Capítulo 34.

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Veo como el rubio observa todo con sus ojos, pasea la mano por la superficie del escritorio para luego estirarse y tomar un libro.

—¿Se le ofrece algo más Princesa?

Me giro a ver a Celeste que observa las cosas que nos ha dejado.

—Gracias Celeste, pueden retirarse.

Ella asiente y sale junto a una chica del servicio para luego dejarnos a solas.

—¿Si quiera haz leído alguno de estos libros? —volvemos al alemán.

—La mayoría —le respondo en el mismo idioma— ¿Me puedes decir realmente que haces aquí?

Cierra el libro, lo pone en su lugar y finalmente se gira observarme.

—Bueno, huiste imitando a Cenicienta la última vez que nos vimos —su semblante es serio— Y cuando te busqué en casa de Margaret me entero que te has ido, y no sólo de su casa sino del país.

—Me parece que ya viste la razón.

—Mi turno —frunzo el ceño al no saber de que habla— ¿Porqué no mencionaste que eras una princesa?

—Iba en modo incógnito —me encojo de hombros— Pero tal parece el rey Friederich si me reconoció.

—¿Porqué ibas en modo incógnito?

—Es complicado.

—Creó que me merezco una explicación, pero entenderé si no quieres hablarlo conmigo, a fin de cuentas ni siquiera nos conocemos.

Le mire, su semblante es aún más serio que el del propio Stefan y aún así sus ojos hablan más que sus propias palabras, y me intrigo tanto que me escucho preguntar por qué renuncio a la corona de Liechtenstein.
Sus ojos se abren en sorpresa.

—¿Disculpa?

—Cuando estuve en el baile de presentación del príncipe Dominik, él me lo contó.

En ese momento supimos que no había manera de que él me mintiera, supongo que por eso comenzo a hablar.

—No pretendía ser alguien que no era —nota mi confusión— Supongo que te tuvo que contar acerca del abuelo —asiento— Mi padre falleció y jamás lo conocí, el rey Ezra se encargo de darme todo el amor paterno que necesité, fui el primogénito de la princesa y por ende me correspondía el trono, conforme fui creciendo me di cuenta de que había muchísimo más que Liechtenstein —parece que viaja en sus recuerdos, pues sus ojos se pierden en algún punto de la habitación— No pretendo ser un cretino y hablar mal de mi país o de mi familia, simplemente no era lo que quería.

—¿A qué te refieres?

—Ser parte de la realeza conlleva muchos sacrificios, tú más que nadie deberías saber de lo que hablo, pero en fin, yo no estaba dispuesto a renunciar a ciertas cosas sólo por el trono—sacude su cabeza y fija su vista en mí— No quería que la gente aplaudiera todo lo que hiciera, ni que me alabarán, quería ganarme el respeto de las personas por mí mismo y no simplemente por ser el hijo de una princesa.

—Bueno, yo soy hija de una princesa y me aborrecen —confieso y me mira por un momento, niega con su cabeza.

—No creó que lo hagan realmente.

Nos quedamos en silencio algunos segundos y no sé por qué quiero contarle todo, supongo que es una habilidad que tiene su persona; inspirar confianza.

—Bueno, yo no fui siempre una princesa —admito y él me mira curioso— Vivía en Liechtenstein, de hecho soy nacida allá —sonrío un poco— Supe del gran secreto de mi propia familia cuando cumplí los trece, la reina Amalia y mi madre me lo contaron.

La Corona de Aragón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora