CAPÍTULO 67

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Un gramo de cliché. 

Rachel.

Estoy más enferma que antes al atreverme a profundizar mi enamoramiento por este hombre, es insano idolatrar a la bestia, desearla y amarla como yo lo amo a él, me ha marcado de una forma tan brutal, estaba tan decidida a algo y ahora... Ahora, su confesión marca la diferencia empeorando las reglas del juego.

Duerme a mi lado con las sábanas sobre la cintura y el torso descubierto, perdí la noción del tiempo y solo sé que llevo un buen rato en la misma posición, observando lo que mis ojos no se cansan de ver.

Respiro hondo evocando los momentos cruciales de un amor que forjó cimientos en la selva amazónica, iniciando con algo a la fuerza. Engañando y lastimando. Una llama que empezó con chispas y poco a poco se fue convirtiendo en una hoguera. El sol empieza asomarse y saco los pies tratando de levantarme, pero el intento queda a medias cuando él aferra la mano a mi muñeca.

—Voy al baño —aprieto las sábanas contra mi pecho.

—No cierres la puerta —advierte y asiento con la cabeza.

Evito el espejo, me lavo los dientes y entro a la ducha dejando que el agua alivie la aflicción que provoca la abstinencia. No sé si estoy muy débil o él fue muy fuerte, pero el cuerpo me duele, los senos me arden, tengo marcas de sus agarrones en los brazos y lo malo es que no me molesta.

¡Joder! No me molesta su lado posesivo ni que me tome como lo hace, por el contrario, quiero que sea así siempre. No quiero que deje de desearme, de quererme, quiero que cumpla sus malditas promesas y me saque de esta jaula llena de barro. Para mí ya es como un órgano vital.

Apoyo los brazos en la pared cuando presiento el episodio que se avecina, los jodidos ataques de ansiedad y extrema desesperación. «Puedo controlarlo» Me digo «Soy fuerte y capaz» El miedo me corroe, las paredes me acorralan y las lágrimas amenazan con salir. Oigo el sonido de la cortina, pero no me muevo me quedo quieta dejando que apoye los labios en el inicio de mi espalda, me abraza, volteo y me aprisiona contra la pared mientras abro las piernas dejando que me alce y me haga suya.

Sus labios son el analgésico que dispersa mis traumas y sus gruñidos me adentran a un estado hipnótico el cual me hacen creer que sigo sirviendo para algo, no me veo como un desastre, no siento asco de mí misma porque su mirada hambrienta me demuestra que le gusto, que me desea.

Ya no sé si follamos, si hacemos el amor o si es la mejor manera de demostrar lo que sentimos, le lleno la cara de besos cuando me deleita con estocadas certeras y me aferro a su boca hasta que los labios me duelen dejando que se derrame en mi interior cuando a mí me avasalla el orgasmo.

—Hay que irnos —me besa el hombro antes de bajarme y darme la espalda terminándose de bañar.

—Salgo en un momento —digo adolorida.

—Tienes tres minutos —ordena.

Me apresuro a terminar, se está vistiendo cuando salgo y por mi parte me coloco un vestido azul suelto, con tiras y escote en V. Desisto del sostén ya que la prenda no lo requiere. Me recojo el cabello en una coleta y calzo las bailarinas que me empaco Stefan.

Trato de buscar un bálsamo para los labios y me topo con el diamante azul en uno de los bolsillos. Esta prenda esta predestinada a volver a mí. Me causó cierta impresión el palpito que se alojó en mi pecho cuando la sentí colgada en mi cuello. Sabía que algo había pasado y que ese algo tenía que ver con Meredith ya que en medio de la morfina escuche los comentarios de Laurens avisando que la habían matado. No es difícil sumar dos más dos sabiendo los alcances del hombre que me acompaña.

LUJURIA  - (Ya en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora