11 años antes

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Belgravia, Londres.
24 de diciembre

Mi psicóloga insistía en hacerme las mismas preguntas y yo respondía con falsa educación.

-¿No estás agradecida por lo mucho que el señor Alejandro cuida de ti?

-¿Te pagan para que me hagas quererlo? -recuerdo mis palabras como si fuera ayer y no porque tuviera mucha memoria, sino porque usaba una grabadora para escucharla después. Una grabadora mínima que le pedí comprar al hermano mayor de mi mejor amiga luego de una de las primeras veces que vi a mi padrastro golpear a Andrea (mi madre). ¿Con tan solo 9 años? (A los cuatro no quería muñecas). (A los cinco quería un cuarto blanco, sin ningún adorno). (A los seis pedí que me metieran en todas las clases existentes solo para no estar en casa). A los nueve era una señorita arrogante que se dormía imaginando la forma de escapar.

-Estamos conversando porque a tus padres les importa tu bienestar y a mí también -contestó Beatrice, sentada de medio lado, fingiendo anotar mientras me miraba como si fuera una caprichosa.

-Si querías dinero podías hacer un trato conmigo, así, yo fingía mejoría y nos repartíamos tus ganancias. ¿Ves? Piénsalo para la próxima y tal vez no trabajes en navidad -me levanté de la silla sin escuchar sus palabras y cuando iba a correr a mi habitación, escuché el timbre.

Los sirvientes eran los únicos que me acompañaban. Mi padrastro se había llevado a mi madre a una cena de esas que vienen después de muchos golpes.

Bajé corriendo las escaleras cuando vi a la policía. Mi deseo de navidad era que mi madre lo denunciara y pensé que por fin lo había hecho, pero me encontré de frente con la niña de ojos grises. Subió la mirada apenas un segundo para de nuevo, agazaparse en sí misma. Los policías hablaban con el personal de servicio, una oficial femenina trataba de hablar con la niña, pero no había manera de que contestara. Sentía que la estaban acorralando, le hacían preguntas tontas y yo no sabía qué le había pasado. No tenía conocimiento de que 24 horas antes había muerto su madre. A mí no me dolía la muerte, no me gustaban las lágrimas, no me causaban lástima nadie y pensaba que nunca jamás iba a ser una víctima. Me quedé observando, aunque mi psicóloga me pedía volver al despacho. Me quedé atenta cuando mi padrastro y mi mamá llegaron a casa. Ambos se alejaron con los policías y no supe exactamente qué ocurrió, pero cuando vi que Alejandro intentaba acercarse a Grace y la vi a ella retroceder tres pasos, decidí hacer algo. Sin importarme la gente, las reglas o los comportamientos establecidos para una "señorita", la tomé de la mano para llevármela lejos de ellos. Ella eliminó la resistencia y sin importarme el estúpido castigo, omití las instrucciones de mi padrastro y de mi madre en donde pedían elegantemente que me detuviera.

Corrimos por las escaleras hasta llegar a mi cuarto y le pedí que saliéramos por la ventana. La niña apenas y me entendía, parecía lenta y torpe, pero esos ojos grises ocupaban todo el espacio. El cabello castaño oscuro, las mejillas rojas y la boca, parecía una muñeca de porcelana de esas que tanto odiaba y que esa noche me empezaron a gustar.

Bajé rápidamente sin poder concebir que la niña tenía miedo a las alturas, o era tan torpe que no me seguía el paso. Decidí ayudarla como si mi vida dependiera de eso. Le dije que con la cuerda estaba segura y le rogué que bajara como si fuera yo la que necesitaba huir. Quería sacarla de esa noche, de los policías, pero, sobre todo, quería mantenerla lejos del monstruo de su padre. Seguía un impulso que iba orientándome, necesitaba mantenerla a salvo y no sabía por qué, pero tenía conmigo mi bolso de escape y las municiones "suficientes" según mi impulso infantil.

-¿Viste? No era tan difícil, ni siquiera te moriste -le dije, después de ayudarla a llegar al piso.

Sus ojos se llenaron de lágrimas y la vi tragar hondo. La palabra "moriste" le recordó a su madre y yo ni siquiera lo sabía, pero era la única niña llorona que me agradaba. Le acomodé la capucha y le subí el cierre del sweater, pero seguía temblando. Caminé con ella por la nieve y le puse mi abrigo, pero parecía perdida.

-¿Cómo te llamas? -pregunté, mientras la arrastraba por el patio.

-Grace.

-¿Qué edad tienes? -volví a preguntarle, acelerando el paso hacia la salida secreta que había hecho para cuando llegara el día.

-Seis.

-¿Por qué lloras?

-¿Para dónde me llevas? -detuvo el paso.

-Estoy salvándote de los policías, tengo un plan de escape, es decir, no pensé que tenía que usarlo tan pronto, pero voy a ayudarte. Si te trajeron con Alejandro es que hiciste algo muy malo, pero no dejaré que te pase nada, mi plan es bueno, te lo prometo. Te prometo que nos vamos a ir juntas y nunca te encontrarán.

Desde mi punto de vista, quería ayudarla. Desde el suyo, era una completa desquiciada. Me miró con los ojos grises más grandes y lindos que había visto y contestó con esa voz tan tenue que se convirtió en mi sonido favorito:

-No nos podemos ir, somos niñas.

-¿Prefieres que te metan presa?

-No me van a meter presa, solo voy a vivir aquí.

-Uy... es mejor la cárcel -la halé intentando que me acompañara, pero parecía tener miedo-: Te vas a venir conmigo y te voy a cuidar, ya casi tengo 10. Soy grande y tengo talentos y puedo mantenerme a ti y a mí. ¡Todo está en el plan! Tienes que venir -me comenzó a molestar que no me creyera, que no entendiera que tenía que mantenerla alejada de mi padrastro. Que tal vez intentaría tocarla, que es posible que tocara en lugares que no son los correctos. Quería avisarle que él golpeaba, pero Grace no entendía mi punto.

-Solamente quiero a mi mamá.

-Bueno, la llamamos cuando estemos lejos de la policía, te lo prometo, estaremos juntas y estaremos bien -le regalé muchas promesas, pero particularmente esa nació para morir.

-No puedes llamar a las personas que se han ido al cielo.

-Cuando baje del avión podemos llamarla, no seas dramática -estaba perdiendo la paciencia.

-La gente que se muere no vive en los aviones y mi mamá murió ayer.

Allí me quedé sin palabras y aunque la muerte tampoco era algo que me asustaba, sí que me asustó su carita de infelicidad. Era muy tarde para que el plan funcionara, la mujer policía estaba acercándose a nosotros. Le dije a Grace que corriéramos y ella no me hizo caso. Mi plan se había hecho pedazos, la señora se acercaba y con el corazón latiéndome fuerte me puse delante de ella protegiéndola. Miré a la policía intentando que no se notara mi miedo no era momento para el estúpido miedo.

-Grace tiene derecho a guardar silencio y a hablar con su abogado -lo recordé de las películas que veía con mi mamá.

-¿Su abogado? -contestó la policía de piel oscura, sonriéndome con simpatía, pero no iba a ceder ni a confiar. Tenía que protegerla.

-Yo soy su abogado y puedo conseguir su fianza si me da unas horas -nunca había robado, pero justo esa noche pensé robar a Alejandro para comprar la libertad de la niña.

-¿Quién es tu amiga, Grace? -preguntó la policía y Grace se encogió de hombros situándose a mi lado. De nuevo intenté protegerla, pero quedé como idiota.

-¡No pueden llevarla presa! Es una niña. ¡Es injusto!

-Grace no irá presa. Tu hermana se quedará contigo y vas a poder cuidarla porque justamente necesita eso, necesita de ti.

-¿Hermana? -fue mi última pregunta hasta que llegara mi padrastro. Entonces lo entendí todo. No iría a ese tipo de cárcel, iría a otra peor. Era la hija de Alejandro y compartiríamos cuarto. Viviría con nosotros porque era su única familia y mi plan de escaparme se iría al demonio porque ahora ya no lo usaría. Al contrario, tendría que quedarme para cuidarla a ella.

La noche de navidad fue triste, ella quería de regalo a su mamá. La mía trató de abrazarla y consiguió rechazo. Grace no quería a nadie y parecía no conocer en qué lugar había caído. Le temía a la oscuridad, tenía pesadillas y no le gustaba la leche. Intentaba que hablara conmigo, pero no quería hablar. Me sacaba de quicio que me ignorara, pero sabía que no lo hacía adrede. La psicóloga dijo que estaba experimentando un trauma.

-Siempre quisiste una hermana, cariño, y ahora la vida te la ha dado como un regalo de navidad. Sé buena, por favor -fueron las instrucciones de mi madre y lo único que hubiese deseado de regalo era no enamorarme de mi hermana desde el minuto cero y quererla solamente para mí y lejos de todo lo que pudiera hacerle daño.

Siempre vuelvo a ti Donde viven las historias. Descúbrelo ahora