Reto 16: Un relato donde hay un intercambio de libros

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La última reunión del club a la que acudí fue la más rara, una que, para bien o para mal nunca olvidaré.

Nuestro club fue fundado hace unos 5 años, empezando con apenas tres miembros. Nos reuníamos todos los domingos para hablar de libros, leerlos o intercambiarlos. Éramos Abraham, Mario y yo, Antonio, tres buenos amigos que nos conocíamos desde la secundaria precisamente por el gusto a la lectura. Lo que inició como una diversión se fue haciendo algo más formal, pues invitamos a otra gente de nuestros trabajos, y para el segundo año de reunirnos ya éramos 8 miembros.

Comenzamos a reunirnos una vez por mes, pero aunque nos reuníamos con menor frecuencia que cuando iniciamos, el tiempo reunidos era mayor y más estructurado. Teníamos una agenda que cumplíamos con mínimas excepciones: Resumen de la reunión anterior, presentación de nuevos miembros (cuando aplicaba), discusión del libro del mes que se había elegido para leer, y tiempo para hablar y discutir otros libros que los miembros leíamos. Al final se hacía la votación para la lectura del mes y que se discutiría en la siguiente reunión, de una lista que se actualizaba cada cierto tiempo con títulos proporcionados por todos los miembros.

Nuestras reuniones eran estructuradas de esa manera, pero desgraciadamente sin lugar fijo: algunos meses en la casa de uno de los miembros, otras en un parque o plaza, a veces rentábamos un salón o un privado en algún restaurante (sobre todo cuando no muchos miembros podían acudir).

Por ser el quinto aniversario del club decidimos reunirnos todos: miembros anteriores, nuevos, ocasionales, y algunos invitados. Hicimos una cooperación y reunimos suficiente para rentar un pequeño salón de fiestas. Con anticipación nos aseguramos de quiénes irían y se establecieron las reglas para celebrar como era debido. La idea era, además de comida, bebidas y música, como si fuera una fiesta, reparamos una dinámica de intercambio de libros. Todos los confirmados para asistir pusimos nuestros nombres en una tómbola y al azar tomaríamos un papel, así el día del evento sabríamos a quien debíamos regalarle un libro, con la condición de que, ese día, el libro entregado tendría que ser pensando en los gustos de la persona o la persona misma.

El día había llegado; llegamos a las 5 de la tarde. Para las 6 ya estábamos los 25 miembros del club que habían confirmado asistencia. Estuvimos platicando, poniéndonos al corriente con nuestras últimas lecturas y discutiendo un poco sobre los libros leídos. Para las 8:30 comenzamos a pasar uno por uno, la idea era que el primero en pasar diría sus razones para el libro que entregaría, diría el nombre de quien iba a recibirlo y después esa persona haría lo mismo.

–Bueno, supongo que como yo fui de los miembros fundadores –dijo Abraham levantándose de su silla–, es justo que yo empiece –sacó de su mochila su libro–. "El Principito", una historia que yo creo que a todos nos ha tocado escuchar y leer, acompañándonos desde nuestra tierna infancia, y ya que tú, que eres maestra de preescolar y te encantan las historias infantiles, espero sea de tu agrado, Mariana.

Hubo aplausos y tras recibir su libro, ella fue la siguiente.

–Pues como la persona a la que me tocó hacerle un obsequio esta noche es un fanático de las historias medievales y de caballeros, y sé que nunca ha leído este clásico –dijo mientras sacaba un tomo grueso, con cubierta imitación de cuero de tono rojizo y su título grabado con letras doradas–. Juan, este tomo de "El Quijote" es para ti.

–Muchas gracias –dijo Juan mientras abrazaba a Mariana y recibía el pesado libro–, supongo esta vez no tengo pretexto para no leerlo –hubo risas, Juan siempre era el alma de las fiestas y quien hacia reír a todos–. En mi caso no fue tan fácil, ya que al que me tocó regalar es un fanático de historias de terror, y creo que ya sabe a quién me refiero –dijo mostrando un tomo en cuya portada se veía la foto de una vampiresa frente a un cementerio, arriba, en un fondo violeta estaba escrito "Vampiros – Historias"–, así que haciendo trampa, y con el pretexto de pedirte que me ayudaras con mi celular, fui a espiar tu colección, y, Armando, vi que no tenías esta antología de historias de vampiros, espero te guste.

Y así, uno por uno fueron pasando. Vimos títulos como "Hush Hush" de Becca Fitzpatrick, "La sombra de la Catedral" de Milos Urban, "Drácula" de Bram Stoker, "It" de Stephen King, e incluso clásicos como "Macbet" de Shakespeare o "La Odisea" de Homero, incluso títulos viejos que no había oído mencionar, como "El Asesino de Un presidente" de Leonard Wallace o "Noches de Paris" de Restif de la Bretonne.

Todos habían recibido un libro, todos menos yo. Me sorprendí cuando Frank, el último en recibir un libro dijo estar confundido, pues a él le tocaba darle un libro a Arturo, que acababa de pasar antes que él, por lo que ahora él era el único en tener dos libros y yo ninguno, pero la confusión terminó pronto, pues todos quedamos en silencio al ver a otro joven entrar, vestido en una gabardina café, ya vieja y poco raída de la parte baja. Nunca lo había visto, o al menos no lo recordaba.

–Creo que ese debe ser mi libro –dijo el joven mientras avanzaba lentamente al centro del salón, y sacando del interior de su gabardina un gran libro envuelto en tela–, yo también me llamo Arturo, y ya que tú eres el único que no ha recibido nada –dijo viéndome y dándome el tomo que había sacado–, supongo este es para ti. No hay mucho que pueda decir de este libro, solo espero que te guste.

Se marchó sin decir una sola palabra, todos quedamos confundidos pues nadie recordaba el rostro de ese chico, que desde esa noche nadie volvió a ver, marchándose con un tomo de "La Naranja Mecánica" de Anthony Burgess y dejándome a mí un libro con cubierta de cuero negro, no tenía nada escrito en la portada ni la contraportada, y al abrirlo, las hojas de papel grueso y amarillento, con marcas de desgaste en las orillas, evidenciaban que era un tomo muy viejo. Lo que el chico que me lo regaló acertó es que tenía gusto por los acertijos, y este libro estaba escrito en un lenguaje que no entendía, sin duda seria todo un reto para mí el entender qué decían sus páginas.

Por espacio de tres meses me obsesioné con este libro. Mi desempeño en el trabajo disminuyó, por lo que me llamaron la atención en más de una ocasión, incluso me suspendieron por una semana, apenas y comía, pero necesitaba saber lo que ese libro decía, y ni qué decir del club, dejé de asistir y apenas hablaba con los demás.

Ese libro era un misterio por donde lo vieras: no tenía nombre de autor ni información de donde o cuando había sido impreso, sus páginas estaban escritas a mano en un lenguaje que al principio pensé que era árabe, por sus formas, pero me equivoqué pues ninguna "letra" o palabra coincidía con esa lengua. Tenía ilustraciones muy raras, que se notaba que también estaban hechas a mano. Parecían plantas, o al menos eso pensaba, pues veía largas estructuras tubulares que en su parte superior tenían un círculo del cual se desprendían tres "pétalos" como triángulos invertidos. Otras imágenes mostraban una forma ovoide, de la cual salía, en su parte superior, una especie de mano con ocho dedos.

Por meses me obsesioné con el libro, y dado a la dificultad de este, decidí concentrarme en una sola página, una que había elegido al azar. Consulté libros de encriptación, de lenguas muertas e investigué en internet varios sistemas de codificación, y aunque fue algo muy tardado, había encontrado el que pensaba era el método utilizado para descifrarlo. Por días probé mi sistema y logré descifrar una sola frase:

"No hay nada más allá de la muerte"

La frase me puso los pelos de punta que me hizo cerrarlo con fuerza y lanzarlo al otro lado de la habitación. No podía creer lo que acababa de leer. Quise comprobar que no me hubiera equivocado, que mis conjeturas fueran erróneas, pero no, estaba completamente seguro de que las claves y las pistas me llevaron al resultado correcto. En mi corazón sentía una opresión, como si unas frías cadenas lo envolvieran, oprimiendo con fuerza, arrastrándolo junto a mi cordura a un oscuro abismo, un abismo oscuro como el que ahora sabía que me esperaba al morir, pues presentía que aquel que me había dado ese libro era alguien que había resuelto este mismo enigma y buscaba la manera de deshacerse de él, o simplemente era un Dios burlón que había tomado la forma de un humano para hacerme llegar la verdad. ¿Dios? No, imposible, si no había nada más allá de la muerte tampoco habría nadie esperando.

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