El Beso de los Lobos

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Tras coger algunas bolsitas de materia prima del refrigerador y procesarlas dentro del Omnicheff (el mejor amigo de todos los solitarios y trabajadores a doce horas diarias de aquella época), se sentó a la mesa para disfrutar de un tradicional desayuno precocido.

El World_Room  (o WR como lo llamaban todos) se desplegó ante sus ojos ofreciéndole una serie de menús interactivos. La información era trasmitida de forma directa a su mente por los nobots en su corteza cerebral, quienes accedían a la red interpretando y traduciendo los datos en forma de impulsos eléctricos que se manifestaban ante él como imágenes y sonidos; pudiendo también trasmitir olores, sabores o sensaciones táctiles con fines técnicos, formativos, artísticos o publicitarios.

Indiferente, Fabián recorrió con la vista las diez esferas que flotaban ante su rostro. Cada una de ellas representaba un “World” distinto seleccionado de entre sus preferencias de navegación. Tras divagar durante unos segundos se decidió porEl Mundo de las Noticias” sorprendiéndose ante su peso al tocarlo, y cuyo ícono hacía recordar a un viejo globo terráqueo hecho con recortes de periódico.

Tiempo atrás había comprado una “App” especial que trasmitía esa sensación táctil según el contenido de las noticias. Aquél día la esfera pesaba más que de costumbre por lo que algo en verdad grave estaba sucediendo en algún sitio.

Durante unos segundos sintió el impulso de apartarla a un lado y visitar algo más alegre y ajeno a la realidad, pero la curiosidad y el morbo se impusieron obligándole a desplegar las noticias ante su rostro. Un mapamundi, en el que cada país conformaba una pieza individual como sí se tratase de un puzzle, le permitía elegir con un simple gesto cualquier región y conocer sus novedades traduciéndolas de forma automática al idioma marcado como favorito en su perfil de usuario. Parte del continente asiático emitía un rojo intenso, señal de que algo marchaba mal allí y, mientras hundía un croissant en la mermelada de fresa, contempló los estragos que un terrible tifón había causado en un pequeño país.

Hombres y mujeres llorando, cielos partidos por rayos y pueblos arrasados cuyas casas y automóviles flotaban sobre las aguas como sí fuesen juguetes, llenaron el pequeño salón del departamento rodeando a Fabián que, con la garganta cerrada, se esforzó por terminar su comida. A los costados de las imágenes flotaban cifras danzantes que calculaban, a tiempo real, la cantidad de muertos y evacuados, el coste económico de la tragedia y el total de litros de agua que anegaban la zona.

-Pobre gente…- suspiró sintiendo una presión en el pecho, raspando con el cuchillo lo poco que quedaba de mermelada.

Preocupado por llegar tarde apuró el té blanco que acompañaba su desayuno quemándose un poco la lengua y, sin molestarse en cargar el lavavajillas, salió por la puerta.

En el ascensor siguió contemplando las últimas novedades sobre el tifón mientras accedía a su cuenta para donar algo de dinero a una ONG que prestaba auxilio en el país. Al llegar al séptimo piso el ascensor se detuvo y una mujer de edad muy avanzada subió soltando un escueto saludo que Fabián correspondió con un murmullo igual de opaco.

Con disimulo, observó el reflejo de la anciana en los espejos de las paredes. Nunca la había visto, pero había tantos departamentos en el edificio, la mayoría en alquiler, que resultaba imposible conocer las caras de todos los que vivían allí.

La mujer llevaba un peinado anticuado, con parte de la cabeza rapada y un largo mechón de pelo muy negro cubriéndole el lado izquierdo del rostro hasta el mentón. Su ropa era oscura, de diseño agresivo pero algo melancólico, y en sus arrugadas manos, llenas de anillos de plata decorados con ojos de cerámica, se adivinaba un viejo tatuaje.

-“Es triste ver cómo los años pasan sobre una persona” -pensó Fabián con un ojo puesto en la anciana y otro en un grupo de salvamento que, muy lejos de allí, sacaba el cuerpo de un niño atrapado dentro de un coche sumergido bajo el agua -. “En algún momento la mente pierde su elasticidad estancándose en sus ideas y gustos... ¿Cómo seré yo cuándo llegue a su edad?... Supongo que no muy distinto a como soy hoy”-concluyó con tristeza.

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