Tarde, otra vez

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Era un día normal, veinte grados, el cielo despejado, la calle ruidosa. No había nada que volviera de ese un día particular. Nina Parker caminaba a su casa con su mochila colgada a la espalda y sus auriculares puestos. Caminaba por la ciudad como si fuera un fantasma, nadie parecía verla. La ciudad, con sus personas y sus costumbres, era demasiado concurrida y apresurada como para que la presencia de una ínfima persona mereciera una mirada. ¿Cuántos rostros pasaban cada mañana por la esquina del teatro clausurado? ¿Cuántas mochilas se veían cruzar la plaza al mediodía? ¿Cuáles eran los zapatos más comunes que podían verse en un día? Ella amaba ser invisible a veces. Amaba caminar por una calle llena de gente que jamás la vería y a la que ella tampoco observaba. Amaba sentirse pequeña en la inmensidad de un mundo. Lo amaba, porque dentro del instituto, lamentablemente, no era invisible, no para todos.

Iba tranquila, con la música al 50% y las manos agarradas a las mangas de la mochila. Esa tarde no debía ir a trabajar y estaba muy feliz por ello. Al fin podría terminar de leer su libro. Pensó que si leía seis capítulos antes de la cena, podría leer los otros tres después y estaría a tiempo de elegir el libro que leería la semana siguiente. Elegir un libro era todo un ritual para ella. Primero recorría la biblioteca, sacaba los libros que no había leído y los que quería volver a leer. Si cuando terminaba, la hora era número par, entonces iba a leer un libro nuevo, si era impar, podía elegir uno de los anteriores. Tomando los últimos dos dígitos de la hora, contaba entre los elegidos para tomar el ganador. El problema era que todo ese procedimiento llevaba su tiempo. Sacar los libros, volver a guardarlos, intentar aceptar la decisión. En ocasiones pensaba en armar una lista y seguirla, pero sabía que se saltearía alguno y todo perdería su sentido.

Si llegaba rápido a su casa, quizás podría leer siete capítulos antes de la cena. Eso le daría tiempo suficiente para empezar el siguiente libro. Con una pequeña sonrisa dobló en la esquina pero, tras un llamado, esa sonrisa se desvaneció.

La joven corrió por donde había venido, presionando el celular con fuerza en su mano. Los auriculares se la había salido y volaban de un lado hacia el otro mientras ella esquivaba gente que no la veía, porque no llegaba a hacerlo. Llegó al hospital, en el que su madre había trabajado tantos años, lo más rápido que pudo. Entró atropelladamente y pasó directamente a los pasillos sin detenerse en el mostrador.

-Oh, Nina..-dijo una de las enfermeras penosamente cuando ella pasó por su lado.

Al llegar al segundo piso sus pocas esperanzas de que todo fuera una broma desaparecieron. Ahí estaba su tía Sintia, sentada con el rostro entre las manos. Los cabellos de la mujer se movían, al igual que sus hombros, a la par de su llanto. Tenía a un lado su cartera y estaba en un pasillo vacío, sola, frente a una puerta cerrada. Nina la rodeó con un brazo, aún no asimilaba lo ocurrido.

-Quiero verla.- dijo la joven.

-Oh, Nina..-sollozó.- Linda, es tarde. Tu madre se fue.

Fueron solo esas palabras las que escuchó. Todo se volvió negro, pero a ella no le importaba. Se sentó junto a su tía, quien había vuelto a sumirse en un llanto silencioso. Ya nada importaba, si su madre estaba muerta ella también lo estaba. Miró el pasillo vacío. La puerta que daba al otro pasillo se abrió y salió un enfermero. El joven se sentó junto a ella. Nina no lo miró. Aun sostenía con fuerza su teléfono. La mano de él se puso sobre la suya. No supo si le hablaban. No era capaz de notarlo. No le encontraba sentido a los sonidos, a los silencios. Su madre había muerto y ella no había corrido lo suficientemente rápido. Todas esas personas, todas esas miradas que habían terminado en su espalda alejándose, todos ellos no lo sabían, pero apartarlos del camino le había costado demasiado tiempo.

Hermana de Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora