Cuarteto

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El profundo silencio de ese negro cielo infinito acogió los sonidos de mi violín para perderse más allá de cualquier memoria quedándome tan sólo una sensación de frustración que no me agradaba en absoluto.

Tal vez fuera que estaba trabajando bajo presión, pero sabía que tenía buena imaginación para escribir música atractiva. Aún así, había puntos en los que me había estado equivocando constantemente durante esas horas de ensayo.

No me quedaba otra que volver a revisar toda la partitura y comenzar a realizar correcciones a toda velocidad al tiempo que no perdía detalle de las comunicaciones secretas de mis silenciosos espectadores.

Esos siete Lobos de Lucifer habían estado ahí desde que entrara en el que ya era mi mundo. No es que quisieran controlarme, cosa que no tenía problema en permitirles. Sólo les interesaban mis avances en la canción, por mero gusto estético y, según el mismo Daa, para tratar de comprender los procesos creativos de los bajos mortales. Léase, eran como mis normales moscones que me obligaron a retirarme a la nave en la que me los encontré.

Sus apariencias eran de lo más diversas: No había dos Lobos con el mismo aspecto. Pero todos compartían la misma característica: Eran muy excéntricos. Sus rostros parecían completamente enmascarados tras kilos y kilos de maquillaje o pieles animales, cuando no tenían, simplemente, una cara de madera. Aparentarían muchas cosas, pero eso no eran apariencias: con tocar sus rostros uno se daba cuenta de que esos colores, texturas y formas eran sus rostros; que esos brazos, zarpas, tentáculos o lianas eran sus brazos o que esos huesos y armaduras formaban parte de sus propios cuerpos.

Sus caras llamaban la atención gracias a esos colores tan vivos y puros que sólo lograban evocarme paisajes tribales, salvajes y románticos, rostros que, según todos ellos, no eran verdaderas sino el medio que utilizaron para abandonar su condición primigenia de bajos mortales para ascender hasta la categoría de sombras o "altos mortales".

Tal vez fuera por mi pensamiento artístico que no me resultaba incómodo estar con todos ellos. Estaba segura de que cualquier individuo que los mirara o estuviera en su presencia se sentiría inquieto al sentir sus siempre penetrantes miradas fijas. Quizá fuera porque, aparte de mirar, atendían hasta la última de mis necesidades incluso antes de que la manifestara, tal como la casa que me construyeron en menos de dos horas mientras yo seguía haciendo chillar al violín, buscando el ritmo que necesitaban.

Las máscaras de mis espectadores me impedían comprender qué pensaban realmente de mi melodía: Según Daa, sabían muy bien como ocultarlo todo de ellos mismos. Sin embargo, sí que noté cuán frenéticamente se movían sus dedos, mandándose mensajes unos a otros cuando cometía un fallo o llegaba a una partitura especialmente emocionante hasta para mí. No me querían molestar, o al menos, no querían hacerme partícipe de sus opiniones para no incomodarme mientras seguía creando.

A pesar de toda la carta blanca que me daban, seguía frustrada porque no avanzaba. Tras siete horas de música continua bajo ese cielo nocturno sin estrella ni brillo alguno, supe que lo que debía hacer era no pensar en nada que hubiese intentado antes. Esto era una petición completamente diferente: no era un capricho mío, tampoco una petición de rodillas de alguno de mis compañeros de orquesta, ni una demostración ante un director, ni un concierto ante miles de personas que ya me conocían. Con todo lo que percibía en esos momentos, sabía que los Lobos iban en serio y que mi canción iba a ser algo esencial para evitar el fin del mundo.

Aunque sonara arrogante, fue un pensamiento que me ayudó a enderezar mis ideas.

Así pensaba mientras observaba los puntos sobre las partituras... modestia aparte, era cierto que era una canción brillante. Con todas mis correcciones a lo largo del día, había logrado crear una tonada para violín muy sonora y emotiva, delicada, llamativa, maestría dentro de mi inexperiencia... Pero no me imaginaba que eso pudiera llamar la atención de alguien "que esquiva los bandazos del destino" con algo que sólo gustaría a unos pocos hombres sensibles.

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