Una inútil en el Capitolio

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Aquella mañana mi abuela removía distraída unas lentejas aguadas que hervían en una abollada olla. Mientras lo hacía cantaba, demasiado alto para mi gusto, el estribillo de una alegre zarzuela. Su aflautada voz de señora mayor decía así:

"Mira mi garbo, morena.
Mira mi salero, bombón.
Y de mi primera palabra,
adivina mi intención."

El caso es que la había oído cantar aquello casi todos los días de mi vida. Jamás escatimaba en gorgoritos y florituras y, siempre que me tenía a tiro, acababa su actuación dándome un fuerte pellizco en el culo. Yo estaba convencida de que aquella anticuada canción debía transportarla a su juventud, a "los buenos tiempos", antes de la dominación del Señor Humor.

De pronto una palabra apareció en mi cabeza. No con la pasión mística de una premonición, sino más bien como quien oye un "plof" y tiene la certeza de que se le ha cagado una paloma descarada.

Mi mente me gritaba con una claridad insultante: "INÚTIL".

—¿¿¿Inútil???

No pude evitar lanzar en voz alta la pregunta.

—¡Ya era hora, nieta mía! De verdad pensaba que eras una inútil —exclamó ella demostrando alivio.

Resultó que mi abuela era medio bruja... y yo también. Aquella "zarzuela" era una especie de conjuro que tenía la misión de despertar mi aletargado "don" de herencia familiar.

Pasé del escepticismo a la ilusión, para aterrizar en la cruda realidad: era una mierda de don.

¿Qué de maravilloso podía tener adivinar la primera palabra que tuviera en la cabeza una persona que hablara conmigo?¿A caso eso nos iba a sacar de la miseria?

Fuera como fuese, el destino quiso que en menos de quince días de aquella revelación fuera elegida como Tributo del Distrito del Humor Inteligente... una solemne inútil: presente.

En esos instantes me encontraba intentando sacarle partido a mi particular don en la fiesta de recepción del Capitolio.

Con tantos nervios andaba un poco descompuesta. No veía el momento de deshacerme del traje infernal de cubo de Rubik que me habían plantado y meterme en mi baño privado, a hacer mis cosas privadas. Pero debía aguantar el tipo.

La cena de gala estaba siendo un soberano tostón. No entendía el humor de esta clase alta que estaba como una regadera. Por fuera parecían tartas de pomposo merengue, pero por dentro estaban rellenos del más puro estiércol.

Mientras comían competían por exhibir la risa más estrambótica. Si cerrabas los ojos y escuchabas, el salón comedor parecía invadido por una bandada de gaviotas borrachas.

De repente vi acercarse el inconfundible bigote de dos metros del que colgaban dos monos pigmeos, era el Señor Humor en persona, y pensé que no podía desaprovechar esa oportunidad de llamar su atención.

—Magnífica cena, Ilustrísima Majestad. Desearía presentarme...

"ESFÚMATE"

Como si fuera un rótulo de neón fluorescente, pude leer esta sentencia en su mente. Estaba cantado. Mi futuro próximo pintaba nefasto.

—¡Esfumate de tomate vaporizado! Mi plato preferido. ¿Decías algo, preciosa?

Lo dicho, vaya un don de mierda.

Los Juegos del Humor [Historia corta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora