(Capitulo 9)

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Siempre había creído que, a lo largo de mi vida, no experimentaría muchas cosas interesantes

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Siempre había creído que, a lo largo de mi vida, no experimentaría muchas cosas interesantes. Que viviría en el campo, junto a mis abuelos, teniendo la vida sencilla que mí padre siempre quiso para mi.

Pero ahora, aquí estoy, en el Reino de Seyh... Siendo llevada a cuestas por Roma Mathews, el protagonista de tantas historias sangrientas. Quien además, resultó ser mi alma gemela, mi cruel destino.

En plena oscuridad del bosque, me aferró a él un poquito más para no caerme, e incomoda apretó los labios.

La imagen de cómo bebí su sangre, de cómo actué al saborearla, se repite en mi cabeza una y otra vez. Cierro los ojos, deseando que la tierra me trague y me escupa de vuelta en Becka. ¡Como si eso fuera posible! ¡Y todo por culpa de esta maldita conexión!

Porque, incluso ahora, con este contacto, no debería estar sintiéndome tan bien, ni deseando que la calidez y seguridad que me transmite su cuerpo nunca se acaben. Porque nada de lo que siento está bien cuando se trata de quién es él.

¿Pero cómo detener esto?

Cuando la luz de la luna comenzó a filtrarse entre los árboles, iluminando el camino a unos pocos metros de distancia, supe que estábamos a punto de abandonar el bosque oscuro, pero él demonio de la nada se detuvo y me dejó caer suavemente al suelo.

—Antes de que vuelvas con tu padre, debemos hablar —dice entonces.

En silencio, me abrazo a mi misma cuando una brisa helada me provoca un escalofrío, y, sin poder evitarlo, miro hacia atrás.

La oscuridad se cierne sobre nosotros en un manto denso, los árboles altos y unidos se alzan casi de forma amenazante, y en el aire, hay un  silencio inquietante, un vacío que amplifica cada pequeño sonido: el crujir de las hojas bajo mis pies, y el lejano murmullo de una corriente que apenas se escucha.

Vuelvo a mirarlo, sintiendo un impulso de acercarme a él, pero me contengo, y sin decir nada, esperó a que hablé de una vez para salir de este horrible lugar.

—Sigamos avanzando —exclamó, como si se hubiera percatado de mi miedo. En cuanto dio un paso, lo seguí de inmediato—. ¿Estas bien? —preguntó, lanzándome una mirada de reojo.

—Sí... —respondí con brevedad.

Aunque en parte es mentira, también es verdad, porque desde que bebí su sangre, siento que tengo energía acumulada por todo el cuerpo. ¿Como es posible?

—Lo que sucedió, con qué te curé, no puedes contárselo a nadie, ni siquiera a tu padre. Lo tienes prohibido —ordenó, su voz impregnada de seriedad.

Mis mejillas arden. Por un momento no supe que decir, las palabras se enredaron en mi garganta por todo lo que sucedido.

Al no obtener una respuesta inmediata, Mathews se detuvo en seco y, sin dudarlo, se acercó a mí con pasos firmes, reduciendo la distancia entre nosotros.

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