12. Mi pequeño problema peludo

3.8K 313 44
                                    

Las gotas de lluvia golpeaban la ventana de mi habitación, creando una suave melodía que no hacía más que adormecerme.

Pero sabía que este no sería un día de flojera. No. Ya había intentado eso ayer y vimos cómo salieron las cosas por fingir que mi vida era normal. Ya era hora de que aceptara que nada volvería a ser normal para mí y que debía poner toda esta locura en orden; comenzando por contarle la verdad a Lucas.

Intenté levantarme con la mayor suavidad que pude, pero aun así la herida en mi brazo hizo que me recorriera un relámpago de dolor por todos mis nervios. Había creído que esto de la licantropía hacía que me cure más rápido, pero al parecer no funcionaba de la misma manera con los objetos benditos. ¿De dónde había sacado Lucas un cuchillo bendito? ¿Quién bendecía los cubiertos?

¿Qué más da? Mejor me ponía en marcha.

Por suerte, la lluvia había espantado un poco el agobiante calor de verano; por lo que pude ponerme una campera ligera que tape mi brazo vendado y no morir de calor en el intento.

En cuanto entré al comedor, mi mamá me recibió con una sonrisa.

—¿Un amargo? —preguntó, ofreciéndome un mate.

—No, guácala —contesté con una mueca exagerada de asco y me dirigí a la heladera en busca de algo dulce.

Ella se encogió de hombros sonriendo y agregó:

—Te levantaste temprano.

Miré el reloj de la cocina que me decía que apenas eran las ocho de la mañana. Demasiado temprano para un sábado.

—No tenía sueño —contesté desde mi lugar favorito de la casa: la heladera.

—Vos siempre tenés sueño —comentó mi mamá entre sorprendida y acusadora, y quizás también algo de sospecha.

Me pregunté si sabría lo que me estaba pasando. Quería creer que eso sería imposible, pero últimamente estaba comenzando a dudar de las imposibilidades. Aparté esa idea de mi mente. Ya demasiado tenía con mi padre; no quería saber que mi mamá también me estaba ocultando cosas.

Hablando de eso...

—¿Y papá? —pregunté casualmente, con la vista fija en los tuppers de ensalada de remolachas y compota de manzana.

—Salió a pescar durante el fin de semana —contestó con un suspiro—. Ese hombre nunca aprenderá a escuchar al meteorólogo.

Con la boca llena de compota de manzana, miré al ventanal del comedor que mostraba un patio cubierto por una parra, todo borroso a través de la lluvia. El cielo seguía oscuro, como si el sol tuviera pereza de salir.

Normalmente no hubiera encontrado nada raro en eso. A mi padre le encantaba pescar. De vez en cuando se iba solo a la cabaña que teníamos en una de las islas del Río Paraná. Pero había algo sospechoso en el hecho de que mi papá desapareciera justo cuando comenzó toda esta locura. Mi padre sabía lo que me estaba pasando; tal vez incluso más. ¿Por qué había desaparecido justo ahora?

De algo estaba seguro, cuando volviera de su viajecito, íbamos a tener una seria charla de padre e hijo.

—Entonces —dijo mi madre, sacándome de mi ensimismamiento—, ¿tenés algo planeado para hoy? —Había algo en su voz, al igual que en su expresión pícara, que mostraba genuina curiosidad.

—Nop. Nada.

«Excepto ser interrogado por mi mejor amigo» agregué para mí.

—¿Sabés cuánto tiempo se quedará Sofi? —Ahí estaba de nuevo esa picardía en su voz aparentemente desinteresada.

El chico ojos de fuego | Arcanos 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora