1. Encuentro

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La gente iba y venía de lado a lado sin detenerse demasiado en los escaparates que minaban la peatonal San Martín. En aquel día la tarde se hallaba especialmente preciosa, el sol era cálido y el viento apenas soplaba, su sonido era semejante a lejanas voces en la mañana. Las personas se alborotaban en casuales rebajas de temporada en tiendas de segunda mano. El centro de la ciudad se encontraba tan ruidoso que un turista podría haber pensado que una celebración importante se aproximaba a la vuelta de la esquina.

Pero bueno, realmente no importa mucho nada de eso. La cuestión es que tan lindo día y yo me encontraba corriendo como un loco por las calles aledañas al cabildo de Córdoba. Debía llegar lo más pronto posible al monumento a San Martín, estaba citado allí por una chica que conocí en un baile y nos había interesado el seguir conociéndonos. Pero cuando ya estaba casi llegando, me choqué con algo o alguien. Pretendí continuar mi camino restándole importancia a lo que había golpeado, pero mis planes se vieron frustrados cuando la manga de mi campera fue tomada con fuerza haciéndome volver abruptamente sobre mis pasos.

—¡Weón! Tiraste mi dulce de leche y no es barata la weá. ¡Por la chucha! —chilló un joven en un acento un poco extraño para mí.

Me volví hacia él y lo miré de arriba abajo con expresión inquisitiva. Luego, mis ojos se pasearon por el pedregoso suelo de la peatonal hasta dar con aquello que señalaba el muchacho. El pibe efectivamente tenía razón, me encontré con un pequeño frasco de vidrio hecho añicos junto con un montón de dulce de leche desparramado a sus costados.

—Perdona, no te vi, pibe —dije rascándome la nuca bastante apenado por mi descuido.

—Enserio quería saber cómo sabe esta weá acá, pero tengo tan mala cuea que ni plata me queda weón para comprarme otro —decía el joven con aspereza resoplando su castaño flequillo. Luego metió sus manos en el canguro de su buzo y suspiró pesadamente conteniendo una bronca entendible hacia el mundo y hacia mí.

Dejé de prestarle atención a los restos del dulce de leche y miré al muchacho a quien le había arruinado la tarde. Aparentemente era un pibe de mí misma edad, de pelo castaño claro y ondulado, ojos miel, piel ligeramente trigueña, de baja estatura y contextura delgada. A mi criterio —de hombre, obviamente —el extranjero era bastante atractivo, muy pocas veces en mi vida había visto a alguien a un chico tan lindo.

—Soy un boludo, te cagué el día, y de seguro también a tu novia —dije con un tono culposo en la voz, aunque no sé muy bien porque agregué lo de "novia", creo que cierta parte mía quería confirmar que un chico hermoso como él siempre tenía una, y no andaba como yo corriendo tras la falda de una minita del que era seguramente un levante más de tantos.

—Me cagaste la tarde solo a mí po. No tengo polola —me respondió abultando levemente sus labios, unos labios algo finos pero carnosos y llamativamente húmedos.

Cuando dejé de prestarle atención a su boca, lo miré extrañado, no había entendido lo último que había dicho. El pibe no solo tenía un acento raro, sino también jergas completamente desconocidas para mi dialecto. El extranjero notó como se había fruncido mi entrecejo y rápidamente se corrigió:

—Que no tengo novia, nosotros decimos "polola".

—Ah... —asentí con la cabeza haciéndome el entendido, pero en realidad aún seguía bastante desconcertado por su acento y sus jergas. Solté una leve carcajada como para disimularlo—. ¿De dónde sos? —pregunté finalmente para sacarme la duda.

—De Concepción... Chile —respondió encogiéndose de hombros como si aquello casi fuera obviedad.

Luego de despejar mi duda se rio con suavidad ya habiendo notado la forma en que lo miraba, una llena de curiosidad y preguntas. Por alguna razón me quedé algo embobado en sus ojos que se hacían como unas pequeñas y centelleantes medias lunas al reír, tal vez sería a causa de lo claro que eran y por eso mismo me llaman la atención... Si, seguro era eso no más.

Un sabor a dulce de lecheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora