Fin de clases

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Habían acabado las clases del semestre y yo comenzaba a estar nervioso. Claro que no lo estaba por los días libres que tendría, tampoco por la simple idea de estar en casa y convivir más con mi familia, o porque mi amiga Berta se marcharía a donde sus abuelos a cuidar de ellos apenas nos dejaran libres. Lo que me ponía mal era la irreparable idea de que todo había terminado.

Lo explico mejor. Yo era de último año, y en aquellos tiempos, se me retorcían las tripas al pensar que todos mis amigos desaparecerían de un día para otro. Es inevitable esa etapa; aquel momento que parece durar menos de lo que se tenía previsto, y luego, ser desapercibido sin que nos demos cuenta.

Es lo que me ponía triste y nervioso al mismo tiempo. Podría parecer un capricho de niño consentido o el sueño de alguien quien no creía ser. Pero es lo que yo sentía, es lo que me hacía estremecer hasta sentirme abrumado mientras colgaba los adornos en las paredes del auditorio.

— ¡Teo! —creí escuchar.

Me quité los audífonos de las orejas.

—Maestra, ¿qué ocurre?

—Creo que esos no los vamos a poner.

Volví a ver los colgantes en la pared.

—Mira. ¿Ves? Estos tienen más brillo —alzó las manos—. Tenlos.

Obedecí. Después ella se fue.

Los últimos días en la escuela eran simplemente para completar horas. Los demás muchachos jugaban en las canchas de fut, o en las de básquet. La mayoría venía a la escuela a ver si los necesitaban y después se iban. Ya no había exámenes, ya no había tareas, ni clases, ni nada. Lo único que nos podía preocupar era pasar el tiempo con lo que más nos convenía, o mejor dicho: con quién más nos convenía.

—Oye —dijo Berta.

—Oigo.

— ¿Cuándo lo vas a invitar?

—Nunca —sonreí.

— ¿Cómo que nunca?

—Vale, pero cómo. No es muy habitual que un chico invite a otro chico.

—Siempre hay primeras veces.

—Primeras veces para cosas usuales. Además, no sé qué decirle —miré hacia abajo—. "Hola, Soy Teo, me gustas, quiero que vengas al baile conmigo" ¿no sería raro?

—Un poco, claro. Pero sería peor que no... Espera. Esos adornos son feísimos —agarró la escalera desde abajo—. ¿Quién te los dio?

—La maestra.

—Horrendos. Estaría mejor que adornáramos con papel de baño.

—Calla —seguí quitando los adornos que ya había puesto.

Berta se rascó la cabeza.

— ¿En qué íbamos?

—En cosas raras.

—Cierto —sonrió— lo deberías hacer. Si no lo haces te vas a arrepentir. Ya sabes lo que dicen...

—..."te arrepientes más de lo que no hiciste que de lo que hiciste" —cité.

—Exacto. Seguro que espera a que lo invites.

—Eso es imposible.

—Hasta el más distraído se da cuenta, Teo. Él te mira con esos ojazos y tú te haces el tonto. Que está prendado de ti, vaya.

—Bueno, y sí está muy prendado de mí por qué él no me invita primero. Sería más fácil ¿no?

—Fácil para ti, más no para él.

—Sea como sea. De seguro ni tenía pensado venir al baile, y ahora que lo pienso, yo tampoco lo tenía contemplado.

—Es el último año. No sería justo para ti ni para nadie quedarse solito en casa mientras aquí todos se divierten.

—Sí que sería justo.

— ¡Que no!

— ¡Que sí!

—Capullo.

Me encogí de hombros.

—Bueno. Ahora mismo está en la cafetería con sus colegas. Me dijeron que todo su grupo de pintura va a exponer sus cuadros en la sala de medios.

— ¿Y tú cómo es que sabes tanto?

—Lo sé porque todo el mundo lo sabe. A ver, dame el reproductor, que ni te enteras de nada por andar al heavy metal todo el tiempo —me regañó y extendió su mano.

—No te voy a dar nada.

—Bueno, por lo menos cambia de canción que hasta aquí la escucho.

Mis audífonos estaban en el estribillo del solo de guitarra.

—"Cambia de canción" —balbucee.

—Que te den —me pasó un adorno que se me había caído—. Anda, ve a decirle. Sería de lo mejor que le ha ocurrido a esta escuela.

— ¿De lo mejor? ¿Tanto así?

—De lo mejor, lo juro.

Me hice muchas preguntas. Era imposible enumerar las cosas en las que pensaba, incluso llegué a la conclusión de que me faltarían números para describir a plenitud lo que me sucedía. Invitar a un chico al baile. Es seguro que no sucedería como las pelis que Berta veía los sábados por la noche. Donde el chico bueno se enamora de la chica buena y tienen un beso romántico debajo de las estrellas. Eso me resultaba bastante bobo. Sin embargo, no podía sacar de mi mente aquella escena conmigo como de protagonista, como si mi imaginación se hubiese encaprichado a complacerme a pesar de que yo no me sentía lo bastante alentador como para querer que eso sucediese. Sería el más bobo del mundo.

Más tarde, en la hora del "descanso", fui con Berta a comer el almuerzo. Nos sentamos juntos en las gradas del auditorio y nos dimos cuenta de que sería la última vez que lo hiciéramos. Todos, hasta cierto punto, ya se habían percatado de la situación en la que nos encontrábamos. Pronto sería la clausura, pronto cada quien buscaría su propio camino, y pronto la mayoría olvidaría que alguna vez tuvo dieciocho.

Yo estaba feliz y triste al mismo tiempo. Feliz porque una nueva etapa empezaría en mi vida y triste porque esa nueva etapa posiblemente no la podría compartir con mis viejos amigos. Ahora seríamos amigos de distancia. Quizá hasta desconocidos en algún momento.

— Pues no quedó tan mal, aunque sigo diciendo que sería mejor que los adornos hubiesen sido papel de baño —esbozó una sonrisa—. Mejor aún: papel de baño usado.

—Qué asco —dejé de comer mi manzana.

—Venga, que tienes una imaginación muy buena.

— ¿Cómo es eso?

—De seguro y ya te lo has imaginado dándole unos besos —hizo un pico de pato con sus labios.

—Eres insufrible.

—Por eso es que me quieres tanto.

Berta se quitó de la frente un mechón de cabello.

Ahí, desde que podía recordar, pasábamos la mayor parte del tiempo de los descansos. Era uno de los mejores lugares en el que uno podía estar sin siquiera sentirse cansado. Había una vista completa. Ya que en la hora del receso, la mayoría de los estudiantes venían a disponer de un partido. Primeros contra terceros o segundos contras primeros. Aunque casi siempre era la misma rutina, sucedía algo interesante como para comentarlo después de las clases. Todo era mejor desde aquí.

—Y entonces... ¿lo vas a invitar?

Su insistencia era infinita. Estaba seguro de que no me dejaría en paz hasta que le diera una respuesta decisiva. Una respuesta que tanto temía pero que muy en el fondo, casi como agua, se desplazaba de un lado a otro hasta salir en forma de lágrimas.

Entonces se lo dije.

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⏰ Last updated: Dec 02, 2019 ⏰

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