Parte 1: Huellas Pantanosas

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El petricor siempre fue mi aroma favorito.

Fresco, penetrante y señal de que llovería pronto.
La actividad que más disfrutaba en el mundo, era sentarme en el pórtico de la casa principal de la finca de mi familia, con un cuenco de fresas en el regazo, observando la lluvia torrencial cayendo sobre el jardín.
Los sirvientes me observaban todo el tiempo, embelesados. Incluso uno de ellos pintó un cuadro al óleo de la escena.
Siempre amé el clima en Knoxville, al menos eso es lo que recuerdo.

Mi padre era un hombre temible, con una extraña fijación por la cacería. Su comportamiento errático siempre hacía temblar a mi madre, quien dejaba lo que estuviera haciendo, tan pronto lo veía cruzando el umbral de la habitación.

Lo amaba con locura y constantemente se le veía con vendajes y puntos de sutura esparcidos por el cuerpo. Al preguntarle sobre el origen de aquellas heridas, siempre me contestaba lo mismo.
- "Oh, Alastor. El amor puede dejar marcas visibles e invisibles, pero no dejan de ser de amor. "-

Era una romántica empedernida, y con los años, mientras la enfermedad mental de mi padre empeoraba, sus ganas de seguir a su lado se hacían más fuertes.

Nuestra familia había hecho su fortuna desde hacía varias generaciones, como accionistas en diferentes empresas alrededor del mundo.
De esta manera, desde muy temprana edad, me vi tomando aviones y cruceros constantemente.
A pesar de que cada lugar visitado me había dejado alguna nueva lección aprendida, yo añoraba quedarme en casa y me pesaba cada vez que me anunciaban que haríamos otro viaje al extranjero.

Supongo que algo en mi mente me advertía que debía bajar el ritmo, por mi salud, pero mi padre siempre insistía mucho. Fue así que, a los ocho años, me encontré con un arma entre las manos, apuntando a un ciervo, con los dedos de mi padre crispados sobre los hombros.


El sonido del disparo y la imagen del ciervo cayendo al suelo mientras la vida abandonaba su cuerpo, se me antojó como un manjar.


Aquel día, mi padre me alzó en brazos y pude verlo sonreír genuinamente por primera vez. Una sonrisa fresca, contagiosa y amigable. Perfecta.

Súbitamente mi relación con él cambió, de ser distante a ser muy cercana.
Comencé a admirarlo, sus acciones, sus palabras. Incluso sus ataques de cólera.

Me provocaba placer notar que mi personalidad se inclinaba irremediablemente hacia la suya, y comencé a imitarlo en su forma de vestir, caminar y hablar.
Fue entonces, que todo se torció.

Mi comportamiento se tornó errático y desagradable, los sirvientes salían de las habitaciones en cuanto yo cruzaba el umbral, excusándose en voz baja sin mirarme a los ojos.

Me miraba al espejo y conversaba con mi reflejo, a veces solo era una charla casual, pero pronto comencé a tener violentas discusiones que alarmaban a mi madre.

- Te hace falta una mujer -, fue el veredicto que mi padre dio, al problema de su hijo de catorce años.

Dicho eso, me ordenó que me duchara y subiera al auto, llevándome hasta Nashville, aparcando frente a un establecimiento que parecía un café bastante animado.

Si tuviera que señalar el momento de mi vida que decidió el rumbo que llevarían las cosas, yo señalaría en seguida, aquella tarde en una de las habitaciones que se encontraban en las plantas superiores del pintoresco edificio.

Mi padre había traído consigo a una de las meseras del café. Una mujer de baja estatura y cabello rubio corto. Debía tener alrededor de 18 años, cuatro más que yo.
- Hola, soy Mimzy - dijo ella, mientras en su boca se perfilaba una sonrisa coqueta.
Sonreí nervioso, observando cómo se movían sus labios pintados al pronunciar su nombre.

Hear Me Out (Chalastor)Where stories live. Discover now