Relato 4. El hada de los sueños

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Sacudí mis finas alas, transparentes y frágiles como escarcha; lo que más amaba era volar. Así debía ser: cada noche entrar en el mundo de los humanos y brindarles momentos de dulces sueños, tejidos a partir de los hilos de mi risa.

A veces me paraba a pensar que tal vez todo hubiese sido diferente si no hubiese nacido hada. Habría tenido una vida normal, despreocupada, junto al resto de los seres mágicos que habitaban en los Bosques de la Mente. Cada noche sería yo la que tendría sueños hermosos, de la mano de mis compañeras.

Pero mi destino ya había sido hilado.

Me dirigí al primer hogar que encontré, rodeado por una gran muralla doble, y flanqueada por decenas de guardias armados. A mí no me infundían ningún miedo pues era invisible para la vista de los mortales, pero si se sentían más seguros, allá ellos.

Todos los ventanales acristalados y opacos del palacio sumían en oscuridad las amplias salas que se mecían en la quietud del mundo nocturno, pero en el exterior brillaban iluminados con la luz plateada de la luna.

Me colé entre los resquicios de las rocas que conformaban la estructura de una torre. La primera persona a la que visitaría aquella noche sería La Princesa. No recordaba el nombre del reino que ella destinaba a regentar, así pues para mí solo era La Princesa.

La encontré bajo sábanas de algodón egipcio y almohadones de plumón de cisne, con los cabellos anaranjados desparramados sobre la cama, en medio de una habitación ricamente amueblada en oro y ébano. Me acerqué a su oído y con ayuda de mis palillos de tejer, le hice una suave bufanda con los retazos de mi risa angelical.

Le bordé buenos pensamientos y magia con hilo de oro y le añadí pompones de diversión en las esquinas. Envolví su mente con aquella mágica prenda y mientras salía volando hacia el siguiente hogar, me pareció ver su sonrisa entre la maraña que tenía por cabello.

Mientras flotaba dejándome llevar por la brisa, rumbo a la casa del Zapatero, noté una súbita angustia que recorría mi pecho. Alguien estaba en peligro.

Corregí el rumbo a toda prisa y seguí aquel hilo invisible que me unía a la llamada. Resultó ser la casa de un humilde campesino, a las afueras de la ciudad.

El niño dormitaba, revolcándose violentamente bajo las ásperas mantas. Una pesadilla.

Sabía que pasaría si intervenía. Para repeler a aquel ser oscuro creado de la más tenebrosa materia debería hacer uso de todos mis poderes, renunciando a mi felicidad y mi don para transmitirla.

Acabaría devastada, enterrada bajo olas de agonía y desesperación para siempre. Me convertiría en otra de las muchas almas en pena que recorrían cada noche un tránsito eterno, como miles de hadas antes que yo.

Miré al niño, intentando recordar cada facción suya, ofreciéndole mi bendición y las últimas voluntades que albergaba dentro.

Tan solo tenía una misión cada noche. No tenía ningún derecho de elegir mi destino.

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