- Cálmate, Rin -me atreví a pedirle-. La policía se encargará de todo.

No podía permitir que ella vaya a ninguna parte. No era seguro.

- Los agentes policiales me aseguraron que los matones de Albert no se atreverían a venir al estado de Rhineland, y menos a Hornbach -aseguró Kaito, sin dejar de pasearse-. Nos explicaron que éste es terreno de otro grupo de narcos con los que no se llevan bien. Su llegada sólo les traería problemas. Lo más probable es que lo dejen pasar y continúen operando exclusivamente en su ciudad.

Genial, estábamos protegidos de los narcos, por otro grupo de narcos.

- De igual manera, mi madre vendrá el fin de semana y se quedará por un tiempo indefinido, sólo por si acaso -agregó Meiko, intentando calmarla mientras acariciaba su cabello.

- Mierda, ¡Miku! -recordó Rin, inquietándose de nuevo-. Albert la conoce, seguro que ya la ubicó. ¡Ella también corre peligro!

- ¿La de las coletas? -recordó vagamente mi madre-. ¿De qué está enterada ella?

- De todo -murmuró Rin, apretando los dientes.

- Hablé con Miku hace unas horas, pero no parecía preocupada por nada de esto -pensé en voz alta, recordando su voz aguda y su actitud un poco pedante-. No se atreverían a tocarla, es sólo una niña boba.

Mis padres me miraron con curiosidad y luego intercambiaron sus propias miradas de confusión.

- No conocen a Albert como yo -insistió la rubia-. Tienen que traerla ¡como sea!

- Hablaré con la policía, cariño. Veremos si algo así es posible.

Observé a Rin perder la cabeza preocupándose por el bienestar de su amiga, la misma que la había traicionado hace apenas unas semanas, y la que me había revelado su mayor secreto. A mí.

Todavía le importaba Miku Hatsune.

Rin tenía un corazón enorme.

- ¡Tenemos que traerla del cabello si es necesario!

No pude evitar soltar una carcajada imaginándome aquella escena con lujo de detalles.

- Hablaré con sus padres por la mañana, e intentaré tramitar un intercambio para ella -soltó finalmente mi mamá, un poco tensa frente a la magnitud de la situación.

Mi Oma vendría a casa, y las cosas estaban volviéndose más locas a cada instante.

- ¿Quieres que te prepare un té? -se ofreció papá, con la amabilidad que lo caracterizaba. Todo lo que sabía de cómo tratar a las mujeres, lo había aprendido de él.

Me encontré observando a mi amiga comportarse como una maldita zombie, perdida en sus propios pensamientos. Quise intervenir y tratar de animarla, pero también pensé que lo mejor sería dejarla descansar y hablar con ella bien temprano por la mañana.

Al día siguiente la noté aún más decaída. A leguas podía ver que no había pegado un ojo en toda noche. Intenté animarla dejándola conducir la moto, pero respondía a todo muy secamente:

- No estoy de humor para eso.

Rin...

Incluso arrastraba los pies al caminar.

- ¿Y qué puedo hacer para ponerte de humor? -pregunté con una nota un poco juguetona, como si estuviera hablando con una niña pequeña.

- No lo sé.

- ¿No lo sabes? -repetí, sonriendo ante su timbre de voz oscuro y pesimista-. Déjame adivinar. ¿Te invito un helado?

- No -musitó, desviando mi mirada. Sabía que tarde o temprano la haría reír.

- ¿Te mando videos de gatos?

- Suena bien, pero no -repitió, ya aflojando un poco su expresión.

- Está bien, no quería hacer esto... pero no me dejas alternativa -. Suspiré con pesar, y extendí mis brazos para envolverla con cosquillas, sabiendo perfectamente que cedería antes de que llegara a tocarla.

- ¡No! ¡Espera! -chilló, dejando caer su mochila en el suelo y levantando ambas manos en señal de tregua.

Sonreí ampliamente al verla así. Le había ganado una vez más a su mal genio.

- Sólo quiero que la estúpida de Miku ya venga aquí. Aunque eso me preocupa al mismo tiempo, porque tendré que lidiar con ella, y...

- Y aquí estoy para ayudarte en lo que necesites -le recordé, aprovechando que estaba indefensa y acercándola a mí en un abrazo.

Su cintura era como un imán para mí, me encantaba ser capaz de rodearla con un brazo y acercarla hasta mi pecho en un solo movimiento.

Nuestros ojos se encontraron en un instante, y me miró un poco extrañada, como si todavía dudase de mis intenciones con ella.

Ni siquiera yo mismo estaba seguro de lo que buscaba, pero me agradaba esa cercanía. Me gustaba tenerla cerca. Y esa necesidad imperiosa de protegerla era lo que me movía a reducir la distancia entre nosotros cada vez que podía.

- ¿Por qué haces todo esto? -me preguntó de pronto, como si quisiera meterse en mis pensamientos.

- Porque te quiero -contesté por inercia, y me arrepentí al instante. ¿Por qué tenía que ser siempre tan directo al hablar?-. ... Te quiero como una buena amiga -agregué rápidamente, y la solté de un momento a otro.

Frunció un poco el ceño, procedió a recoger su mochila y sentarse en la motocicleta:

- Bueno, igual estaré necesitando ese helado y esos videos de gatos -recalcó, con esa voz demandante que simplemente me podía.

Te quiero, Rin.

Más de lo que crees.

Al llegar a la escuela me alegré al ver que Gumi no había tardado en acercársele, y empezaron a hablar como si nada hubiese sucedido.

- Sí, sé que me extrañaste -fanfarroneó la peliverde, tomándola por el cuello y despeinándola un poco-. Tranquila, si me das un beso te prometo olvidarlo todo.

- No te pases, Megpoid -intervine, abogando por la integridad de mi amiga.

- ¿Recuerdas que te conté de mi mejor amiga en Berlín? -indagó la rubia, incapaz de sacar a Hatsune de sus pensamientos-. Creo que la tendremos de visita.

- ¡Por fin una presa! Digo... ¡una amiga! -se emocionó la chica, y ambas rieron con fuerza.

Me encanta verte reír.

Austausch (El Intercambio) | RiLenМесто, где живут истории. Откройте их для себя