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Camilo llegó a su casa y se acostó de inmediato, en completo silencio para no despertar a su madre.
Le costó mucho conciliar el sueño, con su cabeza dando vueltas alrededor de lo ocurrido esa noche.
Se sentía completamente vacío y sucio, como si hubiera hecho algo imperdonable.
Y de alguna forma, lo era. Basado en la crianza cristiana que había recibido de parte de su madre, lo que había hecho era algo muy malo. La prostitución no estaba seguro que fuera algo tan malo, pero el tener sexo con otro hombre, estaba completamente seguro que si.
"No debí haberle dado mi número de celular", pensaba, arrepentido. No quería saber nada de Raúl, nunca más.
Se quedó dormido después de un par de horas, pensando en cómo sería capaz de mirar a su madre a los ojos al día siguiente.
Pasaron los días, y los sentimientos de asco y culpa se fueron desvaneciendo. El dia lunes fue a clases de forma normal, y antes de volver a su casa, pasó al supermercado a comprar mercadería con el dinero que le había pagado Raúl, para rellenar la despensa sin que su madre lo notara. Así por último usaría ese dinero para ayudar en la casa.
A mitad de semana, ya pensaba en lo que había pasado de otra forma. Ya no le daba asco pensar en Raúl, sino que lo excitaba. Se estremecía cada vez que pensaba que había recibido dinero por tener sexo, que alguien estaba dispuesto a pagar por estar con él. Y no veía la hora para volver a hacerlo.
Por eso se alegró mucho cuando vio que tenía una llamada perdida de su parte el sábado en la tarde.
—Tengo un amigo que quiere conocerte. Rafael —le dijo Raúl cuando Camilo le devolvió el llamado.
—¿Cuándo? —preguntó Camilo, sintiendo como la adrenalina aumentaba en su organismo.
—Hoy en la noche —respondió—. Paga lo mismo que yo, por lo mismo del otro día.
—Ok —dijo escuetamente Camilo, ansioso.
—Aún eres virgen, ¿cierto? —quiso saber Raúl.
—Si —respondió con una risita tonta.
—Buena. No la pierdas aún —le aconsejó—, y mucho menos con mi amigo de hoy, ¿estamos? —sonaba más como una orden.
—Bueno —respondió un poco desconcertado.
Esa noche Camilo se alistó para ir al encuentro con el amigo de Raúl, en la dirección que éste le había enviado por mensaje de texto. "Nuevo cliente", pensaba, y sonreía para sus adentros, como si estuviera haciendo una travesura.
Sabía que lo que iba a hacer podía ser peligroso, podría ir al encuentro con un asesino en serie o algo así, pero no le importaba. De hecho, esa misma sensación le provocaba aún más excitación. La adrenalina de estar haciendo algo muy al límite de sus valores morales.
—Cuídese, por favor —le pidió su madre cuando él iba saliendo, después de decirle que se juntaría a carretear con unos compañeros de la universidad. Él asintió y le dio un beso en la mejilla antes de salir.
Tomó un taxi hasta la dirección indicada, una sencilla casa verde en el sector norte de la ciudad.
Tocó el timbre que estaba adosado a la reja negra, y miró a través de los fierros esperando que se abriera la puerta.
Salió a recibirlo un hombre bajito de unos sesenta años, pelo cano y piel muy rojiza.
—¿Rafael? —preguntó en voz baja Camilo, cuando el hombre le abrió la reja.
El hombre asintió y le indicó que pasara.
Camilo se quedó de pie en la entrada de la casa, mirando el lugar. Los sillones del living estaban llenos de bolsas y cajas, y no había lugar donde sentarse.
—Ven, siéntate aquí —le dijo Rafael, tomándolo de la mano y llevándolo a través de una cortina de cuentas hasta su habitación, donde estaba la cama de una plaza.
Camilo se sentó en la cama, y le sonrió con amabilidad, a pesar de que el lugar lo incomodaba por lo desordenado y pequeño, y comenzó a dudar de que el hombre tuviera los medios para pagarle.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó Rafael, notablemente contento por la compañía.
Camilo pensó en responder su nombre de manera automática, pero luego decidió dar uno falso, como una ridícula forma de protegerse.
—Jordan —dijo finalmente. Así se llamaba el compañero de curso que le gustaba en primero medio.
—Mucho gusto —dijo Rafael—. Raúl me habló mucho de ti, así que decidí ver qué tanta maravilla. Hasta ahora no decepcionas —le dijo, acariciándole el rostro con los dedos—. Eres realmente hermoso.
Camilo no pudo evitar sonrojarse. A pesar de que no tenía ninguna conexión emocional con el hombre frente a él, nunca le habían dicho que era hermoso.
Rafael besó a Camilo de improviso, y aún con su nula experiencia, el joven notó que su cliente era un pésimo besador. El exceso de saliva, y la forma desesperada con la que movía su lengua, sumado a un leve mal hálito, le provocó un inmediato rechazo. Camilo lo empujó, como acto reflejo, para ponerle fin a ese pésimo beso.
—¿Qué pasó? —preguntó Rafael, con una triste expresión en su rostro.
Camilo no supo qué decir. Se notaba que el hombre estaba emocionado de tenerlo ahí con él, y en cierto sentido eso le provocaba ternura (a pesar de que estaba pagando para tener sexo con alguien que perfectamente podría ser menor de edad).
—Soy un idiota —dijo el hombre, poniéndose de pie y dándose media vuelta para buscar algo en la cómoda que tenía a sus espaldas—. Aquí tienes —le entregó un sobre blanco. Camilo lo abrió y adentro estaba el dinero prometido. Los contó y efectivamente había diez billetes azules.
Con ese dinero en la mano, Camilo evaluó si era suficiente para soportar los besos de Rafael.
Por supuesto que eran suficientes.
Camilo hizo de todo lo que su cliente le pidió, y pudo disimular muy bien su falta de experiencia, ya que, al parecer, Rafael tampoco era muy experimentado.
Mentiría si dijera que Camilo no se sintió igual de sucio y vacío que la primera vez que estuvo con Raúl. Exactamente después de eyacular en la boca de Rafael mientras éste le hacía sexo oral, sintió un fuerte rechazo hacia él. Sintió asco y solo quería irse lo más rápido posible del lugar.
Evitó hacer contacto visual con su cliente. Guardó el sobre con el dinero en el bolsillo de su polerón, y se llevó su ropa al baño para ducharse. Al cabo de unos minutos ya estaba listo.
Se despidió de Rafael, quien se deshizo en halagos y agradecimientos para él, maravillado por su desempeño, mientras lo acompañaba hasta la puerta. Camilo le dio un simple apretón de manos, y una sonrisa amable, aunque seguía sin mirarlo a los ojos.
Caminó hacia el paradero de micros, a esperar que pasara un colectivo o un taxi, mientras pensaba que Rafael efectivamente debía haber sido virgen también, para haber encontrado tan maravilloso su inexperto desempeño.
Las semanas pasaban y Raúl lo contactaba periódicamente para ofrecerle nuevos "amigos". Camilo los aceptaba todos a pesar de que el pago iba disminuyendo progresivamente, y no le pagaban directamente a él, sino que a través de Raúl.
—Es mejor así —le dijo Raúl cuando Camilo le preguntó al respecto—. Es más seguro por si te asaltan en la noche, no pierdes todo el dinero —explicó—. Así yo te lo paso después de día, cuando hay más seguridad.
—¿Y por qué están pagando menos? —preguntó.
—Es porque ya no eres el "chico nuevo". Ya tienes más y más experiencia y eso hace que pierdas cierto valor —intentó que sonara lo menos frío posible.
Camilo aceptó a regañadientes las razones de Raúl, y siguió trabajando con sus "amigos".
Así fue como conoció a varios de los amigos de Raúl: a Alan, el gerente de un supermercado; a Francisco, el profesor de la universidad; a Germán, el Cirujano de la Clínica; a Sebastian, el operador de minería; a Jonathan, el ingeniero químico; entre tantos mas.
Todos tan diferentes entre sí, en edades, contextura física, estilos de vida y experiencias. Pero todos tenían una cosa en común: Camilo. Pagaban para que el joven estudiante de pedagogía se los follara como si no hubiera un mañana.
Y a Camilo le gustaba. Lo hacía sentirse deseado y, de alguna forma, poderoso. Con el tiempo fue perdiendo el rechazo que le producían sus clientes después de terminado el acto sexual. De hecho, ya no sentía nada en absoluto. Era todo estrictamente "profesional".
a la vez, seguía utilizando el dinero para ayudar a su madre en la casa, compraba víveres y pagaba las cuentas cuando ella le entregaba el dinero para hacerlo, pero después se lo devolvía sin que ella se diera cuenta.
Al cabo de un par de meses, un día viernes recibió una sorpresiva llamada de Raúl.
—¿Estás muy ocupado? —le preguntó al teléfono.
—Tengo clases ahora, ¿por? —contestó extrañado Camilo.
—Para que vengas a mi casa para prepararte. Un amigo quiere pagar por tu virginidad —respondió, y se le notaba la emoción en la voz.
Camilo sintió un vacío en el estómago, se puso nervioso, aunque no sabía por qué. Después de todo, solo era sexo. ¿Cierto?
—Ok, voy para allá —respondió, y cortó la llamada.
Se saltó la última clase del día que le quedaba, y se fue a la casa de Raúl.
—Tienes que lavarte bien. Toma todo el tiempo que necesites —le dijo Raúl, entregándole un enema a Camilo, después de explicarle cómo hacerlo.
Camilo ya había investigado todo al respecto en internet, por su cuenta, pero de todas formas estaba nervioso. Y Raúl no lo ayudaba a relajarse.
El dueño de casa no paraba de hablar de lo importante que era su "amigo", y que tenía que complacerlo en todo sin reparos. No quiso decirle quién era, ni por qué era tan importante, pero Camilo asumió que por lo mismo era tan misterioso.
Camilo se vistió con el traje que le entregó Raúl, y quedó impresionado por lo bien que se veía con esa tenida tan elegante.
—¿Cuánto te costó? —preguntó preocupado por el regalo.
—Tú tranquilo, que tienes que estar bien presentable para mi amigo —lo calmó Raúl, sonriéndole con los labios, mas no con la mirada.
Faltando cinco minutos para las nueve de la noche, Camilo llegó al prestigioso Hotel donde Raúl lo envío al encuentro de su amigo. Se sentó en uno de los sillones de la sala de estar, y miró a cada una de las personas presentes, intentando adivinar quién sería su cliente.
Al cabo de unos minutos, a las veintiuna horas en punto, un alto hombre de unos cuarenta años, con un traje gris, se acercó hacia donde estaba, y se sentó frente suyo.
—Tú debes ser Camilo —le dijo con una intimidante voz ronca, aunque su mirada le inspiraba confianza.
Camilo temblaba por dentro. No quería dejar en evidencia su timidez e inexperiencia (aunque si lo pensaba, precisamente por su inexperiencia estaba ahí con ese hombre).
—Así es —respondió con una sonrisa. Quiso preguntar el nombre de su interlocutor, pero no sabía si podía hacerlo.
—Mucho gusto —dijo el hombre, extendiéndole la mano por sobre la pequeña mesa de centro donde descansaban un par de periódicos del día—. Yo soy Fernando.
—Mucho gusto, Fernando —respondió Camilo, aliviado porque el hombre se presentó sin preguntarle.
—¿Te gustaría beber algo? —le ofreció Fernando—, podemos tomar algo acá en el bar, o pedimos algo en la habitación, ¿qué prefieres?
Camilo no supo qué responder.
—Pidamos en la habitación —respondió después de pensarlo unos segundos, intentando sonar lo menos indeciso posible.
Tomó esa decisión después de pensar en que si se quedaban en el bar, podría caber la posibilidad de que alguien lo viera.
Camilo se puso de pie y vio a Fernando mientras se acercaba al bar para decirle algo al barman. Supuso que le estaba pidiendo que le enviaran una botella de champán a su habitación o algo por el estilo.
Recorrió con su mirada la estilizada figura de su cliente, y admiró su buen gusto para vestir. Asumía que el traje era hecho a la medida porque le quedaba perfecto, y deseó alguna vez poder vestirse así (a pesar de que el traje que estaba usando en ese momento lo hacía verse muy guapo, en su humilde opinión).
Al llegar a la habitación, Camilo se pudo relajar un poco, producto de la capacidad que tenía Fernando de hacerlo sentir cómodo y a gusto. Ocupaba un tono de voz amable y atento, como si de verdad le interesaba lo que Camilo le pudiera contar.
Y por alguna razón, Camilo bajó la guardia. Con todos los otros "amigos" de Raúl, Camilo evitaba compartir información muy personal, y si lo llegaba a hacer, era información completamente inventada, desde su nombre hasta su real ocupación. Pero en ese momento se sentía incapaz de mentirle a Fernando. El hombre tenía algo que lo hacía responder sin pensar en sus propias barreras.
Después de haber revelado prácticamente toda su vida, Fernando se levantó de la cama, y se acercó a Camilo, que estaba sentado en el sillón debajo de la ventana. Fernando tomó la mano de Camilo con suavidad y le indicó que se levantara. Tomó la copa de champán de la mano de Camilo y la dejó en el velador con cuidado.
Camilo comenzó a temblar, nervioso por lo que estaba a punto de pasar.
—¿Raúl te explicó de qué se trata esto, cierto? —le preguntó Fernando, a solo un par de centímetros de su rostro, y Camilo pudo sentir el agradable aroma del perfume que usaba.
Camilo asintió, intentando ocultar su nerviosismo.
—Bien —dijo Fernando, con un brillo de satisfacción en los ojos—. Porque no me vas a querer decepcionar.
Fernando miró a Camilo con deseo, recorriendo cada centímetro de su rostro con la mirada, encantado con el muchacho que tenía frente a él.
Camilo sintió la mano de Fernando apoyada en su nuca mientras se acercaba a besarlo, y lo interpretó como un gesto de dominancia.
El beso fue apasionado, e incluso violento, desde el primer segundo, y Camilo se dio cuenta de inmediato que era el mejor besador de entre todos los amigos de Raúl.
Camilo se dejó llevar por el beso de Fernando, hasta que de improviso sintió que lo empujó hacia la cama, descolocándolo por completo.
Miró desconcertado a Fernando, quien le devolvía la mirada con una sonrisa socarrona mientras se quitaba la chaqueta. Camilo se sentó en la cama y comenzó a desvestirse, imitándolo, cuando Fernando le indicó que se detuviera.
Fernando se bajó el cierre del pantalón, y por la abertura de la tela sacó su miembro. Camilo quedó impresionado por el tamaño, pero no tuvo mucho tiempo para contemplarlo porque la mano de Fernando sobre su cabeza lo obligó a meterlo en su boca rápidamente.
Se atragantó varias veces, producto de la presión de Fernando que lo obligaba a mantenerlo todo dentro de su boca. Por los ojos de Camilo caían lágrimas y la saliva caía por su boca cada vez que podía separar su rostro del pubis de Fernando.
Fernando volvió a empujar a Camilo contra el colchón, y se abalanzó sobre él para besarlo en la boca, y lamió las lagrimas que habían caído por su rostro.
Camilo pensó que el momento más duro ya había pasado, cuando Fernando de repente abrió con fuerza su camisa, lanzando botones por doquier.
Camilo se inclinó, preocupado por su ropa, pero Fernando no le permitió mirar, y de un beso lo obligó a apoyar la cabeza nuevamente en la cama.
Fernando lo volteó con fuerza, y Camilo de inmediato comenzó a desabrochar su cinturón, pero su cliente fue más rápido (o agresivo), y rajó el pantalón por las costuras posteriores, dejando la ropa interior expuesta, aunque no por mucho, ya que de igual forma rasgó la tela.
La preocupación y el miedo se apoderaron de Camilo, pensando en cómo se iría a su casa después, con toda la ropa hecha tiras, y pensando también en el dolor que sufriría si Fernando continuaba con ese nivel de agresividad.
Sabía que debería preocuparlo más el dolor, pero en su mente estaba dispuesto a aguantarlo, pensando en el dinero que recibiría a cambio. El tener que andar por las calles sin ropa, por otro lado, le preocupaba más.
Fernando le hizo un beso negro, que Camilo pudo disfrutar placenteramente, y le sirvió para despejar la mente de aquellas preocupaciones y enfocarse en el momento.
Después de unos minutos, Camilo notó que Fernando se ponía el condón, y sin previo aviso, presionó el pene contra su ano. Su virginidad posterior intacta oponía total resistencia, pero Fernando no estaba dispuesto a esperar.
Camilo sintió un dolor como nunca antes y las lágrimas comenzaron a caer espontáneamente por su rostro. Se quejaba roncamente por el dolor e intentó relajar su esfínter para poder facilitar la tarea, pero no fue suficiente.
El ardor que le provocaba el miembro de Fernando entrando en su cuerpo lo hacía imaginarse que estaba completamente destrozado, pero quiso alejar ese pensamiento de su mente, e intentó obligarse a dsifrutar el momento.
No lo logró.
Fernando se apoyó con fuerza sobre él, moviendo su pelvis sin importarle el daño que le producía a Camilo. De vez en cuando le halaba el cabello desde atrás, haciendo que Camilo exhalara un quejido de dolor y sorpresa.
Cuando lo volteó, quedando frente a frente, levantó las piernas de Camilo y volvió a introducir su miembro sin mayor consideración.
A Camilo le costaba mantener el contacto visual con Fernando, quien lo miraba fijamente en todo momento, disfrutando el encuentro, pero él prefería cerrar los ojos a ratos.
Abrió los ojos asustado, al sentir las manos de Fernando ejerciendo presión en su cuello. El hombre lo miraba con una sonrisa de placer, viendo la desesperación en los ojos de Camilo a medida que su rostro se tornaba rojo por la falta de aire.
Camilo respiró aliviado cuando Fernando quitó la presión de su cuello, e inmediatamente después se acercó a besarlo, eufórico por lo que había hecho.
Después de varios minutos, Fernando finalmente eyaculó y se recostó en la cama al lado de Camilo.
Camilo, por su parte, se sintió aliviado de que todo hubiera terminado, mientras el ardor en su parte posterior tomaba aún más fuerza.
Fernando le ofreció pedir comida a la habitación, como si lo que había ocurrido hace unos minutos no fuera nada. Como si comprar la virginidad de un joven de diecinueve años, y hacerlo con tanta violencia fuera algo normal en su vida.
Camilo, de todas formas, no dijo nada. Intentó dejar a un lado sus sentimientos y actuó lo mejor que pudo para dejar una buena última impresión en su cliente.
—Te puedes duchar si quieres, y te vistes con esto después —le dijo Fernando, sacando una muda de ropa (una polera blanca, un jeans celeste y un polerón gris con capucha) del armario.
Camilo tomó una ducha larga, intentando limpiarse lo mejor posible a pesar del dolor que sentía. Se miró al espejo antes de vestirse, y notó que las manos de Fernando quedaron marcadas en su cuello. Sintió un vacío en el estómago y comenzó a temblar, nervioso por la secuela de ese desagradable encuentro. Se vistió rápidamente y salió del baño ya listo para irse.
—Me gustó tu trabajo —le dijo Fernando, levantándose a su encuentro.
—Gracias —respondió Camilo, bastante descolocado, evitando el contacto visual directo.
—Ya le pagué lo acordado a Raúl. Espero te sirvan los quinientos mil para ayudar a tu madre —agregó, intentando sonar cercano, aunque Camilo ya no lo sentía así, después de conocerlo en la cama.
Fernando le extendió la mano a modo de despedida, y Camilo salió por la puerta.
Camilo estaba descolocado. Le costaba caminar, y aún sentía la presión del miembro de Fernando en su cuerpo, sus manos apretando su garganta y golpeando su pecho.
Recordó la primera vez que tuvo sexo con Raúl, esa sensación de rechazo a si mismo, sintiéndose sucio por lo que había hecho. Pero ahora, además, se sentía vacío, como si fuera un simple objeto que es usado para beneficio de quien lo quiera sin importar sus emociones.
Tenía ganas de llorar, pero no lo hizo, para no llamar la atención, asumiendo que todos verían los hematomas en su cuello, pero en realidad, nadie se fijó en él.
Al salir del hotel, llamó a Raúl por teléfono. Quería cortar todo tipo de relación con él. Solo quería que le diera el dinero que le correspondía y no saber más de Raúl ni de sus amigos.
—¿Cómo te fue? —preguntó Raúl al otro lado de la línea, aunque Camilo apenas pudo oírlo por la música fuerte.
—Mal —respondió escuetamente Camilo, intentando mantener firme la voz.
—¿Por qué? —Camilo notó preocupación en la voz de Raúl—, ¿lo hiciste enojar?
—No, no es eso...
—¿Entonces? —estaba molesto, según Camilo pudo notar—. ¿Tuvieron sexo o no?
—Si, pero...
—¿Quedó satisfecho Fernando?
—Si, pero...
—Mira, yo estoy en la disco pasándola bien, no quiero que me molestes, ¿entendido? —dijo Raúl, ya evidentemente molesto, y cortó la llamada.
Camilo sintió una mezcla de emociones en su interior. La pena por la situación que había sufrido hace minutos, y la rabia por la forma en que Raúl le respondió, hicieron que explotara en llanto en plena calle.
No sabía qué hacer. No podía llegar a su casa en esas condiciones y arriesgarse a que su madre lo viera así.
Decidió irse caminando hasta la discoteca donde estaba Raúl (sabía cuál era porque pasaba prácticamente todos los fines de semana ahí), e insistir en hablar con él.
Al llegar a la disco, ya estaba un poco más calmado. Había tenido tiempo para llorar en el camino, así que ya se sentía aliviado en ese sentido. Aunque sabía que tenía los ojos hinchadísimos.
Quiso entrar al local, pero olvidó que no tenía dinero suficiente para pagar la entrada.
Estaba sacando el celular de su bolsillo, para llamar nuevamente a Raúl, cuando sintió que le tocaban el hombro.
—¿Algún problema? —dijo una voz a sus espaldas.
Camilo se volteó y vio los ojos verdes del barman que le devolvían la mirada. El muchacho le sonreía de forma amable. No supo qué responderle, si la verdad, o dejarlo pasar diciéndole que no tenía ningún problema.
—Es que necesito hablar con un amigo que está adentro, pero se me quedó la plata en la casa —respondió finalmente, con sinceridad a  medias.
—Tranquilo, yo te dejo pasar —le respondió el Barman. Habló un par de palabras con el guardia y pudieron entrar sin problemas—. Tanto tiempo sin verte —le dijo cuando iban caminando por los pasillos del local.
—Si —respondió con timidez Camilo. La amabilidad del barman lo descolocaba un poco, y además le sorprendía que se acordara de él. Quizás lo estaba confundiendo con alguien más—. ¿De verdad te acuerdas de mí?
El Barman se rió.
—La verdad es que si —respondió, y Camilo pudo notar, incluso bajo la escasa iluminación, que se ruborizó. El barman se detuvo y miró de frente a Camilo—. De hecho, esa noche quería seguir hablando contigo, pero desapareciste.
Camilo tuvo una sensación tibia en su interior. Sintió una leve alegría al saber que el Barman de verdad había estado interesado en él esa noche, pero a la vez, sintió mucha pena y rabia al darse cuenta que el muchacho de ojos verdes no lo encontró más tarde esa noche porque se había ido con Raúl.
—Pero ese día yo volví a la barra y no te vi —dijo Camilo, intentando hacerle ver que él también lo buscó.
—¿En serio? —preguntó el Barman, abriendo los ojos emocionado—. Quizás fue justo cuando tuve que ir a solucionar unos problemas de abastecimiento allá atrás.
Camilo no podía creer lo que le estaba pasando. El chico más guapo de la disco estaba frente a él, mostrando genuino interés, y sin intercambio de dinero de por medio.
—De ahí al rato me fui —agregó Camilo con cierta tristeza.
Se quedaron en silencio un rato, mirándose con complicidad, como si se conocieran de años.
—¿Te tincaría juntarnos a conversar algún día? —le preguntó, ansioso, el Barman.
—Si, obvio —respondió de inmediato Camilo, esbozando una sonrisa genuina por primera vez en la noche.
—¡JuanJo! —gritó una voz que venía desde adentro de la disco—. ¡Aquí estás!, ya pues apúrate, que está imposible para atender yo sola la barra —era la chica de pelo negro que había visto Camilo en su visita anterior.
—Ya, voy altiro —le respondió el Barman—. ¿Te tinca mañana?, en el Café del Centro? —propuso.
—Ahí estaré. ¿A las cinco? —preguntó Camilo.
—Perfecto —cerró el trato con una sonrisa—. Me llamo Juan José, JuanJo, por si acaso —el Barman le extendió la mano.
—Camilo —respondió, y le dio un apretón de manos.
JuanJo se dirigió hasta donde estaba la muchacha de pelo negro, dejando solo a Camilo, quien, con una sonrisa plasmada en el rostro, tomó más fuerzas de las que tenía, para buscar a Raúl, y terminar definitivamente con esa relación "laboral" enferma.
Se paró al borde de la pista de la discoteca buscando con la mirada a Raúl, esperando que aún estuviera en el lugar.
Por suerte, al cabo de unos minutos, lo encontró saliendo del baño junto a un joven que no demostraba más de veinte años.
Raúl se sorprendió al verlo y lo saludó con una sonrisa que le indicó de inmediato a Camilo que estaba bajo la influencia de algo.
—¿Decidiste venir a celebrar tu gran noche? —le preguntó con ironía Raúl.
—No —respondió serio Camilo—. Quiero terminar con esta... cosa que tenemos.
Raúl cambió su expresión de inmediato, y mostró preocupación en su rostro.
—¿Estás seguro? —intentó mantener la calma—. Creo que es mejor que lo pienses bien antes de tomar una decisión así.
—Ya lo pensé bien. Quiero que me pagues lo de hoy, y terminar con todo esto.
Raúl se quedó pensando unos segundos, y luego respondió.
—Ya, mira, vamos a mi casa, te paso el dinero, y conversamos bien las cosas. Con calma —propuso.
Camilo aceptó resignado, con una alegría interior sabiendo que por fin terminaría con este tipo de acuerdos.
Raúl condujo su camioneta hasta su casa en completo silencio.
—Cuéntame, ¿por qué quieres terminar? —le preguntó Raúl, ya en la casa, sentándose en el sillón, intentando mostrarse tranquilo, pero en verdad su expresión decía todo lo contrario. Le indicó a Camilo que se sentara en el sillón frente a él.
—Porque no quiero volver a pasar por lo que tuve que pasar hoy —respondió Camilo, con la voz temblorosa.
—¿Por qué?, ¿qué te hizo? —preguntó con cinismo, viendo claramente las marcas en el cuello de Camilo.
—Me lastimó —dijo con una mezcla de pena y rabia—. Mucho —las lágrimas comenzaron a caer por su rostro.
—Camilo, yo te advertí que era un amigo complicado e importante, que no sería como los demás, y tu aceptaste.
—Nunca me dijiste que sería violento —dijo Camilo, ya entregándose al llanto.
—¿Y qué esperabas?, ¿Qué te tratara con amor? —Raúl se burló, mientras se ponía de pie para ir a la cocina a sacar una cerveza—. Una persona que paga por la virginidad de un pendejo de diecinueve años obviamente está mal de la cabeza.
Camilo se quedó en silencio, sorprendido por las palabras de Raúl. Sabiendo que su "amigo" era alguien "malo de la cabeza", igualmente lo expuso.
—Tú hiciste lo mismo —le respondió finalmente, en voz baja.
Raúl se volteó furioso, y Camilo notó que no estaba enojado porque no le había dicho que era virgen cuando estuvo con él (de seguro ya lo sabía), sino porque efectivamente se describió a sí mismo con sus propias palabras.
—Y tú aceptaste libremente, nadie te obligó —replicó Raúl. Estaba visiblemente furioso, haciendo que Camilo tomara una actitud más defensiva.
Raúl se dirigió a su habitación, con la botella de cerveza en la mano, y volvió a los segundos con un sobre blanco.
—Ahí tienes, lo de hoy —lo tiró sobre la mesa de centro, con desdén.
Camilo recogió al sobre y sacó del interior un fajo de billetes y los contó.
Doscientos cincuenta mil pesos.
Sintió una ola de rabia en su interior. Ya era bastante malo haber tenido que pasar por lo que tuvo que pasar con Fernando, para ahora enterarse que Raúl le estaba robando en su propia cara.
—¿Dónde está el resto? —preguntó serio.
—¿Cuál resto? Eso es lo que Fernando pagó por ti.
—Él me dijo que pagó quinientos —dijo Camilo, acercándose a Raúl para intimidarlo. No sabía de donde venía esta nueva actitud, pero esperaba que funcionara.
Raúl soltó una risa nerviosa.
—El resto son los costos operacionales —respondió después de unos segundos, recuperando su actitud arrogante.
—¿Qué costos operacionales? —preguntó incrédulo Camilo.
—No ibas a creer que tener una red de contactos como clientes para ti seria gratis, ¿o si?
—Eso nunca estuvo en el acuerdo —Camilo estaba reuniendo todas sus fuerzas para no pegarle o estallar en llanto por la rabia.
—¿Y qué vas a hacer?, ¿me vas a denunciar? —Raúl se burlaba de Camilo en su cara—, ¿acaso te vas a arriesgar a que tu madre se entere que eres un puto maricón?
Camilo no aguantó más y le dio un golpe de puño en el rostro. La mención de su madre fue la gota que rebalsó el vaso.
Raúl logró apoyarse en la pared para evitar caer al suelo, y derramó un poco de cerveza de la botella que aún tenía en la mano. Rápidamente se incorporó y se abalanzó sobre Camilo, quien se golpeó la cabeza con el marco de la puerta al caer.
Camilo pudo ver el rostro de Raúl sobre él, completamente rojo por la ira, de forma borrosa. Sentía un dolor puntante en la cabeza producto del golpe, el cual aumentó al extremo cuando Raúl lo golpeó con la botella de cerveza en la sien izquierda, dejando su rostro lleno de pedazos de vidrios.
Camilo se desesperó. Quería defenderse pero no podía, no tenía las fuerzas para moverse ni levantar los brazos para bloquear los golpes de puño que le daba Raúl sin parar.
Quería llorar pero ya ni eso podía hacer. Las lágrimas salieron de sus ojos y cayeron por sus sienes hasta su cabello, en ausencia total de llanto.
—A mi ningún pendejo maricón me va a venir a golpear en mi casa, ¿entendiste? —le dijo Raúl, acercando su rostro al de Camilo.
Camilo veía todo borroso, pero aún así pudo ver la sonrisa de maldad pura en el rostro de Raúl, quien continuó golpeándolo sin piedad.
Cerró los ojos, esperando que Raúl se cansara de golpearlo, pero no había indicios que eso fuera a suceder pronto.
Poco a poco los golpes se sintieron más distantes, y el dolor de cabeza comenzó a desaparecer. Ya no sentía dolor alguno. Se dejó llevar en un vacío oscuro hasta que todo contacto con el mundo real desapareció por completo.
Camilo despertó muy desorientado. No podía ver nada y sólo podía oír sonidos ahogados que no pudo descifrar de donde provenían.
Intentó moverse, pero no pudo. Estaba atrapado, envuelto con algo que no pudo descifrar bien. Palpó con los dedos y notó que era algún tipo de tela.
Quiso gritar, pero la voz no le respondía, y notó que su cuerpo era presionado cada par de segundos por un golpe pesado que se mantenía.
Intentó liberarse de lo que sea que fuera lo que lo mantenía atrapado, pero no pudo, estaba muy apretado. Se desesperó e intentó gritar, pero nuevamente no le salía la voz.
Comenzó a llorar pensando en su madre, en lo mucho que iba a sufrir cuando se diera cuenta de su desaparición, y aún más cuando supiera las razones de eso y su fin.
Se arrepintió por haberle mentido siempre, por no haber sido sincero con ella, y esa angustia le provocó un dolor profundo en el pecho.
Comenzó a ahogarse, por el llanto y la falta de oxígeno. Lentamente, al cabo de unos minutos, comenzó a adormecerse, pero él no quería, porque sabía que si se entregaba a eso sería su fin. No quería que su madre sufriera por él.
Ese último pensamiento lo acompañó hasta que un punto blanco apareció frente a él, y comenzó a hacerse más y más grande, hasta que la luz lo consumió todo, y Camilo por fin pudo descansar.
Raúl terminó de tapar el hoyo en el cual había enterrado a Camilo y se secó el sudor de la frente con el antebrazo.
Temblaba levemente y estaba mareado. Vomitó por tercera vez al lado de la camioneta justo antes de tirar la pala en el pick up.
Sacó su celular del bolsillo y llamó a un contacto sin nombre.
—Ya está listo —dijo con la voz ronca, una vez le contestaron la llamada.
—Bien. Te espero mañana a primera hora en el hotel. Tenemos que hablar de esta tremenda cagada que te mandaste —respondió Fernando desde el otro lado de la línea.
—Fue un error —respodió Raúl con voz queda—. No volverá a ocurrir, lo juro —agregó antes de volver a vomitar.
—Por supuesto que no volverá a ocurrir. Mataste al muchacho —dijo, haciendo énfasis en las últimas palabras, aunque bajando la voz—. Mañana a primera hora —dijo para cerrar la conversación antes de cortar la llamada.
Raúl se subió a la camioneta y al encender el motor, miró hacia su derecha, y vio a Camilo de pie fuera de la ventana. El muchacho tenía el rostro manchado de sangre mezclada con lágrimas y tierra. La capucha del polerón enmarcaba su rostro resaltando sus ojos entre tanta oscuridad.
Raúl lanzó un grito de horror y apretó con fuerza el acelerador para salir del lugar.
Camilo vio como la camioneta se alejaba, impotente por no poder hacer nada, entendiendo que se quedaría ahí para siempre y nunca volvería a casa, no podría darle un beso y un abrazo a su madre, decirle lo mucho que la amaba. No podría hacer nada por evitar su sufrimiento desde ese día hasta el día en que dejase de existir.
Resignado, se dio media vuelta, y comenzó a caminar por el cerro en el cual lo habían hecho desaparecer, con la esperanza de que alguien apareciera de casualidad y lo encontrara.
Ya no sabía cuánto tiempo había pasado, hasta que apareció una pareja de enamorados, haciendo un picnic cerca de su lugar de entierro. Camilo los observó con pena durante todo el atardecer. Pensó que esos podrían ser él y JuanJo, si las cosas no hubieran resultado tan mal.
"¿Estará preocupado por no haberme juntado con él en el café?", se preguntó con nostalgia, pensando que había estado tan cerca de, quizás, haber sido feliz.
Lamentablemente, la pareja de enamorados notó su presencia y salieron arrancando por el miedo, y Camilo volvió a quedar solo en su lugar maldito.

FIN

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⏰ Last updated: Apr 28, 2020 ⏰

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InocenciaWhere stories live. Discover now