Capítulo 25

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Elián se marchó de la habitación de Alexander con discreción

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Elián se marchó de la habitación de Alexander con discreción. Había pasado con él varias horas, olvidando que el compañero de cuarto miraba cada cortos minutos las agujas del reloj de la biblioteca, esperando a que marchara, para poder regresar. Habían discutido varias veces, pero también se habían abrazado y besado en varias otras. Sin llegar a repetir la ocasión del confesionario. En su cuerpo, como un desgarro interior, se encendían las ganas de forma cada vez más trastornada, como si lo único que pudiese hacer con su vida era solamente eso, entregarse a sentir. No había espacio en su mente para pensar algo más. Pero Alex solo había dejado acariciarse la piel desnuda de los finos brazos, cuando él hubiera querido recorrerle cada espacio aspirando su olor, su sabor, su suavidad, con el borde de su labio, y la punta de su lengua. Se mordió las uñas de su mano con nerviosismo, pues jamás había estado tan alterado con su cuerpo y con sus propios pensamientos. Estaba acomplejado de deseo. Algo que la abominable Käthe jamás le hizo sentir con la aspereza cruda de las palmas de sus manos. Aquello generaba rechazo. Se desató el nudo de la corbata roja, buscando aliento mientras caminaba rumbo a la biblioteca, había arremetido de forma amenazante la fuerte tormenta que se vaticinaba horas antes. Elián dejó que el agua lo moje, cerrando sus ojos al cielo, respirando con profundidad, en busca de respuestas que no tenía.

Cuando la biblioteca estaba al cierre, André se encontraba sentado bajo el umbral de la arcada de entrada, tiritando de frío.

—Lo siento, André.

André hizo un gesto indiferente con sus hombros. Si estaba enfadado con él, no lo haría notar. Nunca demostraba ningún sentimiento violento entre sus amigos. Se puso de pie aferrando sus libros con fuerza, y le saludó con la cabeza, corriendo en dirección a su cuarto, bajo la lluvia.

André no era consciente de la maldad de Käthe para con los estudiantes, nunca podría comprender lo que unía a Alexander Bizancio con él. Tampoco Leopold, supuso.

Se quedó sentado en el lugar que su amigo estaba ocupando, y se encendió el último cigarrillo. Tendría que esperar a tener una oportunidad para bajar al pueblo a conseguir más. La tormenta había oscurecido el cielo de forma violenta, haciendo el día noche en cuestión de segundos. Facilitándole poder huir de allí a dónde quisiera, si tenía ganas.

Con un molesto suspiro quejoso, lanzó la colilla al suelo y contempló como la lluvia apagaba la pequeña bracita luminosa, extinguiéndola. Las luces del colegio se encendieron todas a la vez, como si fueran un camino envolvente y circular. En unas horas se estaría llamando a cenar por la campana que también anunciaban los recesos matutinos. Pasaría a buscar a Alexander para que se alimentara, con la excusa de volver a verle y tocarlo con cualquier pretexto. Era una necesidad.

Cambió su ropa mojada por otra más seca, y por primera vez en mucho, muchísimo tiempo... se observó en el espejo de su cuarto. Su cabello rebelde y oscuro caía empapado por causa de la lluvia, sus ojeras estaban pronunciadas e inamovibles, nunca más se le quitarían, pues no dormía lo suficiente como para que desaparecieran. Su mirada lucía siempre de esa forma desequilibrada como si quisiera decirle algo a él, algún secreto que no era capaz de descubrir por su propia cuenta. Advirtiéndole. Pero toda la advertencia que era capaz de notar en ese momento era el propio temblor de su frío cuerpo, necesitado y anhelante de Alexander Bizancio. Salió apenas oyó la campana repiquetear con eco, llenando el silencio del patio invernal.  

© La Cima de las Tormentas [COMPLETA✔ ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora