Capítulo 14

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Corrí hacia él pero cuando llegué, no-no había nadie. Estaba... literalmente había desaparecido. ¿Cómo podía ser? Es decir, había aparecido Hiro, de la puta nada, y se había convertido como en una sombra. Una sombra que había engullido a Damián por completo, y tras ellos solo había quedado una oscuridad total y una botella de agua. Su botella de agua. Si hasta ese momento no me creía nada, ahora no me quedaba otra que creérmelo. Acababa de ver cómo desaparecían dos personas en la nada, como en un agujero negro. Y, que yo sepa, en Madrid no hay agujeros negros campando a sus anchas.

- ¡Damián! – chillé.- ¡DAMIÁN! – pero nadie contestó. Ni una sola voz, nada. Estaba claro que había desaparecido. La pregunta era: ¿dónde coño había ido a parar?

Cogí mi móvil y llamé a su número.

El número que ha marcado no se encuentra disponible en este momento

Vale, eso era algo esperable. Ahora tenía que descubrir dónde se había llevado a Damián y por qué. Bueno, mañana era domingo, sí, pero el lunes había clase. Tendría que aparecer en clase, ¿no? Si no, la gente comenzaría a preguntar. La tutora, o Mo, o A... Espera, Mo. ¿Y si hablaba con ella? Quizá me pudiera ayudar. Aunque claro, ¿qué le iba a contar? Y, lo más importante, ¿me iba a creer? ¡Ni siquiera Damián lo había hecho! Estaba en un puto lío del que no tenía ni idea de cómo salir.

¿Y si iba a hablar con la señora japonesa, con la de la tienda? ¡Le diría todo lo que había descubierto, y no le quedaría otra que ayudarme! Pero entonces me llamaron al móvil. Miré la pantalla. Mi padre. Mierda.

- Oye – respondí.

- ¿Dónde coño estás? ¡Tu abuela está preocupadísima!

- ¿Eh? ¡Si no me ha llamado! – revisé mis llamadas perdidas. Tenía 6 de mi abuela.

- ¡Llámala ahora mismo! – y me colgó. Joder, solo me llamaba para echarme la peta. El padre del año, como veis.

Después de llamarle de todo tras colgarle (obviamente, no me atrevo a decírselo a él), decidí que ya era momento de volver a casa, y que una vez allí podría pensar algún plan de acción. Eso sí, no dejaría de llamar a Damián. Por si acaso, ¿no?

Cogí el metro a casa, totalmente abatido, dándole vueltas una y otra vez a lo que había pasado, y a las últimas palabras que nos habíamos dicho. Y sí, yo le dije que le acompañaba para que no fuera solo a casa. Y lo sentí de verdad. Porque pues sí, me gusta. Me gusta Damián, y mira que he tardado en darme cuenta.

Nada más abrir la puerta de casa, mi abuela salió disparada hacia mí. Menos mal que no llevaba una pistola o algo, porque si la hubiera llevado, ahora mismo yo estaría muerto. Muerto no. ¡Muertísimo!

- ¡Última vez que me das este susto! – me gritó, casi sin aire.

- ¡Abuela! Que estoy bien, que estoy aquí ya.

- ¿Y? ¿Cuánto te costaba cogerme el teléfono, vamos a ver?

- Perdón – dije, cabizbajo.

- Avísame la próxima vez que vayas a llegar tan tarde, que no te cuesta nada – me dijo, cambiando su tono a uno mucho más suave. Jo, si es que mi abuela era lo más. Cuidad a vuestras abuelas por favor.

- Lo siento.

- Vete a tu cuarto – me ordenó, aunque vamos, con menos autoridad que nada. Pero la hice caso, porque soy un buen nieto, y le había hecho pasar una mala tarde. Y eso no me gusta.

Estuve el resto de noche metido en mi cuarto, sin querer salir, sin molestar, pero realmente lo que me pasaba es que no dejaba de pensar en Damián, en lo que había pasado, en lo que había visto. No tenía claro qué hacer con todo, ni sabía muy bien qué hacer para salvar a Damián hasta que caí en ello: ¡el libro! Lo había traído conmigo. Sí, no tenía ni puta idea de japonés... pero conocía a alguien que sí: ¡Souzou, la señora del jardín de los almendros!

El mundo entre nosotros (en pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora