Capitulo 2

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Curiosamente, la segunda sesión fotográfica tampoco de resultados. A pesar de que el informe presentado por la experta de tasaciones no aportaba más material gráfico qué imagen de un robusto ficus creciendo a sus anchas en el jardín de la finca, la comisión de préstamos hipotecarios de la caja de ahorros acordó por unanimidad aprobar la operación solicitada por su trabajador Javier Fanconi Marfà.

Antes de que el dinero inundará su cuenta corriente, Javier y Mónica ya tenían claro en que iban a gastarlo. Lo primero deberían ser algunos arreglos urgentes: modernizar la instalación eléctrica o sustituir las antiguas cañerías de plomo.

Para poder supervisar la labor de los operarios, Mónica cambió su turno en el salón de belleza. Así los trabajos en la casa nunca quedarían desatendidos: ella estaré ahí para las mañanas y Javier haría lo mismo de ante las tardes que tuviera libres, que, por cierto, no eran muchas.

Por las noches, mientras en agua en el piso alquilado que ya no sentían su hogar, pondrían en común todos los aspectos que requieran consenso o discusión, además de divertirse comentando el anecdotario de la jornada.

Especialmente jugoso en historias fue el paso por allí, para un trabajo que duró 10 días bien aprovechados, de  un fontanero a punto de jubilarse y su aprendiz. Durante aquellas dos semanas, Mónica tubo noche tras noche material para hacerla Javier una interesante crónica.

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-El fontanero tiene una teoría acerca del crecimiento del ficus del jardín - explicó Mónica -. Por lo visto, es normal que en estas casas antiguas hubiera una fosa séptica en el patio. Cuando dejaron de utilizarse, la mayoría fueron segadas con todo su contenido. Resulta más barato llenarlas de tierra que limpiarlas. Él piensa que la fuerza de nuestra casa debe estar más o menos donde el ficus hunde sus raíces. No me extraña que la plantita éste tan contenta.

Al correr los días, a fuerza de adquirir confianza y de entablar conversación con la dueña de la casa, el afable fontanero ya era nombrado por su nombre de pila en la conversación nocturna de la pareja:
- José opina que la pestilencia del primer día podría provenir de los desagües- informada mónica-. Dice que lo más seguro es que las cañerías nos reserva algunas sorpresas, es normal en casos tan antiguas son las que hace siglos que caen cosas por los sumideros.
Lo cierto era que el hedor no había vuelto a repetirse. Aunque José, por supuesto, también tenía una teoría para ello -«Cuando va a llover, todo lo subterráneo apesta», decía-, Mónica prefería pensar que lo ocurrido el primer día se debió alguna circunstancia puntual de averiguarian tarde o temprano, cuando pueda cualquier razón volviera a repetirse.
Cuando se decidió a fregar el suelo, Mónica descubrió bajo la pátina de mugre los maravillosos colores de un enorme mosaico en el suelo del salón.
-Yo no soy un experto, señora, pero creo que este mosaico vale una fortuna -le hizo notar José, en un momento en que se detuvo a observar el fruto del trabajo de Mónica-, supongo que no se les ocurrirá quitarlo.

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Todo lo contrario: tenía la intención de devolver aquellos motivos, y en general a la casa entera, el esplendor que debieron de tener en otros tiempos. Aunque quizá se verían obligados a esperar un poco.
-Por si en algún momento le interesara -añadió José-, yo conozco a un restaurador que estaría encantado de darle su opinión. Es un artista. Uno fino, ¿eh?, reconocido, y no un manazas como yo.
Mónica no necesitó esperar a la noche ni contar con la opinión de Javier para aceptar el ofrecimiento. José quedó en explicarle a su amigo de qué se trataba y citarle para uno de aquellos días.
El experto en mosaicos, que resultó ser lo mucho más de lo que Mónica había previsto, no se hizo esperar. Pero aún tardó menos la sorpresa escondida de la tubería que José le había anunciado.
-Si es que siempre pasa lo mismo... -decía el fontanero, hurgando entre las mil cosas que llevaañba en los bolsillo de su mono de trabajo-. Aquí está -depositó sobre la palma de la mano de Mónica algo diminuto-, puede que usted sepa de quien era esto. Igual su propietaria se pasó la vida buscándolo.
Era un pendiente. Un delicado trabajo de estilo isabelino en el que docenas de pequeños diamantes enmarcaban un rubí. Brillaba como si fuese nuevo. Mónica no había visto aquella joya en su vida, pero la reconoció en el acto. Había permanecido a su abuela Flora, madre de su padre y hermana mayor de tía Lola. Si historia formaba parte de ese grupo se anécdotas familiares que se transmiten de unas generaciones a oteaat.
La que llegó hasta ella era más o menos así: como motivo de su boca inminente, Florián, su bisabuelo, un hombre exquisito y rico, decidió regalar a la primera de sus hijas que contrajo matrimonio unos valiosos pendientes de rubíes y brillantes que habían pertenecido a la familia desde antiguo. La abuela Flora los lució el día de su boda, pero quiso la fatalidad que aquella misma noche extraviara uno, y que nunca lograra saber dónde.
Desgraciadamente, el bisabuelo Florian murió apenas unos meses después. Algunos aseguraron que se trató solo de una coincidencia, que el hombre ya que tenía sus años y sus achaques, pero no faltó quien buscó la causa de su muerte en el disgusto de saber que su hija no había sabido apreciar el valor de la historia familiar a través de un pequeño tesoro que fue de su madre, t de su abuela y de tantas otras antes que ellas.
A pesar de que sólo se trataba de un pendiente, la importancia que su padre otorgó al accidente desarrolló en Flora un terrible sentimiento de culpa, qué no logró superar y que empañó su felicidad durante los años de su breve juventud. Ese sentimiento le llevó a convertir la búsqueda del pendiente perdido en una obsesión que la hizo enloquecer. Tuvo un único hijo, un niño de salud endeble que con los años sería el padre de Mónica, pero apenas le trató, hasta el extremo de que el niño casi no tenia recuerdos de su madre.
Los últimos años de la vida de Flora transcurrieron en un sanatorio mental, donde murió poco después de caer -o tal vez dejarse caer- desde la cornisa del tercer piso. Decían que con su último aliento, mientras se retorcía entre horribles dolores, seguían buscando el pendiente entre los pliegues de su cama.
«Pobrr Flora -se dijo Mónica al mirar la joya-, toda su vida obsesionada con algo que estaba aquí mismo, bajo sus pies, en las entrañas de su propia casa».

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⏰ Última actualización: Mar 19, 2015 ⏰

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La muerte de venusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora