19. Zakariah

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La noche anterior fue un puto infierno, estuve en aquella cena apenas si el tiempo necesario, los comentarios mordaces de Kyroh casi logran que le dé de lleno en la cara, al final no pude más. Me sentía increíblemente enojado, pero también perdido, preocupado.

Regresé y enseguida el sonido de unos acordes acudió a mis oídos. Me detuve en el umbral sintiendo como mi cuerpo se relajaba con tan solo esa tonada que provenía del piso de arriba. Subí despacio, cada vez era más consciente de la guitarra y de su voz...

La puerta de la habitación donde estaba tocando se encontraba emparejada, no lograba ver al interior, pero era ella... tocaba, tocaba de una forma asombrosa, envolvente. De pronto paró, dejé de respirar por miedo a que me descubriera ahí, por miedo a dejar de escucharla y sentir esto que genera con su música. Desa, mi Desa, sabe de ello más de lo que en un inicio pensé. El descubrirlo me dejó anclado ahí, justo en el último escalón. Comenzó de nuevo, repitiendo una estrofa. Me relajé un poco, aunque continué asombrado, aún lo estoy, por lo que acabo de enterarme.

¿Por qué nunca me lo ha dicho? ¿Por qué nunca la había escuchado? No soy músico ni mucho menos, pero sé que es buena, nadie que no ha practicado por un buen tiempo y con facilidad tocaría de ese modo.

Me froté el rostro más perdido que antes, pero maravillado también. Tarareaba la melodía que sacaba de sus dedos y Dios, era celestial. Es como si un espíritu potente envolviera la atmósfera de la casa convirtiéndola de repente en otro sitio, en una menos hostil, menos tenso, casi ligero y cálido. Entré a nuestra habitación con sigilo y me recosté ya sin el saco y corbata sobre el sillón; necesitaba seguir escuchándola y gracias al cielo no cesó, de esa forma quedé dormido ahí, sereno después de esas horas espantosas donde creí que lo mejor era ir directo a mi gimnasio y sacar toda mi furia, mi impotencia. Pero no ocurrió, casi como magia sus notas me sosegaron logrando con ello que cayera profundamente en la inconsciencia a pesar de todo, a pesar de que mi cabeza era un jodido torbellino que ya no podía parar.

Por la mañana me despertó el agua correr del baño, suspiré, quité la ropa arrugada y en cuanto salió, entré ignorándola. Era lo mejor, me repetí durante la ducha, no quería decir nada hiriente y aún las notas con las que quedé dormido la noche anterior circulaban en mí logrando de ese modo que no me sintiera rabioso, solo desconcertado y preocupado. Desa nunca fue un acertijo, no de esta manera que ahora lo es y es como si la mujer que tuviera ahora de compañera no la conociera en lo absoluto, pero a la vez, me atrapara y atrajera mucho más que antes.

Pasé el día ensimismado, esas notas y su voz no salían de mi sistema, pero tampoco lo que le eché en cara en el vestidor.

Para cuando acaba la jornada no me siento mejor, nada más lejos. La pierdo, sé que la estoy perdiendo y no puedo hacer nada para recuperarla si no me da la oportunidad, si no se abre a mí. Descubrir que no me confía cosas como lo que escuché por la noche me sume más aún en la tensión. ¿Qué más esconderá?

No soy posesivo, ni un loco que quiere saber y conocer cada paso que da su pareja, eso es enfermo hasta yo lo sé, pero me siento a la deriva, enfrentando algo absolutamente desconocido que no tengo idea de cómo manejar.

Llego a casa con la idea fija de que hablar es lo que debemos hacer, debo mostrarme calmo y sereno, no explotar. Paseo a Missy, como ahora me corresponde, pues ella la saca por la mañana y alimenta. Loen me habla, prendo el televisor y eso me distrae un poco, he olvidado el partido. Mi mejor amigo está que ruje porque vamos perdiendo, critico una jugada cuando entra, mil interruptores se encienden, es inevitable.

La veo apenas, pero no pasa desapercibida la manera en la sostiene su mano, en cómo se escabulle en el baño. Un segundo después cuelgo. Me dejo caer en el sofá, resoplando. Temo preguntar y recibir una respuesta estúpida, o una evasiva. Sin embargo, la encaro y cuando me cuenta todo lo ocurrido me deja perplejo, así como con renovada furia. ¡Hijos de puta! Pero mi sol no se amedrentó, lo enfrentó y eso me llena de orgullo, de uno que opaca por ahora toda mi molestia y desconcierto. Ella no necesita ahora mismo más presión, sé lo que es que una mujer se sienta ultrajada y aunque no llegaron a más, el abuso ocurrió pero ella supo qué hacer y lo hizo perfectamente. Así que la rodeo para infundirle esa seguridad que sé necesita en ese momento, lo demás, deberá esperar a que este mal trago pase.

Más de ti • LIBRO I, BILOGÍA MÁSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora