CONFIRMANDO UNA SOSPECHA

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La urgencia implícita cuando te sabes mitad de otro, seguía suponiendo un reto para ambos, durante la inevitable interacción en horario laboral. Pero la mente empresarial y recta de John, unida a la atracción que ejercía sobre María el trabajo que desarrollaba, facilitaron el poder cumplir la promesa de separar devoción y trabajo.

Un mes; ese sábado se cumplirían exactamente treinta días desde la llegada de María a Irlanda. Treinta días en su nube particular, disfrutando de un trabajo que la llenaba, del fanfarrón de Browne, de largas charlas con Jane durante el descanso para el almuerzo... y de John. Cuatro semanas en las cuales, lo que ese correcto irlandés despertaba en ella crecía día a día disipando dudas y temores. Era tan fácil dejarse arrastrar por ese mundo, esa isla donde su naturaleza aventurera encontraba un firme apoyo en la segura madurez de John... María ni se cuestionaba bajarse de ese sueño.

Y el mejor de los regalos para ese cumple mes, era que por fin Lucía, Francisco, Ana y Alberto consiguieron hacer un hueco en sus apretadas agendas para visitarla.

—¡Mm...! ¡Oh...! ¡Sí...! —el hombro de María, estaba siendo asaltado por un indecente surtido de besos, mientras una mano acariciaba con enloquecedora suavidad su costado derecho.

—Burbujita, despierta —la apremia John entre risas.

—¡No...! Me niego a abrir los ojos, quiero más de esto. ¡Un ratito más! —le suplica adormecida.

—¡Oh sí! —atacar sus cosquillas sería la mejor solución, resuelve John.

—Para jaja para jajaja...

—¡Arriba holgazana! —le ordena, sumándose a sus risas—. Nos esperan en el aeropuerto.

—¡Ostras! —esas palabras surtieron mejor efecto que las cosquillas. María salta de la cama en nanosegundos— ¿Qué hora es?

John le había tomado la delantera. Cuando María se detiene a mirarlo, se da cuenta de que ya está duchado, afeitado y peligrosamente atractivo todo él de negro.

—Te queda el tiempo suficiente para espabilar tu somnolienta imagen bajo la ducha, deleitarte ante un buen desayuno y ponerte... ¿Cómo lo llamas tú? Ah sí, ponerte presentable —enumera John, sin poder ocultar lo mucho que estaba disfrutando al verla innecesariamente azorada— Para mí estás perfecta tal cual —con un rápido giro, se apodera de sus caderas y la deposita en la cama fingiendo un asalto.

—¡Eh, eh! Manos quietas, caballero —le ordena, intentando escabullirse de aquella apetecible prisión.

«Llegaremos tarde al aeropuerto. El capullo de John terminó saliéndose con la suya, y ahora el coche vuela rumbo al Ireland West Airport» se advierte mentalmente María al consultar su reloj.

Cuando por fin llegaron al aeropuerto, María apenas espera a que se detenga el motor del coche, para dirigirse con apresurados pasos a la zona de desembarque.

Una arrebatadora placidez fue lo que vislumbró Lucía en el rostro de su hermana nada más verla. Su innata efervescencia seguía ahí, pero ya no se intuía en ella la necesidad de experimentar con nuevas vertientes, llanuras o montañas. María estaba en su elemento, su espacio.

—¡Niña, te has agenciado una copia de Pierce Brosnan! —le susurra Lucía en un aparte, nada más abrazarla.

—Chicos, os presento a John —anuncia María, omitiendo el anterior comentario de su hermana. Era mejor dejar a Lucía y sus apreciaciones para otro momento; las confidencias vendrían luego, cuando pudiesen disponer de un tiempo a solas—. Ellos son: Fran, Ana, Alberto y Luci, mi hermana...

—Encantado de conoceros al fin. Muy acertada con el sobrenombre que le has puesto a María —comenta con complicidad a Lucía, al estrechar su mano—. Muy apropiado.

Crónicas de arena y salDonde viven las historias. Descúbrelo ahora