Capítulo 1

920 99 10
                                    

La noche recién comenzaba, aquel hombre caminaba con desdén y pocos ánimos por aquella calle abarrotada de gente. Se detuvo un momento, muy a lo lejos de manera apenas perceptible se apreciaban los últimos rayos de luz siendo devorados por la noche.

El sol.

Ya no recordaba cuando había sido la última vez que había sentido los rayos del sol sobre su piel, pálida y de aspecto frágil. Continuó su camino hasta entrar a una casa, la casa que de momento le servía de fachada, un suspiro inesperado salía de sus labios finos, casi sin color. Llevaba demasiado tiempo buscando esa maldita flor, que había sido su bendición pero a la vez su perdición, chasqueo la lengua mostrando frustración, tantos siglos y no hallaba la pista, nada acerca de esa flor. Las luces apagadas de la casa no le molestaban en lo más mínimo, camino con aire tranquilo, hacia una habitación, en ella sobre la cama dormía una mujer de aspecto delicado y a su lado una pequeña niña. Las observo unos segundos sobre el marco de la puerta.
Matarlas no serviría de nada, matarlas sería igual que cualquier otra cosa, esa noche sus pensamientos estaban siendo ocupados por una sensación familiar, como un recuerdo vago de una memoria infinita.
Sin preocuparse, salió de ese lugar, para él, el Padre de los Demonios, matarlas o abandonaras, era igual, para el todos eran desechables. Siguió su instinto, hasta donde sus recuerdos lo llevaban, la noche apenas comenzaba así que podía darse el lujo de averiguar por qué tenía aquella sensación, camino varias millas al sur, hasta que se interno en un bosque, su atuendo seguía igual de impecable. Unos metros más sé interno en un claro y diviso una casita modesta.

Aquella inusual sensación de déjà vú le provocaba un cosquilleo familiar, entonces se acercó a aquella casa, su instinto de matar se apoderaba de él, pero era mayor su curiosidad, curiosidad que no sentia desde hace siglos.

Habia refinado la elegancia con la cual se dirigía a las personas, con los nudillos toco la puerta corrediza de aquella casita, la puerta de deslizo lentamente, y una niña pequeña lo miro en silencio, sin inmutarse. Su flequillo peinado y su cabello liso a los hombros y sus ojos grandes que reflejaban la luna lo miraban. Con voz suave se puso en cuclillas quedando a la altura de la pequeña niña que lo observaba curioso.

─¿Cuál es tu nombre, pequeña?

Preguntó Muzan, con voz tranquila.

─ Hanako, Hanako Kamado.

Respondió la niña, con un hilo de voz. Entonces casi como un reflejo de que no debía hablar con extraños de echo a correr dentro de la casa dejando la puerta corrediza abierta a aquel inusual visitante.

Kamado, ronroneo al repetir aquel nombre mentalmente, algo en aquella modesta familia le llamaba la atención. Algo que muy dentro de el sentía la necesidad de destruir.

Entro a la casa, sus pisadas eran prácticamente inaudibles, el calor de la cocina invitaba a pasar. Se detuvo mirando aquella escena, una mujer se hallaba de espaldas cocinado, pudo haberla matado en ese preciso instante pero se detuvo, a veces disfrutaba ganar la confianza de las personas que asesinaba sólo para ver su rostro de terror y decepción antes de devorarlos.

─Mamá...

Hanako, jalaba el madil de su madre para que volteara, la joven mujer le hizo un ademán para que esperara, Muzan miraba a la niña con aspecto intimidante, entonces Hanako volvío a insistir.

─Mamá...hay un hombre en casa...

La mujer volteo a la entrada de la cocina, quedándose helada, ¿cómo había entrado aquel hombre?¿cuanto tiempo llevaba observando? Por su ropa pudo precisar que no era del pueblo, aclaró un poco su garganta y se dirigió a Muzan.

─Señor...¿cómo es que usted...?

─ Muzan, me llamo Muzan Kibutsuji.

La interrumpió rápidamente, quitándose su sombrero haciendo una pequeña reverencia.

Internamente disfrutaba la reacción de terror de aquella mujer.

─Lamento sí fui inoportuno, no quise asustarla, es sólo que su pequeña abrió la puerta y pensé que no había nadie más en casa, quise cerciorarme que todo estuviera en orden.

Le dirigió una sonrisa torcida.

─No, no se preocupe Señor Kibutsuji, le agradezco su preocupación desinteresada, tome asiento en seguida si me permite le traeré una taza de té, últimamente el frío es cada vez mas intenso.

Dicho eso jalo consigo a Hanako a la cocina, preparo con nerviosismo el té, mientras el agua estaba por hervir, una corazonada en aquella mujer le hizo dudar un poco de aquel extraño hombre sentado en la otra habitación. Se acercó a la pequeña niña y en voz baja de dijo.

─Hanako, ve con tus hermanos por la puerta trasera y despierta a Nezuko, dile que se quede atenta por sí necesito su ayuda.

Su voz se vio interrumpida por el chillido de la tetera, tomo dos tazas pequeñas y la tetera en la otra mano, se encaminó a la otra habitación con miedo creciente, aquel hombre parecía mirar todo a su alrededor con detenimiento como si buscará algo.

─ ¿Señor Kibutsuji?

La voz de aquella mujer interrumpía sus pensamientos haciéndolo volver a sentarse frente a la mesa, sirvió el té y lo puso frente a el. Muzan tomo entre sus pálidas manos la taza de té acercando un poco sus labios. Notó aquel nerviosismo con la que la mujer lo miraba, bajo la taza y la colocó sobre la mesa.

─ Señora Kamado...por favor hágame el favor de sentarse conmigo.

Extendió una mano señalado en lugar al otro lado de la mesa. Ella accedió sin quitarle la vista de encima.

─ ¿Debe ser difícil pasar el invierno aquí, no es así?

Muzan simuló dar un sorbo al cálido te observado a la mujer.

─ Nunca nos quedamos sin leña, eso es una ventaja.

Respondió.

─ Que descortesia la mia, soy Kie Kamado.

Hizo una inclinación con la cabeza.

─ Veo que es viuda ¿no es así?

Muzan se apresuró a llenarla de preguntas, que no hacían mas que confirmar sus recuerdos.

─ No...

Mintió, no iba a dejar que él supiera que estaban desprotegidos

─¿Mamá?

La voz de Takeo interrumpía aquella conversación.

─Takeo, ¿que haces despierto?

Le pregunto su madre con nerviosismo.

─No sabía que tenía un hijo varón...

Murmuró sonriendo, mirando al niño, sus ojos carmesí brillaron con recelo, ese era un niño Kamado.

El último, pensó para sí mismo.

After the DarkKde žijí příběhy. Začni objevovat