Acostados en la mierda 1

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Podría comenzar por contar las desgracias que ocurrieron en mi adolescencia. Empezando por crecer ligado de forma obligatoria a la creencia de un «Dios» supremo—que luego empezaría a odiar—y las limitaciones económicas de mis padres. Pero no tiene sentido hacer más largo éste relato, así que iremos un año hacia atrás.

Octubre siempre es motivo de festejo, sin embargo hoy era una noche especial.

Tocaba junto a mi banda—de amigos más que músicos—en un festival. A dos cuadras de la Avenida Pellegrini; por la calle Corrientes todavía funcionaba el mítico «Pugliese» que unos meses luego sería clausurado.

Victoria era una ex compañera de mi secundaria, una secundaria que torturó mi adolescencia. Dentro de aquella fuimos muy amigos, ahí sólo se beneficia a quienes son verdaderos creyentes de Cristo, los más idiotas y sumisos. Victoria no era una de ellos, al igual que yo odiaba tanto a los profesores como también a los directores y compartíamos las puteadas hacia éstos inútiles luego de cada clase.

Miré por un momento al público y ella estaba ahí, increíblemente voluptuosa, un cuerpo que hacía mirar a cualquier gil que andaba por el bar. Realmente ya no era esa adolescente que conocí a los 14 años. Estaba enamorado de su sonrisa y había quedado como un imbécil, idiotizado ante tanta hermosura.

Bajé del escenario luego del show, buscando aquella mujer. Habíamos tomado mucho esa noche, me acuerdo de una promoción 2x1 en Fernet con Coca a cien pesos, habré tomado dos vasos y me metí entre la gente a bailar junto a mis compañeros. Ya algo ebrio—bastante para lo joven de la noche—empecé a buscarla, en un grupo de amigas estaban: Ana, Mailen, Nahir, Micaela y por su puesto la mujer que más distinguía en el lugar.

—¿Como va todo? Tanto tiempo, mirá donde te encuentro—le dije haciéndome un poco el boludo.

—Tampoco es tan inesperado, me encantó el recital, la pasé muy bien.

—Me alegra mucho que haya sido así, che ¿tomamos algo?

—Ya tomé bastante, mejor tendrías acompañarme a bailar.

No es de tanta importancia, pero entre mis más oscuros secretos adolecentes estaba mi amor por ésta muchacha. Recuerdo que más de una vez hizo temblar mi pensamiento, la había amado poco tiempo, pero la había amado al fin.

Y ahora ella estaba ahí, bailando como ninguna y yo ahí totalmente idiotizado, derramando sudor y ganas de besarte hasta el ombligo ¿mi suerte había cambiado? eso creía yo. Admito que te habia dedicado más de una película en mi cabeza, imaginándole mil finales a una historia de amor que todavía no era real, pero yo la amaba, amaba ese cuerpo de mujer. Todo el mundo era amable conmigo, mucho alcohol corría y vos, vos me dabas esa intriga momentánea de pensar que quizás, sólo quizás podría tenerte esa noche.

Expresé mi efusión por su figura, le comenté que me encantaba su sonrisa, que daría lo que fuera por uno de sus besos y que no podía más.

¿Que podía perder?

—Ya estamos muy ebrios ¿me vas a negar un beso?

—Sos un boludo, está bien pero no acá.

La llevé del brazo hacia el camerino como si fuera un niño con su juguete nuevo, esperando a llegar a su casa para poder jugar en su habitación sin que nada ni nadie lo moleste. Una vez adentro cumplí el gran objetivo. Mientras mi mano bajaba por su espalda sentía sus labios moverse en sincronía con los míos, su lengua bailoteaba y sus dientes empezaban a estrellarse en mi boca. Yo sentía ese alivio, parecido al que uno siente cuando tiene muchas ganas de mear y por fin encuentra un baño en algún bar abierto. Logré lo que por tanto tiempo había buscado y lo que todos en ese lugar querían, besarte hasta no poder más.

Dios nos odia a todosWhere stories live. Discover now