado a América del Norte. Algunos ya habían tomado posesión de territorio y fundado colonias. Pasaron algunos años antes de que apareciera un grupo que había ido en busca de territorio, pero los colonos habían perdido la mitad de los suyos gracias al atroz invierno que cayó en la región, así que decidieron regresar a Inglaterra, pero fueron sorprendidos por una mujer. Ella, de manera amable, los llevó a su tribu. Eran nada más y nada menos que Los Ciervos. Ellos le enseñaron a los colones pescar, cazar, sembrar maíz; los ayudaron a sobrevivir. Henry, quien era el capitán de esos ingleses, y Nantai, quien era el jefe de la tribu de los Ciervos, se entendieron al instante y se ayudaban mutuamente al pasar del tiempo, pero Henry quería algo más que su ayuda, él había puesto sus ojos en la hija de Nantai. Su nombre era: Denahi. Lamentablemente, ella no tenía ojos para él, ni para nadie de su tribu. Ella ya estaba enamorado de alguien más— termina con una sonrisa. Robert regresa y deja dos tazas de café sobre la barra, una para mí y otra para Rosalind.

—Denahi estaba enamorada de Tala, un hombre de la tribu de los Lobos— Robert sigue el relato mientras toma asiento en uno de los taburetes después de haber ido por su taza de café. —Los Lobos eran una tribu de feroces y temibles guerreros, y Los Ciervos los más rápidos corredores y sigilosos cazadores. Sus dos tribus vivían en continuos conflictos y más desde que Nantai había matado a Sora, el jefe de Los Lobos. Aún cuando esas dos tribus se odiaban, no fue obstáculo para que dos personas se enamorarán. Tala, en una de sus visitas al bosque, se encontró con Denahi cazando. Como a todos, su belleza lo cautivó, pero su destreza lo hechizó por completo. Ella se movía como parte del bosque. Tala, con valentía, se paró frente a ella. En un principio no le dijo a dónde pertenecía, y Denahi tampoco. Su conversación no duró mucho, pero si fue lo suficiente para que entre ellos dos surgiera una chispa. Al pasar los días, ellos siempre se encontraban ahí, en su escondite cerca de una cascada lejos de los demás. Tala buscaba la manera de enamorar a Denahi, y Denahi se dejaba enamorar por Tala. No pasó mucho tiempo para que los dos se dijeran sus tribus, pero aún sabiendo eso, no se separaron, pues en ese entonces, ya se amaban y no había una fuerza humana que los distanciará. En otro lugar, las escapadas de Denahi no fueron algo que Nantai no notará, así que obligó a su propia hija a tener un guerrero quien siempre la acompañara, él tenía que avisarle que hacía o con quien estaba. Así que ella detuvo las visitas que le hacía a Tala por temor de que le harían a él. Henry aprovechó que Denahi estuviera más tiempo en la tribu, pero su vanidad y altanería no la enamoraban. Ella extrañaba la amabilidad y dulzura de Tala— Robert detuvo sus palabras solo para tomarle un sorbo a su café. Al escuchar eso, sonreí. Escuchar historias de amor me fascinan.

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