Ya no se acordaba de lo que era ser recibido por un camino de besos que terminaba siempre en sus labios. O de aquellos dedos traviesos que buscaban calor bajo la ropa con prisa como si hiciera una vida que no se vieran. Ni del mejor café que hubiera probado y que apartaba rápidamente su mal humor despertino aceptando el cariño que durante años creyó no merecer.

Se sirvió una copa y se dejó caer en el sillón mientras se desabrochaba el chaleco.

No, ya no se acordaba de cómo era tocar su cuerpo con la misma devoción que tenía por sus creaciones. O cómo parecía que el suyo propio se viera recorrido por una ligera sensación electrizante al pensar en las cosas que harían por la noche, cuando la larga lista de invitados se fueran a sus casas y pudieran quedarse finalmente los dos a solas.

Abrió los ojos, sin saber cuándo los había cerrado, para no seguir hundiéndose en aquello que claramente no recordaba. Que el roce de su corto cabello rubio era suave y le hacía cosquillas en los muslos cuando empezaban a jugar. O que sus manos, tan ásperas y rudas como las suyas, se volvían gentiles y cariñosas cuando le preparaban.

—Detente... — musitó para sí apretándose el puente de la nariz.

Insistió en no recordar si sus ojos eran color ámbar como el licor que menguaba en su vaso, o azules como el suéter que le regaló las primeras navidades, cuando aún estaban aprendiendo a quererse mutuamente. Luchó por olvidar qué botón de su camisa desabrochaba primero, o qué palabras usaba cuando intentaba seducirle tras una ligera discusión.

Dos vasos. Tres. Pronto recurrió directamente a la botella porque ¿qué sentido tenía? Al fin y al cabo iba a terminársela él solo. Para cuando desenroscó el tapón de la segunda el salón era borroso y la sensación de déjà vu, más fuerte que nunca.

La misma convicción al despertar, la misma desesperación con el paso de los minutos. No lograba escapar de aquel círculo de tortura autoinfligida. Pero ese viejo aparato móvil seguía ahí, sobre la mesa. Un recordatorio de todo lo que era incapaz de olvidar. Quería apartar la mirada, mas sabía que de hacerlo se encontraría con su imagen en cada reflejo alrededor.

Y era consciente de que él no estaba. Era Navidad y no estaba. Y la promesa de estar siempre juntos parecía una broma cruel que dolía más que cualquier otra experiencia de su pasado.

Se incorporó con torpeza y luchó contra la nebulosa etílica que embotaba su cabeza para alcanzar el maldito aparato y apretarlo entre los dedos con odio. Tuvo un primer impulso de arrojarlo contra el fuego de la lumbre, o lanzarlo contra la ventana y abrir un agujero tan grande como el que sentía por dentro.

No lo hizo. No podía.

Lo que sí hizo fue abrirlo y mirar el único número que había guardado. Y su nombre. Ese maldito nombre que cada día luchaba por olvidar junto a todos los recuerdos que traía consigo.

Más tarde negaría ser el artífice de cualquier acción o le echaría la culpa al alcohol, pero en ese momento en el que su mente no tenía filtro alguno sintió que debía hacerlo. Necesitaba hacerlo.

Le llamó.

*****


Ya sí terminaba la tan esperada rueda de prensa que ha dado Tony Stark esta mañana. Todos estaremos muy atentos a este nuevo proyecto que tiene en mente sobretodo aquí, en la CNN. Mi nombre es...

Tony apagó el televisor y se aflojó el nudo de la corbata evitando marearse con el ir y venir de Pepper a su alrededor.

—Ha ido mejor de lo que esperaba — aseguró la pelirroja acompañada por su taconeo rítmico —. Con un poco de suerte las acciones de la empresa volverán a subir y saldremos de este bache.

Felices MarvelidadesUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum