Capítulo 9: Los desencuentros

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Un delicado aroma a canela y café me acarició suavemente; negociando con mi estómago el despertar, ya que el resto de mi ser todavía se sentía falto de descanso.

Abrí los ojos encontrándome con un techo borroso que no era el mío y a la vez me resultaba familiar; envuelta en una manta y con la incómoda sensación de haber dormido con ropa que no estaba hecha para la horizontalidad. Me erguí con esfuerzo, sintiendo la boca pastosa, un hambre voraz y mucha, mucha sed.

Cuando mis ojos se cruzaron con una figura borrosa, que deduje que era el fiscal, con su taza de café y envuelto en una bata oscura, estudiándome desde el sillón de enfrente, hice una mueca. Entre nosotros había una bandeja con el desayuno para mí.

A un lado estaban mis gafas, aunque no recordaba haberlas dejado ahí. Avergonzada por necesitarlas, intenté ponérmelas con la mayor naturalidad posible.

—Mmm... Esto es un déjà vu.

—No, yo diría que no —comentó él dando un sorbo a su bebida.

Algo en su tono era una invitación a reflexionar y no pude evitar hacer memoria de la noche anterior mientras empezaba a untar las tostadas. Mi vista se enfocó en la taza humeante. Tenía el dibujo de un arcoíris y una frase motivacional. Me sonreí ante el contraste entre la taza y su aspecto, y la sensación de estar repitiendo todo aquello volvió con más fuerza, evocando la última vez que había pensado aquello... A la noche anterior.

El cuchillo lanzó un grito agudo al golpearse contra el plato cuando se resbaló de entre mis dedos.

—No... ¡No, no, no, no! —gimoteé a medida que recordaba, ocultando mi cara tras un cojín—. ¡Dime que me he muerto y esto es el cielo!

—¿Esta es tu idea del cielo?

—Tienes razón, merezco el infierno.

Solté un aullido de vergüenza que sonó a mezcla entre quejido y petición a la tierra para abrirse y engullirme. ¿¡En qué demonios había estado pensando para decir todas aquellas cosas tan vergonzosas!? ¡Ni siquiera las pensaba! ¿O sí? ¡Joder, eso daba igual! ¡Lo importante era que se las hubiera dicho a él!

Pasado un infinito minuto en aquel infierno de humillación, me atreví a asomarme ligeramente por una esquina del cojín. El fiscal bebía de su taza con una sonrisa satisfecha y gesto prepotente.

—¿Qué...?

—Te dije que estarías avergonzada.

Grité de nuevo volviendo a usar el cojín de máscara. ¡Aquello era humillante! ¿Qué demonios había bebido para que me pareciera una buena idea venir a su casa a declararme de madrugada? Y lo que era peor, ¿qué clase de persona te arropa en el sofá en lugar de mandarte a tu casa o aprovechar la situación? Si hubiera sido un capullo, al menos podría ocultar toda aquella vergüenza bajo una gruesa capa de rabia, pero de aquella forma tenía que enfrentarme a mis propios actos en lugar de a los suyos.

Con la cara hirviendo, dejé el cojín y me obligué a beberme la leche, tratando de concentrar mi mente en el detalle de que esta vez, en lugar de café o canela, me había puesto un botecito de cacao en polvo junto al azucarero. Al parecer también se había dado cuenta de que prefería desayunar dulce.

Como si pudiera ocultarle algo...

—Gracias —murmuré en un susurro tan liviano que parecía dicho a la taza y no a él—. Por acogerme otra vez y... el desayuno.

Era más que probable que le hubiera dado las gracias a él en esas semanas más veces de las que lo había hecho en general en todo el año pasado. Pero valorara o no el gesto por mi parte, se limitó a asentir con la cabeza, aceptando la gratitud con solemnidad... Llenando el salón de un silencio incómodo que me hacía sentir la necesidad de seguir parloteando.

Palabra de Bruja FarsanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora