27. Vale la Pena

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—¿Aquí está bien? —preguntó su padre estacionando el auto frente a la entrada del cine. Se sentía enormemente feliz de haber hecho esto por Artemis, a pesar de que fue más para sí mismo que por ella. Miró alrededor del mismo y frunció su ceño— ¿Dónde está el chico?

Artemis fingió revisar algo en la pantalla de su celular y contestó:—Adentro, le dije que se formara y comprara las entradas, la fila para esta película debe ser enorme —mintió.

Su respuesta tranquilizó las arrugas que tenía su padre en la frente y en las esquinas de sus ojos.

—Tú realmente sí que sabes mantener el misterio —refunfuñó.

—¡No le vas a ir con chismes a la abuela!

Sonrió rodando los ojos.

—De acuerdo, entonces aquí te dejo, estellita.

—Gracias, papá —se inclinó a besar su mejilla y este, luego de recibirlo gustosamente, tomó su rostro y besó la nívea frente de su hija.

—Pásala bien —le dijo viéndola salir del auto— ¿Artemis?

—¿Si, papá?

—¿Tienes bien guardado el spray que te compré? —se ruborizó.

Se habían desviado de camino al cine porque su padre pegó un grito al cielo cuando le dijo que jamás había tenido uno de esos en la cartera. En su defensa, aquella arma no tenía ninguna utilidad en su vida, sino fuera por Edric o Lexie, ella pasaría todos los fines de semana recluida en casa cuidando a su madre y a su abuela.

Pero aquel era un punto que no quería abarcar aquella noche.

—Sí, papá.

Bastián sonrió y encendió nuevamente el auto:—Entonces sí, anda y diviértete.

Artemis comenzó alejarse cuando escuchó que gritó entusiasmado a su espalda.

>> ¡Y no veas sus tatuajes!

—¡Arranca el auto, Toretto! —para su sorpresa, fue exactamente lo que su padre hizo riendo. Este aceleró como nunca antes lo había hecho con ella dentro—. Cuídate, papá —susurró mirándolo hasta perderse de su vista y dejarle cierto escozor en los ojos.

Aquella sensación era inevitable para ella. Cada día, al despedirlo en la puerta de la cocina, sentía lo mismo que al tenerse que ir por las mañanas a la Universidad y dejarlas a ellas en casa; temor. Sus ojos se llenaban de lágrimas y sus labios picaban por decir algo que no descubre qué es. No para detenerlo, o consolarse, sino para que no se sientan solos hasta que volvamos a vernos.

Así funcionan la secuelas emocionales que deja el cáncer, o cualquier otra enfermedad como esa, con el Padre Nuestro en la punta de la lengua y el corazón doliendo y preguntándose si aquella puede ser, o no, la última vez que se vean.

Las luces de un auto me empujaron lejos de aquel pensamiento y me obligó a verlo. Sonreí. Se estacionó donde antes había estado mi padre y bajó la ventanilla: se veía apuesto, y eso era por haberme quedado corta de palabras.

Edric dejó en blanco mi expresión y mi capacidad de pensar en otra cosa que no fuera en las esquinas que se forman a los lados de su boca cuando me sonríe.

—¿Está esperando a alguien? —Preguntó jugando conmigo— Porque me gustaría invitarla a salir esta noche.

Me acerqué lentamente y me incliné para mirarlo mejor.

—¿Acaso vio usted el auto que acaba de dejarme? —Edric asintió sonriendo—. Era mi padre, me dijo que no hablara con extraños.

Comenzó a reír, aquel sonido fue tan espontáneo que me hizo pasar saliva en un instante:— En ese caso habrá que presentarnos, me llamo Edric Carter. Estoy encantado de conocerte.

#1 | Boulevard de los Corazones RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora